No discuto su santidad, en modo alguno, sino la oportunidad de su canonización, como iré diciendo, con respeto y franqueza, en lo que sigue (perdonen los que ven las cosas de otra forma).
Tras el brevísimo pontificado de Juan Pablo I (33 días: 26.8 al 28.9 de 1978), fue elegido papa el cardenal polaco Karol Wojtyla (* 1920), que tomó el nombre de Juan Pablo II y gobernó la Iglesia durante más de veintiséis años (1978-2005), en tiempos de gran cambio. Su pontificado sigue marcando de manera intensa la vida actual de la Iglesia católica (2014), de forma que resulta difícil ofrecer un juicio imparcial sobre sus grandes valores y sus posibles deficiencias. Punto de partida 1. Ha tenido una enorme personalidad, potenciada por su experiencia anterior, bajo la ocupación nazi (1939-1945) y el comunismo soviético (1945-1978), y ha estado convencido de la misión carismática de la Iglesia, que él ha dirigido de forma incansable, ante el aplauso de muchos, el recelo de otros muchos y la admiración (y el miedo) de los restantes. 2. Ciertamente, admitió el Concilio Vaticano II, pero pensó de hecho que había salido de “cauce”, dejando en libertad algunas fuerzas (demonios) que podían destruir el orden y la verdad de la Iglesia, entendida de una forma monolítica, como estructura de Poder Sagrado al servicio de un tipo de verdad objetiva, bien establecida. 3. Así se puede afirmar que admiró a Juan XXIII, pero pensó en el fondo que había sido un ingenuo al poner en marcha el Vaticano II sin tener la garantía de poderlo dirigir y encauzar conforme a una verdad mantenida y sabida de antemano. No confió en la libertad, no quiso abrir las puertas, sino todo lo contrario: Organizar de nuevo las tareas de la Iglesia, pero en línea de poder eclesial establecido. 4. Aceptó a Pablo VI (no podía ser de otra manera); pero fortaleció la línea del Pablo VI vacilante (del que mantuvo el celibato, prohibió el “sacerdocio” femenino, condenó los medios de control de la natalidad…y quiso replegar las alas de la libertad creadora de la Iglesia). Quiso en el fondo la restauración, admitiendo en lo externo el Vaticano II, pero yendo en contra de sus principios 5. Fue un hombre de grandes contrastes. Por un lado, como buen anti-comunista,buscó la libertad y la justicia (su doctrina social sigue siendo ejemplar…). Pero de hecho quedó hipotecado en manos del neocapitalismo liberal que triunfó a finales de los años setenta, de los ochenta y los noventa del siglo pasado. No supo ver los cambios de muerte que estaban en marcha con los Reagan y los Bush, con M. Thatcher y con la economía neo-liberal, de manera que de hecho su restauración eclesial pudo verse como una parte del gran repliegue triunfal del capitalismo que se ha extendido sobre el mundo tras la caída del Muro (1989). 6. No supo o no pudo entender la libertad cristiana, que no es simple democracía sino comunión de espíritus, al servicio de la verdad de Cristo, y se creyó enviado para unificar y fortalecer la Iglesia en una línea que era la suya, pero no la de otros muchos creyentes sinceros. No fue Papa "con" sino "sobre" gran parte de la iglesia. Ha sido uno de los personajes sociales y religiosos más significativos de la segunda mitad del siglo XX, y su pensamiento y acción ha definido de manera poderosa la vida de la iglesia católica y del mundo, impulsando la caída de los gobiernos comunistas vinculados al eje soviético. Sus aportaciones pastorales y sociales aparecen reflejadas en una obra escrita muy extensa, con discursos, encíclicas, exhortaciones, cartas y otros textos más ocasionales que ocupan cien mil páginas. Un resumen de su magisterio y ministerio. A pesar de sus escritos, Juan Pablo II ha sido más pastor que pensador, más hombre de acción que teólogo, aunque ha tenido un enorme interés por la cultura, dejando los temas teológicos en manos de J. Ratzinger (futuro Benedicto XVI), a quien puso al frente de la Congregación para la Doctrina de la fe (1981), encargado de defender la ortodoxia en la Iglesia. Su pontificado ha sido generoso en el diálogo con las diversas tendencias políticas y sociales, pero ha implicado un tipo de repliegue hacia posturas de más seguridad intelectual y eclesial. Ofreceré un esquema seguramente sesgado de su papado, insistiendo más en las sombras. ‒ Encíclicas doctrinales. Es el papa que más documentos ha escrito y promulgado en la historia