Si a lo largo de este tiempo pascual hemos ido leyendo las "apariciones" del Resucitado a sus discípulos, siguiendo en la misma línea semántica hoy cabría titular el Evangelio a la inversa: la "desaparición" del Señor. Lucas es el único evangelista que por partida doble, nos narra este momento y lo hace en dos episodios (Lc 24,46-53; Hch 1,1-11) que, personalmente, me evocan "momento-aeropuerto". Y no porque se diga que Jesús es elevado en una nube al cielo, sino más bien por ese instante indescriptible de la despedida, cuando los abrazos ya están dados, las palabras ya están dichas y, maleta en mano, la persona querida se adentra hacia el control hasta perderse.
Por una parte, te lanzarías a correr para retenerla o te sacarías un billete de última hora para irte también tú. Por otra parte, el sentido común te retiene y el de vergüenza impide que des cancha libre a lo que harías si fueras un niño; salir corriendo detrás. La razón te dice que tiene que ser así, al mismo tiempo, que el corazón no soporta razones que digan que no pueda ser de otra manera. Y lo que es alegría porque se va hacia un futuro mejor y merecido, también tiene sabor a pena, sobre todo cuando después de un rato, decides irte, sacas el ticket del parking y regresas a la realidad cotidiana para vivir en ese mismo mundo solo que "ahora sin ti". Así llega la nostalgia de la tarde cayendo en forma de tedio y vagas sin un rumbo lógico por el recuerdo. Y al día siguiente, la vida se levanta a la misma hora de siempre, mientras tú tienes que ir poco a poco amaneciendo, hasta que dejas de mirar al cielo y empiezas a ver en ti rasgos de él. Entonces sientes la fuerza inusitada y la responsabilidad histórica de continuar esa narración de amor que, deja de ser un recuerdo, para convertirse en un desafío, en una forma de vivir. Creo que algo así tuvo que ser la experiencia que Lucas nos está relatando no solo en los textos que hoy se leen sino también en el episodio de Emaus. De hecho, precisamente cuando aquellos dos discípulos le reconocen, él desaparece. Que es la forma de indicar que, una vez que han hecho experiencia del Resucitado ya no necesitan el soporte visual. Están capacitados para reconocerle en los avatares de la vida y en los recovecos de la existencia. Él vive en ellos. Está en medio de ellos. Sabrán hacer viva en la tierra su presencia y su reino. El final de Lucas tiene ese sano matiz agridulce que hace más realista lo que de por sí se puede banalizar como un happy end. Jesús está presente pero no de la misma manera que antes. Y es que una comunidad que ha hecho experiencia del Amor puede tener la tentación de retener la experiencia y quedarse cerrada o enquistada en la ausencia material del Maestro y no madurar viviendo otra forma de presencia real y mucho más potente; Él les ha dejado su Espíritu. Por eso, más que una comunidad que con añoranza mira al cielo ha de ser una comunidad enviada que mira a la tierra; a los gozos y dolores de la humanidad, una iglesia "siempre en salida" y siempre en dinamismo de búsqueda del Resucitado. Ciertamente, ante este primer envío uno puede sentir la zozobra del principiante quien, no estando el Maestro, toma por primera vez las riendas de la misión. Y sin embargo, el texto evangélico habla del Espíritu. Algo que evoca a textos de nueva alianza como el de Jr 31,31-34 donde se dice: pondré mi ley en su interior y en su corazón la escribiré. Y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No se tendrán que instruir el uno al otro diciendo: "conoced al Señor", porque todos me conocerán desde el más pequeño al más grande. La operación definitiva del Espíritu de Dios será un tatuaje indeleble en el corazón, una experiencia grabada a fuego incapaz de ser cancelada por nada ni por nadie. La inscripción será ya no en piedras sino en la carne que como el corazón arde al abrirse las Escrituras. De hecho, al igual que en Emaús, de nuevo aquí Jesús les dice: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Y entonces les abrió las inteligencias para que comprendieran las Escrituras (Lc 24,44-45). El Maestro puede entonces desaparecer porque, no les deja huérfanos. Deja discípulos maduros capaces de conocer y de relacionarse con Dios y de estar abiertos a la Verdad con mayúsculas.
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