Agotados los relatos de la resurrección del cuarto evangelio, leeremos en adelante otros fragmentos del mismo. Este domingo parece centrar el mensaje en la oposición a Jesús, y la consiguiente oposición a la Iglesia.
El fragmento que hoy leemos se sitúa entre dos grandes signos de Jesús, que hemos considerado en los domingos 4º y 5º de Cuaresma: el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Entre ellos, el capítulo 10 de Juan es una profesión de fe en quién es Jesús, mediante un discurso puesto en boca del mismo Jesús en el contexto de la polémica con los fariseos. La imagen central de esta profesión de fe es la de "El Buen Pastor", pero el fragmento de hoy se centra en una pequeña expresión parabólica: "Yo soy la puerta", dice Jesús, el acceso a Dios, de entrada y salida. El cuarto evangelio prescinde prácticamente por entero de las parábolas de Jesús. Nos resulta muy sorprendente que hubiera tenido tal atrevimiento, pero así es: el autor "enmendó la plana" a Jesús y se atrevió a omitir un género que fue tan característico del Maestro. Pero aún aparecen en este evangelio algunos restos de parábolas. El texto de hoy nos ofrece uno de ellos, y marcado con la impronta característica de Jesús: la observación de la vida cotidiana, el conocimiento del comportamiento de las ovejas y los pastores, y la elevación de Jesús, capaz de comprender el actuar de Dios y la misma vida humana a la luz de esos acontecimientos cotidianos. DIOS, PASTOR DE ISRAEL En la Escritura no se define a Dios, no se hace teología intelectual, aplicando a Dios conceptos tomados de la filosofía, sino que se aplican a Dios comparaciones tomadas de la vida natural y de la vida humana. Recordemos, la luz, la sal, el agua, el médico...El tema de Dios Pastor de Israel es de gran raigambre en todo el AT. La profesión de pastor es la de los elegidos. Abel es pastor, lo son los patriarcas. Moisés es pastor durante su destierro. Entre varios hermanos, el elegido, la figura de Cristo, es pastor (José, David) El pueblo, cuando se aparta de Dios, es "como ovejas sin pastor". Números 27, 1 Reyes 22, 2 Crónicas 18, Judit 11, Ezequiel 34, Joel 1, Zacarías 10. Tema que culmina en Mateo 23 y Marcos 6: a Jesús, la gente le daba pena porque andaban "como ovejas sin pastor". Dios se presenta como pastor de Israel. Génesis 48 y 49, Salmos 22 y 79, Sirácida 18. Isaías 40 y 63, Jeremías 31 y 43, Ezequiel 34, Amós 3. Esta es la línea que culmina en el capítulo 10 de Juan, y se desarrolla después en Hebreos 10 y 1ª Pedro 2. Los primeros cristianos representaban a Jesús no reproduciendo pretendidos retratos suyos, sino bajo la imagen del Buen Pastor. Es tan fuerte esta línea de pensamiento que extraña que los evangelistas no hayan presentado a Jesús practicando esta profesión (lo cual, de paso, es un buen aval para la historicidad de la profesión de Jesús, "carpintero", de tan poca tradición ni significado simbólico en la tradición bíblica) JESÚS, PUERTA DE DIOS Pero, dentro de esta manera de simbolizar a Dios, Jesús es presentado como "LA PUERTA" del aprisco. El rebaño entra y sale por ella: para ir a pastar y para protegerse por la noche. Y el pastor verdadero entra por ella, mientras los ladrones saltan la cerca. En la intención de Jesús, y en el contexto evangélico en que esto se sitúa, los ladrones y salteadores son sin duda los legistas, los fariseos y los sacerdotes. Jesús está proponiendo al pueblo un dilema: "éstos o yo". Y les está acusando de ser salteadores, que no quieren el bien del rebaño sino su propio provecho. Al definirse como "puerta", Jesús dice que todo Israel debe pasar por él, y excluye a los otros. Esta interpretación, y el hecho de que los interlocutores sean precisamente los fariseos, nos muestra la situación de las comunidades en que se escribió este evangelio, ya en absoluta ruptura con el judaísmo, (exclusivamente fariseo desde la caída de Jerusalén). Pero esta reflexión histórica nos lleva a otra mucho más inmediata. Jesús es nuestra puerta de acceso al Padre, y así se presenta él mismo. En la esencia misma de nuestra fe está "quién es para nosotros Jesús". Y Jesús es, para nosotros, el hombre en el cual conocemos a Dios, porque está lleno del Espíritu. En el mundo inaccesible de la divinidad, se ha abierto una puerta. El Dios-enteramente-Otro, el completamente trascendente, ha hecho una asombrosa aproximación. Resuenan en estos textos las palabras definitivas de Juan: “A Dios nadie le ha visto jamás, el hijo nos lo ha dado a conocer.” Es muy importante a este respecto interpretar correctamente los relatos de tipo