Cada otoño el bosque vibra y entona la marcha nupcial más apasionada y guerrera de cuantas existen. Los ciervos berrean, braman, afilan su cornamenta, exhiben su fortaleza e imponen su jerarquía en sus rituales amatorios. Sonido y furia, berrea animal, que llena el bosque de amores y vida nueva.
¿Existe una berrea espiritual? Pregunta frívola, comparación perversa, pensará algún purista, pero yo creo que sí existe una berrea espiritual. Los místicos, quedan tan pocos, siguen bramando por la unión perfecta y rezan: Como el ciervo brama por la corriente de las aguas, oh Dios, el alma mía brama por la unión perfecta con mi amado. Los místicos, ciervos en celo, viven en una permanente y persistente berrea espiritual. La vida cristiana, la de los seglares y la de los funcionarios de la religión, es una berrea interrumpida y casi nunca iniciada. La berrea teológica, la de los dogmas, ideas, doctrinas, la de las imposiciones bajo pena de excomunión, pecado mortal…existe desde el Día Uno de la Iglesia. Jesús se marchó y la berrea teológica comenzó. “Cuando vino Cefas a Antioquía me enfrenté a él”, -dos ciervos marcando su territorio,- “porque su actitud era censurable”. Gálatas 2, 11 “Esto (la circuncisión) fue ocasión de una ACALORADA DISCUSIÓN de Pablo y Bernabé contra algunos judíos”. Hechos 15,1 El libro del Apocalipsis escrito por Juan, un judío no tradicional, es un libro bárbaro, una gran berrea contra el “evangelio de Pablo”. Elaine Pagels en su libro Revelations afirma que “Santiago aparentemente cree que el evangelio de Pablo era tan radical que contradecía lo que habían oído decir a los más respetados líderes, incluido el mismo Santiago y los discípulos Pedro y Juan”. Pablo se había atrevido a declarar obsoletas todas las exigencias de la Torah, lo cual produjo “el mayor robo de identidad de todos los tiempos” por parte de los gentiles. El autor del Apocalipsis lucha en dos frentes, los enemigos de fuera, Roma, y los enemigos de dentro, Pablo y los gentiles. La caza y captura de los herejes, las santas cruzadas, la gloriosa inquisición, el índice de libros prohibidos, el Santo Oficio, los teólogos silenciados…es la historia de la gran berrea teológica. La Iglesia está siempre en otoño. Dios no necesita defensores, los hombres sí. El 5 de octubre 2014 comienza en Roma el Sínodo de los Obispos. El Papa Francisco ha convocado en Roma a Cardenales, obispos y laicos para berrear sobre uno de los temas candentes de la Iglesia: “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. El Papa Francisco, encantador de serpientes y de masas, pastor que casa a los pecadores y come con ellos, quiere abrir la puerta y sentar a la mesa de la eucaristía a muchos hijos que han fracasado en su primer matrimonio. Cristina Odone escribía en The Guardian: “Excluidos y humillados, muchos de nosotros nos hemos arrodillado con tristeza esperando que la Iglesia nos abrace plenamente. Francisco puede ser el Papa que hemos estado esperando”. El Cardenal Walter Kasper, aliado del Papa, sensible a una pastoral de la misericordia ha desatado una guerra doctrinal, la gran berrea otoñal, pero la ira de los que no han renunciado ni a la capa magna ni a la inmisericordia de siempre se dirige más arriba, al Papa Francisco. Cinco Cardenales poderosos, Gerhard Muller, presidente de la Congregación de la Fe, Pell, presidente del Secretariado de Economía, Raymond Burke, Carlo Caffari y Marc Oullet, han marcado su territorio y han berreado con fuerza contra toda apertura en un libro publicado días antes del Sínodo. Remaining in the truth of Christ,- Permanecer en la verdad de Cristo- libro que estas cabezas pensantes que conocen la doctrina inmutable ofrecen deslealmente y a destiempo a los miembros del Sínodo. Han precalentado el Sínodo y han echado su órdago a los reformadores. En el prólogo a otro libro titulado El Evangelio de la Familia el Cardenal Pell escribe: “No se puede mantener la indisolubilidad del matrimonio permitiendo a los “recasados” recibir la santa comunión”. Intentar cambiar las normas de siempre es un error monumental. Yo me pregunto, ¿a los pocos que piden comulgar, la inmensa mayoría han dado la espalda a la Iglesia y nada esperan de ella, se les va a negar el chaleco salvavidas? Encerrados en sus torres de marfil, las cabezas pensantes no escuchan el clamor de los pocos que aún consideran la Iglesia su casa y creen tener derecho a las migajas que caen de la mesa de los que se creen puros y no lo son. ¿Será el Sínodo la segunda edición de la Humanae Vitae? En esta berrea otoñal no me comparéis la “unidad del Logos y de la naturaleza humana de Jesucristo” con el matrimonio que no es cosa de ángeles sino de personas de barro que se rompen y se rehacen continuamente.
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