La Palabra tiene que ocupar un lugar central en la vida de la comunidad cristiana como fuente directa de nuestra conversión personal y transformación evangélica. Según un estudio de opinión, el porcentaje de familias españolas que tienen una Biblia en casa apenas llega al 50%, pero el dato preocupante es que apenas un 2% la utilizan para una lectura asidua. La Palabra vino al mundo, y los suyos no la recibieron…
La primera reflexión para este tiempo que llega de Cuaresma es que no somos lo suficientemente conscientes de, hasta qué punto, estamos abducidos por la cultura del consumismo y laminados por su consecuencia más letal: la crisis espiritual junto a la indiferencia hacia todo lo solidario y lo que suene a religioso. El ser humano está en una nube de soberbia por los logros increíbles que la ciencia le otorga cada vez con mayor tendencia al consumo y la comodidad. Por tanto, cualquier mensaje de salvación y conversión, al menos en esta cultura hedonista, tiene muchas papeletas de no tener respuesta. Nos decía el cardenal Martini: “Una espiritualidad cristiana no basada en la Escritura, difícilmente podrá sobrevivir en un mundo complejo, difícil fragmentado y desorientado como el moderno”. Curiosamente, en otras latitudes como la India, América latina o el Extremo Oriente crece el interés de la Palabra bíblica, atraídos por su mensaje de amor, fraternidad y liberación gestado en el rabioso día a día aunque se trate de un Reino que no es de este mundo. La lectura de la Biblia apunta directamente a cada persona y a cada comunidad eclesial para entender los signos de los tiempos: qué nos dice Dios a cada uno, aquí y ahora, para escucharle y orientar la vida desde la voluntad del Padre. No se trata de una lectura plana de la Palabra, rutinaria e individualista, como hemos socializado en muchas de nuestras celebraciones eucarísticas. Se trata, de acceder al texto sagrado desde la vida y para vida, desde la escucha. Una lectura y relectura del texto elegido, una sencilla meditación en escucha activa para discernir qué me dice Dios. Con esta actitud propiciamos el descanso en Dios y nos fortalecemos en Él sacando conclusiones en forma de compromiso práctico para nuestra vida entre hermanos. Por tanto, la Palabra nos lleva a la acción como bellamente lo resumió la madre Teresa de Calcuta mostrando un sencillo y profundo camino de conversión liberadora de manera admirable: “El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz”. Necesitamos con urgencia, la Iglesia toda, especialmente la de los países más ricos y poderosos, proclamar la Palabra con nuestras obras. Primero, recuperando su lectura y escucha; segundo, llenos del Espíritu, dando ejemplo con nuestras obras. A la vista de nuestro entorno, quizá lo veamos imposible, pero no lo es para Dios. Depende de nuestra voluntad de conversión. Y la Cuaresma ya nos interpela.
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