¿“Llamaría” hoy Jesús como “llama” la Iglesia?
Cuando se trata de reclutar vocaciones para el Clero, la propaganda eclesiástica también utiliza medias verdades: “le espera un sueldo fijo, un trabajo gratificante y un buen hogar”. Si esto fuera la verdad completa, la colas del paro se trasladarían de las Oficinas de Empleo a los seminarios o a los palacios episcopales (¡si Cristo lo viera! Mt 11,8; Lc 7,25). Basta preguntar dónde está ese chollo, para desvanecer toda esperanza. Lo primero: olvídate del “hogar”. No puedes casarte, hacer una familia, engendrar hijos, combate toda tu vida los instintos primarios, etc. Leamos la reflexión del buen amigo de este Blog, de Pepe Mallo, que nos obsequia con este artículo veraniego. Gracias. Escribe Pepe Mallo: “MUCHOS SON LOS LLAMADOS…” (¿En busca de las vocaciones perdidas?) Si no lo leo no lo creo Hace unos días (17 de julio), la Redacción de Religión Digital se destapó con este titular: “En busca de las vocaciones perdidas” y comienza su reseña con este texto: “El más pequeño del grupo del seminario menor de Sevilla tiene 13 años, si continúa estudiando, le espera un sueldo fijo, un trabajo gratificante y un buen hogar. El sacerdocio ofrece una vida “diferente”, que no quiere decir “rara”, como afirma el rector del Seminario Metropolitano de Sevilla, Antero Pascual. Cuando el pequeño alumno termine sus estudios obligatorios y el bachillerato, si su fe es fuerte y siente la vocación, se ordenará sacerdote tras seis cursos de estudios teológicos y filosóficos.” Un ilusionado futuro En tiempo de crisis, tanto económica como eclesial, viene bien este eco publicitario de la Institución como reclamo. Se ofrece generosamente un ilusionado futuro, con un trabajo gratificante (sin riesgo de paro), un sueldo fijo, y sobre todo, un buen hogar (sin hipoteca); o sea, el sacerdocio como “medio de vida”. Para lo cual, sabiamente, se saca a los adolescentes de su hogar familiar, de su entorno escolar, de su ambiente de amigos y amigas y se le interna en un seminario donde el contacto con la familia y la sociedad será escaso o nulo. Con esta expectativa, comienza una vida de incertidumbre para los muchachos “llamados” en plena pubertad. Si después de acabar los estudios secundarios y el bachillerato, tras otros seis años de cursos filosóficos y teológicos, “siente la vocación, será ordenado sacerdote”. ¡¡¡Cuán largo me lo fiáis, Comendador!!! “Comerciales” deDios Hace pocos años, al comienzo de la crisis económica, ya la Iglesia española lanzó esta misma campaña el día dedicado al Seminario, casi con las mismas palabras que ha empleado este rector de Sevilla. Y digo yo. ¿La vocación la tiene ya el “aspirante”- lógicamente infundida por Dios- o le va a germinar en el “seminario” (que ya la palabra indica su función)? Si la vocación es una “llamada de Dios”, ¿por qué no “llama más”? Da impresión que Dios tiene poco poder de convocatoria, a pesar de ser todopoderoso. Claro, resulta que es que Dios no llama directamente, sino a través de… O sea que Dios, como cualificado empresario del culto, tiene sus “comerciales” que le simplifican y facilitan la labor de reclutamiento. Y además, son ellos mismos quienes realizan el casting y resuelven infaliblemente quién es realmente llamado por Dios y quién no. Así interpretan la frase “Muchos son los llamados y pocos los elegidos”. ¿Se intenta hacer futuro de un pasado frustrado? Allá por los años cincuenta del siglo pasado, delegados de seminarios y congregaciones religiosas peinaban los pueblos en busca de vocaciones sacerdotales. (Me tocó vivir esa época). El sacerdote entonces gozaba de gran autoridad y prestigio. Muchos de aquellos chavales pueblerinos buscaban en el seminario una salida a su futuro, para muchos de ellos única alternativa para resolver su vida; comenzaba la crisis del campo y el éxodo rural. Y así se llenaron los seminarios, que llegaron a convertirse en “ciudades-convento”. Una década después, durante los años sesenta, aquellos muchachos estaban estudiando Teología, muchos de ellos sin una clara definición vocacional. En plena transición motivada por el Concilio Vaticano II, la figura del sacerdote va decayendo, los jóvenes se replantean su “proyecto de vida” y comienzan los abandonos. Y los seminarios fueron despareciendo, y sus espléndidas y magníficas construcciones se venden o cambian de cometido. ¿Se trata, pues, de volver hoy, quizás con rabiosa nostalgia, a aquellos añorados, prósperos y florecientes años ya desvanecidos? ¿Se intenta hacer futuro de un pasado frustrado? No lo quiera Dios. Es evidente que, en este siglo XXI, la vocación sacerdotal no responde a las expectativas de éxito postuladas por la sociedad. La mentalidad y sensibilidad de las jóvenes generaciones crea