El evangelio de este domingo nos presenta un personaje curioso. Va vestido de un modo que llama la atención y recuerda al profeta Elías; predica en el desierto de Judea y no tiene pelos en la lengua. Predicó hace casi dos mil años, pero…
¿QUÉ NOS DIRÍA HOY? Juan Bautista se colocó en el pasillo central de unos grandes almacenes, junto a las mejores ofertas del Black Friday, sacó su megáfono y dijo: “Que sean vuestras necesidades reales lo que os mueva a comprar. Que las ofertas no apaguen vuestra lucidez ni despierten el deseo compulsivo de consumir…” La gente le rodeó pensando que era una atracción más y formaba parte del montaje de las rebajas, pero al oír su mensaje se fueron retirando. Por los pasillos de los grandes almacenes se oían comentarios: “Está loco”; “Que nos deje disfrutar de las rebajas.”; “Este no se ha enterado de la sociedad en la que vive”… Juan Bautista se fue a unos estudios de televisión y se sentó entre el público. Durante un rato observó cómo un grupo de hombres y mujeres ganaban dinero fácilmente vendiendo su cuerpo y sus sentimientos. Tan pronto mentían como reconocían su mentira y se sometían al polígrafo. Lloraban, gritaban, se insultaban o se besaban apasionadamente. De repente, Juan se puso en pie, sacó su megáfono y les dijo: “Mirad a vuestro alrededor. Muchos jóvenes han caído, víctimas de este juego. Sois como ídolos con pies de barro. Por salir en televisión sois capaces de mezclar el amor con la mierda; antes o después, la suciedad os salpica a vosotros mismos…” No pudo continuar. Dos guardias de seguridad fornidos lo cogieron por los hombros y lo sacaron a la calle, cerrando las puertas tras él. Dentro, la presentadora pidió disculpas: - Lo sentimos. De vez en cuando hay locos que intentan estropear el programa, pero no lo consiguen. Y la grabación continuó su curso, como si no hubiera pasado nada; la audiencia se lo merecía. Juan Bautista entró en el edificio de un gran banco y gritó en el hall: “Raza de víboras, mirad las consecuencias de vuestra política económica. No digáis que sois banqueros cristianos de toda la vida y dais limosna. Los tribunales están llenos de procesos y juicios contra vosotros. Os habéis enriquecido engañando a los más débiles…” - Ya hemos oído bastante. Que lo desalojen- se oyó desde el fondo del hall. Y lo expulsaron sin miramientos. Juan Bautista se fue a la puerta del Congreso y fue abordando a sus señorías diciendo: “¡Basta ya de promesas de cambio! Es hora de hacer justicia y de repartir con quien no tiene. El árbol que no da fruto será talado y echado al fuego. Dad frutos propios de la conversión… “ Alguien levantó la mano e hizo un gesto. En un momento, un grupo de policías rodeó a Juan, lo metieron en un furgón y se lo llevaron. La persona que dio la orden era del partido de los Herodianos. Al estar detenido no pudo ir a predicar a una iglesia del centro de la ciudad, que estaba muy concurrida los domingos. JUAN BAUTISTA EN SU TIEMPO Cada uno de los cuatro evangelistas nos habla de Juan, poniendo el acento en aspectos diferentes, según la finalidad de su evangelio, porque el Bautista tuvo multitud de seguidores y una importancia extraordinaria en su tiempo; hay datos extra bíblicos que lo confirman. En algunos ambientes fue más conocido que el propio Jesús. El evangelista san Mateo da un salto cronológico, desde la infancia de Jesús a la aparición del Bautista. Lo hace magistralmente gracias a la frase “por aquel tiempo”. Con este recurso literario quedaba claro en su tiempo que la historia de la salvación continuaba. A continuación nos ofrece rasgos para que podamos reconocer a Juan Bautista como un profeta. Isaías había dicho: “Una voz grita: preparad en el desierto un camino para Yahvé, enderezad en la estepa una senda para nuestro Dios” (40, 3). Hay otros textos similares: “Yo enviaré un ángel delante de ti para que te guíe por el camino…” (Éxodo 23,20) y “He aquí que yo enviaré a mi mensajero a preparar el camino delante de mi…” (Malaquías 3, 1). De este modo, extraño para la mentalidad actual, los judíos comprendían que tanto el mensaje de Juan como la persona de Jesús quedaban insertos en la tradición profética. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. En tiempos de Jesús el modo de vestir era expresión de la identidad de la persona con más claridad que ahora. Actualmente una persona muy rica puede ir con pantalones vaqueros rotos y se considera moda; nos equivocaríamos al juzgar su estatus social a través de la ropa. San Mateo nos describe las vestiduras de Juan de modo que a la gente de su tiempo le evocara al profeta Elías, hasta el punto de que llegaron a preguntarse si Elías había vuelto de nuevo, como puntualiza el evangelista Marcos. Tenía sentido que se hicieran esa pregunta. En el segundo libro de los Reyes, Elías es descrito como “un hombre velludo con una correa de cuero ceñida a la cintura” (II Reyes 1, 8); este profeta había sido muy querido por el pueblo y creían que no había muerto, sino que había sido arrebatado al cielo y volvería de nuevo a la tierra, para seguir profetizando. Esta creencia se corroboraba con un texto del profeta Malaquías: “He aquí que yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día grande y terrible de Yahvé” (3,23). Ser o reconocerse “hijo de Abraham” era la meta, el sueño de cualquier varón judío. Para las mujeres no existía esa posibilidad. Pero el Bautista pide coherencia. No es un título, porque Dios podría dárselo a cualquier, incluso sacarlos de las piedras. Su mensaje es claro, confrontador e incómodo. Al ver acercarse a fariseos y saduceos para bautizarse los llama “raza de víboras”. Podemos imaginar las amistades que se granjeó con eso. Y si añadimos la urgencia que pide en la conversión, porque el hacha está en la base de los árboles, podemos comprender que fuera un personaje controvertido. San Lucas añadió algo más que no dice Mateo: cuando le preguntaban ¿qué tengo que hacer? El Bautista les respondía: “El que tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene ninguna y el que tenga alimentos que haga igual”. No se puede decir más claro. El evangelio de hoy nos presenta a un hombre valiente, coherente, que denunció lo que estaba mal y fue ganándose su sentencia de muerte. Herodes hizo el resto. Bautizar con Espíritu Santo y fuego era una expresión de las primeras comunidades que indicaba la misión. Es Jesús, y no Juan Bautista, quien envía a la misión.
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