de la iglesia, de forma que su magisterio abarca prácticamente todos los temas de la teología, elaborados de un modo básicamente trinitario, desde Redemptor Hominis (Redentor del hombre, 1979), donde desarrolla el misterio de Cristo, hasta Dominum el Vivificantem (Señor y Vivificador, 1986), que se ocupa del Espíritu Santo, pasando por Dives in Misericordia (Rico en Misericordia, 1980), que trata de Dios Padre. Su teología ha sido en principio muy tradicional, aún queriendo abrirse al pensamiento de la modernidad. Ha conocido, al menos externamente, el pensamiento occidental moderno, pero en sentido estricto él ha seguido siendo un anti-comunista pre-ilustrado, con los valores y los riesgos que eso implica. No ha valorado en su radicalidad la libertad del hombre, su capacidad creadora. En el fondo ha seguido pensando de alguna forma que la autonomía radical del hombre va en contra de Dios. ‒ Magisterio social. Ha sido el campo más fecundo de su pontificado, como muestran Sollicitudo Rei Socialis (Preocupación por la realidad social, 1987) y Centesimus Annus (A los cien años, 1991), donde retoma y recrea algunos motivos básicos de la Rerum Novarum (En los tiempos nuevos, 1891) de León XIII. El Papa se opone no sólo al marxismo, sino también, y de un modo especial, al neocapitalismo, insistiendo en el valor primordial de la persona y en la prioridad del trabajo sobre el capital. Sus palabras han sido escuchadas con respeto por políticos y pensadores de varias tendencias, pero no han sido aplicadas todavía de un modo consecuente por la política y la economía internacional. En este campo se encuentra lo más importante de su magisterio, que ha sido no sólo un poderoso un poderoso rechazo del marxismo, sino también del capitalismo. Sus exigencias de justicia social no han sido aceptadas por economistas y políticos que, por otra parte, le han aplaudido, pues aparecía en el fondo como defensor del orden establecido. Han sido doctrinas en parte espléndidas, que deberán ser resituadas en un nuevo contacto intelectual y social. Pero han quedado inoperantes en la iglesia, pues él no ha creído en la libertad de la Iglesia. ‒ Compromiso y misión cultural. Su encíclica Redemptoris Missio (La misión del Redentor, 1990) ofrece un programa muy audaz de misión cristiana, vinculando la lucha contra la pobreza (en los cuartos mundos, dominados por el hambre y la injusticia) con la presencia de la iglesia en el nivel del pensamiento, abriendo nuevos areópagos (espacios de diálogo) para que el cristianismo dialogue con la modernidad (en la línea de Hech 17): El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una aldea global. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales… Existen otros muchos areópagos hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio. Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida. Conviene estar atentos y comprometidos con estas instancias modernas… (R. Missio 37). De todas formas, como he dicho, no supo o no quiso valorar la libertad del hombre con toda su ambigüedad, pero también con su inmensa capacidad creadora. En el fondo era un dictador “teológico”; pensó que había que “imponer un orden doctrinal” y eclesial, para mantener a los hombres (a los creyentes) sometidos… para dejarles ser libres, pero a su manera (a la manera papal). Ha sido un gran papa, pero de fuera de tiempo, viniendo de una Polonia eclesialmente impositiva, que no había hecho ninguna de las grandes reformas de la modernidad ‒ Encuentro de religiones. Ha tendido puentes entre las diversas religiones, dialogando con el monoteísmo abrahámico (judaísmo, Islam) y con otras tradiciones espirituales, como muestran los encuentros que ha promocionado en Asís, bajo patrocinio de San Francisco, al servicio de la comunión y la paz. Ningún Papa había mostrado antes su capacidad de diálogo y respeto y, sin embargo, son muchos los cristianos y los fieles de otras religiones que no respaldan la declaración Dominus Iesus (El Señor Jesús), de la Congregación para la Doctrina de la fe, dirigida entonces por el Cardenal Ratzinger (2000), en la que ha insistido en la superioridad formal de la Iglesia católica. Ciertamente, apeló al diálogo, pero quizá más como estrategia que como verdadero convencimiento, pues apenas dejó dialogar dentro de la Iglesia católica… No dejó que las iglesias se expresaran libremente, buscando