Voy a intentar desentrañar este pequeño misterio. Reconozco que no lo he entendido del todo todavía. Pero lo voy a intentar. La falta de curas en los barrios más populares y apartados de Madrid es ya una epidemia endémica. En la parroquia que yo dirijo desde hace quince años, Nª Sª de la Piedad, el número de feligreses oscila entre los nueve mil y los once mil. Pero la asistencia al culto dominical no llega, con una misa el sábado, y tres el Domingo, a los 15o fieles, contando con la misa de 11,30 hs. de los niños que hacen catequesis y se preparan a la 1ª Comunión, y sus padres, abuelos y parientes. El porcentaje del cumplimiento por parte de os fieles es, pues, ridículo, y profundamente desconsolador.
Y, sin embargo, la frecuencia y repetición del culto no varía en años, poco importa si la Eucaristía es celebrada por ocho, o veinte, o cuarenta personas. El desgaste del clero es abrumador. En mi caso, desde hace unos doce años, me encuentro solo, y a pesar de la prohibición de binar, -celebrar dos o más misas el mismo día, salvo caso excepcional, y, por tanto, poco frecuente-, llevo años celebrando tres misas los domingos, y dos con frecuencia en días laborables, cuando hay algún funeral u otra celebración imprevista. Y la probabilidad de cambio mejorable en las actuales circunstancias es nula. Y esta situación es bastante frecuente en las diversas parroquias de la Vicaría, en nuestro caso, la IV, de la diócesis de Madrid. Así que el diagnóstico rápido y evidente del problema, para los expertos y entendidos en la pastoral parroquial, es la falta de curas, la incorregible tendencia a la disminución del número de vocaciones para el ministerio, y, por otra parte, la evidente y creciente evidencia de realidad social de desapego de los fieles y bautizados, en general, a las convocatorias de la jerarquía eclesiástica a los diversos planes de pastoral y de dinamización del culto y de la presencia responsable de los laicos en la dinámica de la eclesial, no solo de culto, sino de evangelización, de catequización y de compromiso cristiano. A mí me parece mucho más decisivo e inquietante este progresivo e imparable desapego de los fieles, que la falta de curas. Más bien opino que ésta es consecuencia inexorable de ese creciente e imparable distanciamiento del cuerpo social, laico y seglar, de la Iglesia, de sus ministros y pastores. Y este desencuentro no ha sido consecuencia de una fatalidad, ni siquiera de una mecanización rutinaria en los parámetros de acción y actuación de los jerarcas de la Iglesia, con su conocida y ya mítica lentitud paralizante, y de la consiguiente reacción de los fieles, cada vez más reacia, más lenta, menos convencida, y, cada vez, más distanciada, no de una lógica eclesial, pero sí, y esto es lo grave, de una percepción eclesiástica. Durante siglos, lo eclesiástico se ha ido apoderando de lo eclesial, hasta fundirse y confundirse como una sola y misma realidad. Y durante esos siglos la realidad histórica y social del mundo ha ido variando tan lentamente que había que mirar grandes períodos temporales para poder establecer distinciones que tuvieran sentido. Desde la Revolución francesa, sin embargo, ese lento desarrollo se aceleró en proporción geométrica, hasta dar la impresión de que la Iglesia, con su lento proceder, era una maquinaria imponente de otros tiempos. Y cuando la comunidad eclesial quiso ponerse al día, para poder sobrevivir, aggionarse, la masa social de los fieles se quiso sumar entusiasmada a tan fausto acontecimiento. Pero, ¡ay!, los jerarcas y jefes, instalados en los más alto del poder, a tan impresionante altura separados de la realidad, que les entró el mal de vértigo, y van descubriendo con pavor y estupor que se han quedado solos, que lo eclesiástico ya no es lo eclesial sin más. Este es, para mí, el tremendo desafío, mucho más que un problema pasajero, por muy inquietante que puede parecer la falta de curas. Lo terrible, angustioso, y descorazonador, es la falta de fieles, la insalvable distancia que hay entre un clero anclado en sus tradiciones, en sus normas, y en la falsa seguridad de su Magisterio, y la gran asamblea de los bautizados sin Pastores, sí, con la imagen evangélica desgarradora “como ovejas sin Pastor”, un rebaño abandonado a su suerte, en una dejación tremenda y sacrílega de los ministros de la Comunidad cristiana, con su moral pusilánime y estrecha, con su cortedad de miras, con su práctica negación de la libertad evangélica. Con su abandono, más, con su traición, sí, y su desprecio del Evangelio. ¿Nos hemos preguntado con suficiente frecuencia e inquietud por qué, justamente, un Papa que, después de cientos de años, da signos inequívocos de fidelidad al mandato evangélico de Jesús, está siendo tan maltratado, tan vilipendiado, tan crucificado, por las altas esferas del poder en la Iglesia, tan poderosas, como para poner trabas, obstáculos y zancadillas al Pastor Supremo, sin que se levante un clamor, un rugido de rechazo y de vergüenza cristiana contra esos falsos poderosos?
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |