Quien padecía de "lepra" sufría, además, la condena religiosa –según la doctrina oficial, no podía tener ningún acceso a Dios- y la más estricta marginación social.
Los humanos siempre tratamos de echar lejos aquello que tememos; los leprosos eran expulsados de la sociedad, vivían en grupos apartados, con la prohibición estricta de acercarse a las personas sanas. Igualmente, caía en la impureza quien se acercaba a ellos y se atrevía a tocarlos. Por eso, la reacción de Jesús es insólita. Cualquier judío –mucho más, el más piadoso- se hubiera echado atrás. Jesús, por el contrario, se conmueve y, a pesar de quebrantar la Ley e incurrir en impureza legal, lo toca. En el relato, la figura del leproso –no tiene nombre- aparece como el prototipo de toda marginación y representa a todos los marginados de Galilea. Si esto es así, la narración nos hace ver a Jesús frente a los excluidos de su pueblo, que se sienten indignos y humillados ("de rodillas"). Ante esa situación, Jesús experimenta compasión que hace brotar en él una respuesta amorosa que, naciendo de sus entrañas y venciendo las normas rituales, se transforma en una palabra eficaz que devuelve a la vida al hombre enfermo y marginado. Entre líneas, el autor del evangelio nos dice más: la Ley no expresa la voluntad de Dios. La Ley amenazaba con la impureza a quien osara tocar a un leproso; los hechos demuestran que ocurre más bien lo contrario: el contacto lo deja limpio y purificado. Jesús despide al hombre con un doble encargo: presentarse al sacerdote –que era quien, según la legislación mosaica, debía otorgarle el acta de curación que le permitía la integración a la vida social- y no decirle a nadie lo que había ocurrido. Esta segunda exigencia, imposible de cumplir, se entiende en el contexto del llamado "secreto mesiánico" del evangelio de Marcos: con ese artificio literario, el evangelista intentaría mantener el "suspense" acerca del mesianismo de Jesús cuyo significado se revelaría, finalmente, en la cruz. En cierto sentido, podría decirse que toda la sabiduría y, más ampliamente, el modo de situarnos en la vida se resume y cifra en una sola actitud: la compasión, hacia uno mismo y hacia los demás. La compasión constituye el núcleo de todas las grandes tradiciones de sabiduría, así como el corazón de la llamada "regla de oro": "Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti". Y en ella puede resumirse toda la sabiduría porque, como reconoce el Popol-Vuh, o Libro del Consejo, de los mayas, "cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca".
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