y trazando caminos. No sé si creía de verdad en el Espíritu Santo vinculado a la comunión de las iglesias, o si quería dirigir en una línea la obra del Espíritu. En ese sentido fue un verdadero “dictador” dentro de la Iglesia, es decir, alguien que se creía con autoridad para dictar lo era bueno y malo para el conjunto de las iglesias. ‒ Teología de la Liberación. No fue de su agrado, como indican los documentos que la Congregación de la Doctrina de la fe preparó bajo su mandato (Libertatis nuntius y Libertatis Conscientia, Mensajero de libertad y Conciencia de libertad: 1984, 1986), para mostrar los errores doctrinales y eclesiales de esa teología, que, a su juicio, sería dependiente del marxismo y destruiría la autonomía de la iglesia, queriendo convertirla en una simple instancia social, sin base en la revelación. Muchos cristianos de América Latina y de otros continentes piensan que esas condenas no responden en realidad a lo que quiso y quiere la Teología de la Liberación, de manera que ellas deberán ser revisadas. Ciertamente, creyó en la libertad de la Iglesia, pero en su línea, imponiendo sobre el mundo un tipo de obispos obedientes a su doctrina, sin verdadera creatividad (evidentemente, con algunas excepciones significativas). ‒ Moral, vida cristiana. En este campo se sitúan muchos de los problemas vinculados al papado de Juan Pablo II. Son grandes sus aportaciones, muchos sus logros, pero aquí quiero poder de relieve sus posibles limitaciones, que hoy, a los casi diez años de su muerte, puede verse más claras: a) El origen de la vida, anticonceptivos. Juan Pablo II ha ratificado la doctrina de Pablo VI (Humanae Vitae, Sobre la Vida humana, 1968), profundizando en ella, de un modo más sistemática y exigente, en su encíclica Evangelium Vitae (Evangelio de vida, 1995). Resulta ejemplar su defensa de la vida pero en algunos casos (como en el rechazo global de los anticonceptivos) resulta quizá muy poco matizada. No ha sabido captar la libertad personal de los esposos, ni el carácter personal (no biológico) del amor. Su antropología es pre-moderna (¡no ha pasado por la ilustración!), su visión de la persona es quizá más “ontológica” que bíblica. Lo cierto es que no ha sabido potenciar el carácter de libertad personal y creadora de la vida. b) Contrario a la “ordenación” de las mujeres. Ciertamente, Juan Pablo II ha sido un papa muy interesado por la mujer en la iglesia, como muestra la carta Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer, 1988), donde ha defendido un feminismo de la diferencia. Pero, en esa línea, y fundándose en una visión jerárquica del Cristo Varón, el Papa ha rechazado el acceso de la mujer a los ministerios eclesiales (siguiendo a Pablo VI). Son muchas las mujeres y los hombres que no están de acuerdo con la visión antropológica, bíblica, teológica que está en el fondo de ese rechazo. También en este campo, Juan Pablo II ha sido un papa preilustrado, no ha llegado a la raíz del evangelio. c) Celibato del clero. También aquí ha seguido a Pablo VI, pero en el aspecto más negativo de su pontificado. No ha sabido entender la gran “crisis” de los ministerios actuales, con la visión del celibato obligatorio vinculado a un tipo de poder de la Iglesia. El tema es complejo, no es fácil de resolver, pero es evidente que Juan Pablo II ha terminado cayendo “preso” en manos de sus propias contradicciones, que son las contradicciones de un celibato que ha estado bajo la sospecho de potenciar la “pederastia” de una parte muy pequeña pero significativa del clero. No hace falta acudir al caso de M. Maciel (que puede ser anecdótico). Pero es evidente que Juan Pablo II no fue capaz de ver el problema, d) Una iglesia dirigida de un modo “dictatorial”. La palabra “dictar” es muy ambigua, pero quiero mantenerla. Ciertamente, el Papa Juan Pablo II tenía todo el derecho para ser dictador, pues ese poder se lo daba el mismo CIC. Todos los papas anteriores lo fueron, pero, en general, dieron más juego, dejaron que se fueran expresando las diversas tendencias eclesiales… Pues bien, en contra de eso, Juan Pablo II ha querido imponer sobre toda la Iglesia una visión unificada, un mismo tipo de episcopado, nombrado desde arriba con directrices claras. Es evidente que lo ha querido hacer con buenísima intención, pero ha terminado logrando una iglesia monolítica, que ha perdido la variedad