En los tres domingos que quedan vamos a leer todo el capítulo 25 de Mateo (el último, antes del relato de la pasión). Los tres episodios que en él se narran (diez doncellas, los talentos y juicio definitivo) siguen siendo advertencias a su comunidad, con el fin de poner en guardia a los cristianos de las consecuencias últimas de sus actitudes vitales.
Ni Dios ni Jesús tienen que hacer ya nada. La pelota está en nuestro tejado y depende de nosotros que la juguemos bien o mal. En cualquier caso, pitarán el final del partido. Los textos de estos últimos domingos de año litúrgico nos invitan a velar, a estar preparados. No para que la muerte nos coja confesados, esa es la visión miope que nos han querido inculcar. De ahí la tremenda frase: “Dios te coja confesado”, que es un insulto a Dios y a todo el mensaje de Jesús. Por fortuna, ya no pensamos en ese Dios vengativo que está al acecho para ver cómo puede cogernos en un renuncio y condenarnos. Dios no nos espera al final del camino para someternos a un juicio; lo cual daría por supuesto que de entrada hay sospecha de culpabilidad. No, Dios está en nosotros todos los instantes de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud, es decir, para salvarnos en Él. Se ha aprovechado este lenguaje para meter miedo a la gente: No sabéis el día ni la hora de vuestra muerte. ¡Temblad! Y eso que, en este ciclo litúrgico nos libramos de los textos apocalípticos, que son todavía mucho más terroríficos y nos pueden despistar aún más. No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés, sólo aprendiendo a vivir se aprende a morir. Aunque sólo os quedara un segundo de vida, haríais muy mal en pensar en la muerte. Sería mucho más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte no arregla nada; si hay problemas, debemos arreglarlos mientras estamos de pie. EXPLICACIÓN La tendencia de la primera comunidad a alegorizar la parábola, nos ha privado de su sentido más profundo. El punto de inflexión de la parábola está en la falta de aceite para que las lámparas puedan estar encendidas. Comparar a Cristo con el esposo y a la Iglesia con la esposa, que ni siquiera se menciona, no tiene apoyo ninguno exegético. El relato está tomado de la vida cotidiana. Después de un año o más de desposorios, se celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio, donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes iba a casa de la novia para conducirla a su propia casa. En la casa de la novia le esperaban las amigas de la novia, que la acompañarían en el trayecto. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas para poder caminar. La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite. Jesús había dicho: “Yo soy la luz del mundo”. Y también: “vosotros sois la luz del mundo”. El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá cercenamos nuestras posibilidades de humanidad. La primera lectura nos puede ayudar a encontrar el sentido de la parábola. (Sab 6, 13-16) “Fácilmente encuentran la sabiduría los que la aman y la buscan”. La verdadera Sabiduría es encontrar la manera de dar un sentido a la vida. Dar sentido a la vida es más importante que la vida misma. Ese sentido no viene dado, tenemos que buscarlo. Esa es la tarea más específicamente humana. Nuestra vida puede quedar malograda como tal vida humana. Esa es la advertencia de la parábola. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Si estamos dormidos, hay que despertar, porque de lo contrario, perderé la oportunidad de descubrir esa Sabiduría. ¿Cuál es el aceite que hace arder la lámpara? Si acertamos con la respuesta a esta pregunta, tenemos resuelto el significado de la parábola. En Mt 7,24-27, se dice: “Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Y todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio...” La luz que tiene que arder son las obras. El aceite que alimenta la llama, es el amor.El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la práctica. Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No se trata de egoísmo: es que resulta imposible amar en nombre de otra persona o considerar propia la entrega que otro ha realizado. Nuestra lámpara no puede arder con el aceite de otro. La llama a la que se refiere la parábola no puede ser encendida con aceite comprado o prestado. El sentido a toda una vida no se puede improvisar en un instante. Sólo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser. Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la primera lectura. Sin esa llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios. Para entrar a formar parte de una orquesta, no basta con adquirir un buen violín; hay que aprender a tocarlo y armonizar tu música con los demás. Interpretar esta parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte, es tergiversar el evangelio. El esperar una venida futura es una perspectiva inútil, porque Jesús ya dijo a sus discípulos: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de una actitud de amor y de servicio. Las lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento perderemos la oportunidad de entrar con el novio. Obsesionados por la “salvación eterna”, hemos interpretado esta parábola como una advertencia de preparación para la muerte, o peor aún, para el juicio. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor, que hace funcionar la vida cristiana, no podemos pensar en el “último día” para que tenga sentido. Hay que buscar una interpretación más de acuerdo con el mensaje de Jesús. Lo que el evangelio pretende es que alcancemos una Vida que me dé sentido, durante esta vida biológica. La venida de Jesús al final de los tiempos, es una imagen escatológica que no podemos tomar al pie de la letra; tiene un significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamarada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su “historia” porque sólo permanecerá identificado con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del espacio. Todo lo que podemos decir de Jesús después de su muerte, serán “historias”. Pronto los cristianos cayeron en la trampa de entender la segunda venida de Jesús de una manera temporal e inminente. Y nosotros seguimos esperando esa segunda venida en la que no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No acaba de gustarnos cómo terminó Jesús su paso por la tierra. Esta es la causa por la que hemos inventado un futuro a nuestro gusto para él y para nosotros. Nos sentiríamos muy a gusto si volviera lleno de gloria y nos comunicara a los “buenos” esa misma gloria. Esta visión raquítica, la hacemos desde nuestro falso yo, que nunca aceptará el desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás. El “yo” sigue pretendiendo poner al mismo Dios a su servicio. Lo esencial sería el “yo” y todo los demás, incluido Dios, es accidental, que está al servicio de lo esencial. Si de verdad queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, tenemos que desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total de todo lo que somos. El aceite sólo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio sólo porque nos han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar. Estamos completamente equivocados. La inserción definitiva en Dios sólo es posible si desaparezco consumiéndome en el servicio de los demás. Todo lo que hemos proyectado para el más allá, lo tenemos al alcance de la mano en el más acá. Ni Dios ni Jesús pueden darnos más de lo que nos están dando en este momento. Descubrir ese don, es la tarea de todo ser humano. La vida humana cobra pleno sentido, y alcanza su fin por una toma de conciencia de lo que Dios nos ha dado. La verdadera sabiduría no es más conocimiento, sino más vivencia. Meditación-contemplación “Yo soy la luz del mundo”. Esto no lo decía Jesús como Dios, sino como ser humano. Su experiencia de Dios como “Abba”, fue su lámpara encendida. Esa misma luz está también en cada uno de nosotros. ……………… Dentro de ti debes descubrir el aceite. Si prende, dará luz que alumbrará tus pasos. Esa llama, si es auténtica, no se puede ocultar, sino que alumbrará también a todos los demás. ……………… Tienes que descubrir tu propio aceite. Nadie te lo puede prestar, porque es su propia vida. Toda vida se mueve de dentro a fuera. Si se mueve desde fuera, será sólo un mecanismo muerto.
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