parabólico. De esta imagen podríamos sacar la conclusión de que Dios sólo se manifiesta por Jesús, que todas las demás religiones son ladrones y salteadores etc. No es así. Nunca debemos interpretar una parábola más allá de lo que quiso decir su autor. Y el autor quiso decir aquí que Jesús es puerta y los fariseos no. Nada más. Otras conclusiones podrán ser muy tentadoras, pero son elucubraciones nuestras, por muy verosímiles que nos puedan parecer. Pero también nosotros estamos tentados de abrir otras puertas para acceder a Dios. La curiosidad intelectual, el orgullo de la mente humana, capaz de preguntar más de lo que puede comprender, son admirables. Pero deben reconocer sus límites. Por honestidad. La divinidad está más allá de estos límites. Reconocerlo no empequeñece al ser humano, sino que lo define, lo sitúa en su verdad. Cuando se quebrantan estos límites, y se pretende aplicar a Dios el resultado de nuestros razonamientos, nos adentramos en un mar peligroso, lleno de tentaciones: la principal es la idolatría, hacernos dioses a nuestra imagen y semejanza. "Muéstrame tu rostro" decía Moisés en la Tienda del Encuentro. Y Dios lo ha hecho ya: Jesús, rostro de Dios, rostro visible de Dios, imagen perfecta. Debemos dar rienda suelta a nuestro agradecimiento y a nuestra admiración. Podemos conocer a Dios. Hay una Puerta de acceso a la divinidad: Jesús, el de Nazaret, el hijo de María. ENTRAR POR LA PUERTA Es muy característico de nuestra religiosidad quedarnos contentos y satisfechos con "saber". Sabemos que Jesús es la puerta, el acceso a Dios; ya está. Creemos fielmente que eso es así: somos plenamente ortodoxos; ya está. Pues no, nada está. Una puerta es para entrar; saber que hay una puerta, saber cuál es la puerta, no sirve para nada si no entramos. La más perfecta ortodoxia y el más atinado conocimiento de Dios no valen para nada. Todo eso es una invitación: lo que importa es aceptar la invitación. Resuena aquí la parábola de los invitados a la boda (Mt 22,9 - Lc 14,23). La invitación queda sin respuesta, ha sido en vano. Entrar por la puerta de Jesús: ¿a dónde?. Al Padre, es decir, saberse hijo, aceptar la dignidad, el compromiso y la confianza del hijo. Y renunciar a otros dioses. Jesús es la puerta del Reino. Saberlo no sirve para nada si no entramos en el Reino. Más aún, en la historia de la muerte de Jesús que hemos considerado hace tan pocas semanas, encontramos el terrible ejemplo de los jefes de Israel que se dieron cuenta perfectamente de que Jesús era la puerta de un reino que para ellos no fue Buena, sino malísima Noticia: era el final de su religión, de su templo y de su poder. Y no sólo no entraron por la puerta, sino que quisieron destruirla. Nosotros no somos tan consecuentes como aquellos sacerdotes; reconocemos que Jesús es la puerta y adornamos la puerta con nuestra ortodoxia y nuestro culto. Entrar ya es otra canción. Y es normal, porque entrar en el Reino es cambiar de criterios y de valores, y no nos apetece nada. Es normal no entrar en el Reino: como el joven rico que no quiso seguir a Jesús porque le costaba demasiado dejar todo lo que tenía, nosotros tampoco seguimos a Jesús: nos costaría demasiados cambios. Todo esto es normal; en consecuencia de esto, nos reconocemos ante Dios cobardes e inconsecuentes, nos ponemos en la última fila, sabemos que somos últimos en el Reino... Lo que no es de recibo es que no reconozcamos esa realidad, que nos creamos algo simplemente porque estamos bien informados. Hay una pequeña y terrible expresión parabólica de Jesús contra los escribas, que se refiere al tema de la puerta: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los cielos; vosotros ciertamente no entráis, y a los que están entrando no les dejáis entrar" En la medida en que nuestra vida de cristianos produzca en otros este efecto, se nos pueden aplicar las palabras de Jesús. Salmo 22 EL SEÑOR ES MI PASTOR El Señor es mi pastor, nada me falta, pero tengo enfermedades, la vejez me acecha, me pasan desgracias. El Señor es Pastor de todos, pero en el rebaño hay infinitas calamidades, no hay más que mirar al mundo, encender la TV... ¿Dónde está el pastor? El Señor es mi pastor, pero yo soy oveja que descarría, que oye la voz del pastor y no acude.... Y sin embargo, solemos rezar este salmo porque creemos firmemente que el Señor es Pastor, que no es insensible a los males del rebaño, ni a los míos. Y porque queremos seguirle. Lo recitamos como un acto de fe. El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
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