un estilo juvenil, en general, muy ajeno a las inquietudes vocacionales. Digámoslo claramente: ser cura no entra hoy como una posibilidad real dentro de las perspectivas vitales de la inmensa mayoría de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. No constituye ni siquiera una alternativa que se considere atentamente, aunque sea para descartarla. Es una propuesta que ni siquiera se plantea. ¿Qué convocatoria haría Jesús? Por eso, a la hora de “convocar”, la respuesta a tal llamamiento dependerá de la diversidad de la oferta. Se habla de seminarios florecientes y de seminarios precarios. Yo creo que todo depende de la forma con que se presente esta convocatoria. Podríamos poner unos ejemplos sugerentes: Propuesta de seminario: “Joven, Cristo te llama para ser “su elegido”, entre los más dignos de entre todos los cristianos. Serás “hombre de Dios”, instrumento en las manos de Dios. Vas a ser “consagrado” sacerdote, como Cristo, Sumo Sacerdote. Te llamarán padre y (mon)-señor; te harán reverencias y ocuparás los primeros puestos en las celebraciones. Cuando tus manos sean ungidas con el óleo sagrado, signo del Espíritu Santo, serán destinadas a servir al Señor como sus manos en el mundo de hoy. Y las palabras sagradas que pronunciarás serán capaces de transustanciar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, el gran sacramento de nuestra fe. El celibato será signo de tu entrega total absoluta y exclusiva a los demás sin sentirte atado por otros lazos que no sean los de Cristo. Tú, como elegido y pastor de almas, impondrás las leyes en tu “feudo”. Atarás y desatarás. Quien te alabe y te pelotee será bendito. Quien te critique y censure será arrojado a las tinieblas exteriores… Y serás dignísimo sacerdote “in aeternum”. ¿Qué respondes a esta oferta?” Propuesta evangélica: “Joven, Cristo te llama para “servir a la comunidad”, no tanto para servir a Dios ni a los ritos, sino a las personas. El que quiera ser el más importante que sea el “esclavo de todos”. No te dejes llamar padre ni (mon)señor. Y en los acontecimientos solemnes ocupa siempre los últimos puestos. No busques ser alabado. Tampoco lo vas a conseguir dado como está la sociedad. Más bien estarás en boca de todos como objeto de murmuración. No desees prebendas ni privilegios. Eres llamado a ser pastor, a ir tras la oveja perdida… No impongas más cargas sobre las espaldas de las personas; al contrario, echa una mano para aliviar las que ya soportan. Acoge a todos aunque no piensen como tú. No especules tanto en salvaguardar los derechos divinos, como en promover los derechos humanos, porque ante Dios todas las personas son iguales y no establece distinción ni por la raza, ni por el sexo ni por la ideología… Más que “hacer teología” vive el evangelio… Más que hombre de Dios (que lo serás), sé hombre de hombres. ¿Esperamos tu respuesta?” ¿Cuál de las dos visiones del ministerio calará en la mentalidad de los jóvenes? Renunciar a la vida sexual resulta innecesario Por otra parte, en el contexto social actual, el celibato se ha convertido, sobre todo para los jóvenes, en un estado de vida “culturalmente extraño”. Renunciar a la vida sexual resulta innecesario, irracional y, en ocasiones, “sospechoso”. En consecuencia, un proyecto de vida que comporta el celibato resulta para los jóvenes actuales poco estimable. Auténticas comunidades de fe, de celebración y de compromiso. Reconozcamos que la crisis vocacional tiene su origen, no solamente en causas reales de tipo demográfico, económico, social, cultural o institucional, sino también en la penuria de auténticas comunidades de fe, de celebración y de compromiso. La esclerosis de las parroquias recortan de raíz el florecimiento de vocaciones al ministerio. Una parroquia débil es una matriz poco apta para engendrar vocaciones evangélicamente radicales. La parroquia debería ser el verdadero “seminario”. Los tiempos de sequía vocacional son propicios a diseñar un hipotético tipo definido de candidato y exigirle un recorrido determinado previo para su ingreso. Pero las personas “reales” no se ajustan a ningún diseño previamente establecido. Las variables psicológicas, históricas y sociológicas que confluyen en cada vocación concreta desbordan cualquier previsión excesivamente precisa y exigente. Las vocaciones reales son como son, no como quisiéramos que fueran. Están donde están, no donde presumamos encontrarlas. Los esquemas excesivamente rígidos pueden dificultar los resultados. No pasaría nada grave en la Iglesia por el hecho de que el ministerio presbiteral quedara reducido a unas dimensiones muy modestas o incluso fuera compensado por laicos valiosos y bien preparados, aunque no fueran célibes.
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