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La dura noche obscura del alma por: Isidoro García Gómez

8/2/2016

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Se suele asociar la noche obscura del alma, con estados depresivos connaturales del que los sufre.
Pero cabe también pensar que ese “silencio” de Dios y esas terribles dudas, como las que sufrió Teresita de Lisieux, se asocian a un abrupto afloramiento torrencial de la “sombra” junguiana hacia la conciencia, sombra normalmente reprimida en el subconsciente, por el “yo” racional y egoico.
Dice Jung, que el proceso de “individuación”, supone una unificación de la mente, pasando del Yo racional, que es el que lleva el control de la persona, al Sí-mismo, Self, que es la mente conjunta.
Para ello se produce un debilitamiento de las barreras represoras del inconsciente, con lo que afloran de repente, todos los demonios internos, todas las tendencias antiéticas antisociales, e incluso delictivas, que guardamos, desde arquetipos y tendencias filocriminales heredadas filogenéticamente, hasta las parafilias y fobias que se nos han ido produciendo futo de experiencias negativas de nuestra biografía personal.
Este doloroso afloramiento de la sombra, a la conciencia, debería servir para su sanación, al igual que en la psicoterapia, se propone que el conocimiento consciente de muchos recuerdos enterrados, sirve para su desactivación.
Quizás este fenómeno tan doloroso y desagradable, en personas espirituales, sea interpretado como un abandono de Dios. Y también se suele hablar de grandes ataques del “demonio”, con grandes tentaciones de nuestras flaquezas.
El caso del Padre Pío, es un ejemplo, de cómo ese fenómeno lo personaliza en la figura de un lobo peligroso que le acecha y amenaza con devorarlo.
Esta concepción moderna de la psicología humana, ha sido a veces intuida genialmente por hombres del pasado con una gran capacidad de penetración psicológica.
Macario, uno de los maestros de la oración oriental (la Filocalia), dice: “Abstenerse del mal no es la perfección; la perfección es entrar en un espíritu humillado y dar muerte a la serpiente que anida y ejerce la muerte debajo mismo del espíritu, más profundo que los pensamientos, en los trasteros y los depósitos del alma. Porque el corazón es un abismo…”.
Milagrosamente, está prefigurando el subconsciente de la mente humana, (debajo mismo del espíritu, en los trasteros y los depósitos del alma), donde anida la “sombra” junguiana, (la serpiente que ejerce la muerte).
El “dar muerte a la serpiente”, se puede intentar frontalmente, mediante una fuerte actividad ascética, debilitando la voluntad y la vitalidad humana, y debilitando con ello nuestros demonios internos.
Esa ha sido la estrategia tradicional. Pero en los tiempos modernos, la nueva psicoterapia tiene otros métodos más sutiles y eficaces, aunque no tampoco fáciles. Son todos los caminos de  la metamorfosis personal, el psicoanálisis freudiano, la “individuación” de Jung, la autorealización de Maslow, y todas las escuelas terapéuticas de mejora y perfeccionamiento personal.
En resumen consiste en comprendernos y “perdonarnos”, y con ello comprenderemos y perdonaremos a los demás.
La psicóloga Ellen Luke dice: «… es la irrupción del perdón, en su sentido más profundo – universal y particular, impersonal y personal –, lo único que produce el “dejar partir”, la libertad definitiva del espíritu”.
“Y eso es así porque, en el momento de esa realización, se ha ido para siempre la falsa culpabilidad, ya sea la que se ve en uno mismo o en los demás, y se acepta la verdadera culpabilidad que llevamos cada uno de nosotros, la del rechazo a ver, a ser consciente”.
“De esta forma, podemos observarnos a nosotros mismos y al mundo con los ojos abiertos, y sufrir el dolor y la alegría del conflicto divino que es la condición humana, el sentido de la encarnación.»
“Yo me siento con frecuencia cansado y sin fe ni valor, pero creo que estos estados no deben combatirse propiamente, sino que es preciso abandonarse a ellos, llorar alguna vez, o ensimismarse sin pensar en nada, y luego se advierte que entretanto el alma ha seguido viviendo… y ha avanzado”. Hermann Hesse.
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