Imagino que Jesús disfrutaría admirando la naturaleza y encontrando en ella una sabiduría especial. Y así propone esta parábola: no prestando atención al buen hacer de un sembrador sino usando el modelo de la naturaleza. De hecho, el protagonista de esta parábola, un sembrador que echa semillas por todos los sitios, debería estar más atento y ver dónde lanza la semilla, para no perder tiempo ni semillas; para no despilfarrar. De hecho, ningún sembrador sensato haría lo que narra esta parábola. Las personas cuidamos lo poco, lo nuestro, lo mío, y no queremos que nada se despilfarre.
Sin embargo, la lógica de la creación, y la naturaleza nos lo deja ver en sus modos de reproducción y evolución, funcionan desde la abundancia y el derroche sin medidas y sin escatimar. Las teorías evolutivas muestran cómo la naturaleza es dadivosa en su búsqueda de expansión y la aleatoriedad y la adaptación deciden la suerte de las algunas especies. Ello incluye la muerte y desaparición de muchas variedades y el surgimiento de algunas mejoradas. Las plantas, por ejemplo, desparraman sus semillas por todos los terrenos para que alguna eventualmente pueda germinar (al igual que el sembrador de la parábola). Este texto parece invitarnos a salir de la lógica del individuo, de lo que necesito y de lo que hago para conseguir la máxima eficacia, y entrar en la lógica de la abundancia. Dios nos da sin medida. A todos. Nos dice muchas cosas. Mucho de ello morirá porque no echará raíces o porque las preocupaciones de la vida no lo dejan crecer. Jesús lo dice todo, pero hace falta comprender, ver más que mirar, oír y entender. La lógica de la abundancia se descubre en la profundidad de sentido, en ahondar en los misterios. No lo entenderá quien se quede en la superficie sino quien entre en contacto con la hondura de la tierra. Hay un dicho que dice que, en la vida espiritual, lo que no crece, muere. No hay estatismo ni interés posible. Lo que no evoluciona, lo que no hunde sus raíces en la tierra labrada, lo que sigue a los pensamientos alocados y lo que preocupa, debilita la vida espiritual. La lógica de la abundancia requiere el correlato de la profundidad, de dejar que aparezca el sentido de las cosas. Es lo contrario de la lógica de lo mío, de lo poco, de la pobreza espiritual. Es en la profundidad donde aparece la plenitud, los frutos del Reino en abundancia. La lógica de la abundancia se adquiere paradójicamente con el desapego. No es consecuencia de cuidar lo poco que tenemos ni del esfuerzo. “Es Dios quien concede conocer los misterios”. Jesús habla en parábolas para que los oyentes dejen a Dios actuar, dejen que sea él quien les revele los misterios. Sino, oyen pero no entienden, miran pero no ven. Jesús ofrece abundancia de vida. Abundancia de sentido. Abundancia de lo esencial. “Y les sobrará”. Sin embargo, “al que tiene se le dará. Al no tiene se le quitará hasta lo que cree que tiene.” Bastante radicales resultan estas palabras de Jesús. Y bastante inentendibles. Solo se comprenden desde un Jesús que anuncia la profusión de vida a raudales. Baste con contemplar a las plantas: las innumerables semillas caen por doquier, pero solo germinará alguna, aunque todas llevan en sí la promesa de fecundidad. Hasta en las plantas se muestra efusivamente la Sabiduría de Dios. Solo es preciso mirar y oír.
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