y riqueza del múltiple evangelios. Una canonización “discutida”. Las dudas y discusiones sobre su canonización comenzaron el mismo día del entierro (4-5 abril 2005), cuando aparecieron en la Plaza del Vaticano, de forma espontánea o dirigida por ciertas instituciones de poder, las pancartas del Santo Subito (Santo ya, inmediatamente). No fue canonizado “inmediatamente” (subito), como pedían las pancartas, pero casi (a los 9 años). No he dudado nunca de la santidad del papa Wojtyla (en sentido interior), no he dudado de su sacrificio y de su entrega al servicio de la Iglesia. Pero tengo mis dudas sobre la conveniencia “inmediata” de su canonización (a los nueve años) por algunas razones básicas: (a) Porque su figura sigue marcando una escisión en la Iglesia actual. Juan Pablo II no es una figura de todos, sino que marca grandes divisiones en la iglesia. Son muchos los buenos católicos que no se siente vinculados a su forma de dirigir la Iglesia, ni a su herencia cristiana. Por eso, presento mis “reparos” sobre la conveniencia de beatificarle en este momento (cuando no se han curado las heridas que él pudo causar). (b) Porque ésta es una canonización protagonizada, buscada y jaleada por algunos, que más que la “glorificación” de Juan Pablo II como persona piden y defienden su tipo de política eclesial, su forma de ejercer el poder. Estoy convencido de que eso es malo… Eso es manipular la vida del Papa al servicio de una ideología de poder. No todos los que se alegran de su canonización van en esa línea, pero sí muchos que corean su nombre… para mantenerse en la línea de un tipo de iglesia, en contra de otros que siguen otra línea. (c) Porque la forma de ratificar su santidad con un presunto milagro... , que los cardenales de la comisión de canonizaciones ya han aprobado me parece menos “evangélica”. Ceo que la santidad de un hombre no se demuestra con presuntos milagros (que hay que dejar siempre en las manos de Dios. (d) Riesgo de endogamia. Son muchos los que piensan que, con esta canonización se quiere aprobar un tipo de jerarquía de la Iglesia. Muchos siguen pensando que al obrar de esta manera la iglesia tiende a fortalecerse a sí misma como jerarquía: Los que canonizan a este Papa son aquellos mismos que él había colocado en la cumbre de la jerarquía vaticana, de manera que puede pensarse que lo hacen básicamente en un gesto de agradecimiento “endogámico”, para ratificarse a sí mismos (para decir así que ellos tienen razón, que su forma de actuar está bendecida desde el cielo, por el nuevo "santo"). (e) Además, su pontificado no ha sido todavía esclarecido. Juan Pablo II parece haber sido un santo por dentro, hombre de oración y sacrificio. Pero su pontificado ha sido poco trasparente, poco abierto a la concordia de todos los grupos en la Iglesia. Por todas partes se cuentan las anécdotas sobre su “dureza” en el trato con muchas figuras de la Iglesia. Sin duda, la santidad puede incluir un tipo de “dureza” al servicio del ideal cristiano. Pero muchos tienen la impresión de que la “dureza” de Juan Pablo II se mostró sólo en una línea, y se dirigió en contra de un tipo de Iglesia que él no aprobaba. (f) Mayor claridad queremos en la cúpula de la Iglesia. Mientras no quede claro lo que está en el fondo de la dureza de Juan Pablo II, mientras sigan sin resolver los problemas que suscitó su pontificado, resulta poco prudente canonizarle, a no ser que se quiere hacerlo para olvidarle después (promoveatur ut amoveatur: Se le canoniza para sacarle de la circulación). Canonizarle sin más es como canonizar a una parte de la Iglesia, a un tipo de pastoral y de misión que está siendo todavía discutida. Puede pensarse que esta canonización es un intento de ratificar un tipo de política eclesial que resulta, por lo menos, discutible. No es bueno (querer) resolver los problemas de la Iglesia "canonizando" a los que van en una línea. En este momento, la canonización de Juan Pablo II puede tomarse como triunfo de un tipo de iglesia que posiblemente deberá cambiar muy pronto, cuando cambie de verdad la "política" eclesial del Vaticano (con el Papa Francisco). Podían haber esperado unos años, cuarenta o cincuenta, quizá hasta cien… para ver lo que queda de poso en la vida y figura de Juan Pablo II, para "canonizarle" a él como persona, no a un tipo de Iglesia.
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