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Jesus es de todos por: José Enrique Galarreta

1/13/2011

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El evangelio de Mateo se escribe para cristianos procedentes del judaísmo, de ambiente más bien fariseo, cumplidor de la Ley, y que su propósito fundamental es presentar a Jesús como cumplimiento de las Escrituras, como el Mesías, el que había de venir, el que anunciaron los profetas.

En este contexto, los relatos de la infancia de Jesús, aunque cuenten sucesos, tienen sobre todo valor por su significado. Presentando a los sabios de oriente que acuden a adorar al Niño, Mateo conecta la figura de Jesús con el Mesías, el Cristo anunciado, luz de las naciones, como cumplimiento de las profecías antiguas, en las que Jerusalén se presentaba como la Ciudad definitiva a la que acudían las naciones.

Se trata, por tanto, de un relato del que importa más que nada su sentido simbólico: Jesús es la presencia definitiva, el que ha de venir, el que esperan todos los pueblos.

Este es el centro del mensaje, la intención del texto. Otros aspectos (quiénes eran estos Magos, de dónde venían, qué señal vieron en el cielo…) son secundarios. Los especialistas han estudiado minuciosamente todos estos datos, han buscado qué fenómeno astronómico pudo haber sucedido, si fue un cometa, una conjunción de planetas… Nos interesa poco.

Incluso podemos decir que Mateo no señala ningún acontecimiento sucedido en los cielos, sino que utiliza los símbolos propios del Antiguo Testamento para expresar quién es este Niño: la Luz de las Naciones. En este sentido, es muy significativo el orden de las ideas que expone Mateo al principio de su evangelio. En un libro destinado a cristianos de origen judaico, Mateo plantea el principio de su evangelio así:

Referencia

Tema

Mensaje

CAPÍTULO 1º (1;1-18)

Genealogía de Jesús

Hijo de David como estaba anunciado en la escritura

CAPÍTULO 1º (1;18-25)

El sueño de José

Cumplimiento de la

profecía de Isaías 7,14 (una virgen concebirá)

CAPÍTULO 2º (2;1-13)

Los Magos

Luz de las naciones. Cumplimiento de las profecías.

CAPÍTULO 2º (2;13-23)

Huída a Egipto. Regreso – Nazaret

Cumplimiento de las profecías.

CAPÍTULO 3º

Predicación del Bautista. Bautismo.

“Este es el que esperábamos”

Por este artificio literario entendemos muy bien que para Mateo los sucesos son siempre confirmación de un mensaje.

Este acontecimiento concreto, los magos de Oriente, tiene por tanto un sentido mucho más trascendente que la pura historia: se trata de presentar a Jesús como “El definitivo”, el mesías esperado, no sólo Luz de Israel, sino Revelación definitiva de Dios para todos los Pueblos.

Esto era lo que se anunciaba en la profecía de Isaías (aunque los judíos contemporáneos a ese escrito lo entendieran como el triunfo futuro de Jerusalén) y esto es lo que proclama ya claramente Pablo: que Jesús no es patrimonio de Israel, sino de la humanidad entera.

Es ésta una fiesta para reflexionar sobre la palabra “católico”, que significa “universal”, y en la tristeza que sentimos al advertir que en este momento significa para muchos todo lo contrario, es decir, una parte, sólo una parte, de los seguidores de Jesús.

Universal significa desde luego que el mensaje de Jesús es para todo ser humano, y es ésta la misión que Jesús encomienda a los suyos: ir por todo el mundo y anunciar a todos la Buena Noticia.

Pero sus consecuencias y su fundamento son más profundas aún. “Universal” significa también que nadie, ninguna cultura, ningún pueblo, ninguna tradición humana puede arrogarse el privilegio de apoderarse de la Palabra.

Jesús fue un asiático judío, no un occidental ni un romano. Pero su mensaje no es asiático ni judío, (aunque en el Nuevo Testamento lo encontramos expresado en moldes culturales judaicos) sino universal.

Es un tema de urgente examen de conciencia para nosotros la Iglesia católica apostólica romana. Nuestra teología se basa en conceptos griegos, nuestro derecho se asienta sobre el derecho romano, nuestros ritos se entienden desde los del Antiguo Testamento …

Es posible sospechar que, cuando anunciamos a Jesús al mundo, lo ofrecemos vestido con nuestra cultura y nuestros modos de entender, nuestros ritos y nuestros símbolos. Convertirse a Jesús significa para muchos pueblos convertirse a modos occidentales de pensar, de rezar, adoptar nuestra metafísica y nuestros símbolos, renunciar a sus modos ancestrales de pensar, de expresar. ¿Qué universalidad tiene todo esto?

Jesús no se servía de ninguna metafísica. Nosotros sí. Y todo el que hoy quiera creer en Jesús tendrá que expresarlo con nuestra metafísica. Jesús no prescribió ningún rito: nosotros los hemos ido creando. Y todos los que hoy quieran celebrar su fe en Jesús tendrán que hacerlo con nuestros ritos, y sólo con ellos… ¿Por qué en vez de ser nosotros abiertos a lo universal queremos que todos acepten como único válido lo nuestro?

Hay un ejemplo increíble pero cierto de todo esto: la lengua litúrgica en las misiones. En los siglos de la gran expansión misionera de la Iglesia, a partir del siglo XVI, los misioneros, admirables por supuesto, celebraron la eucaristía (la santa Misa) entre los indígenas convertidos o invitados a convertirse y, por supuesto, lo hacían en latín.

Más aún, por los años sesenta del siglo XX, cuando empezaban a soplar los vientos de la liturgia en lengua “vulgar”, muchos oímos por moralistas y canonistas teóricamente autorizados que la fórmula de la consagración dicha en “lengua vernácula” era inválida; no sólo ilícita, porque estaba mandado hacerla en latín, sino inválida, es decir “que no surtía efecto”.

¿Tendremos que recordar que los evangelistas no tuvieron escrúpulo en traducir a Jesús del arameo al griego, y que el latín es sólo la lengua oficial que sustituyó al griego siglos más tarde? ¿Por qué se llegó a conferir a esa lengua el título y privilegio de sagrada y única lícita para todos los pueblos? ¿Porque era “la nuestra”, es decir, la que solamente entendían los iniciados?

Los magos de Oriente (que sean tres y que fueran reyes no aparece por ninguna parte en los evangelios canónicos) son un signo y una invitación a la universalidad, una llamada a la universalidad que los primeros seguidores de Jesús entendieron con esfuerzo y dolor y llevaron a cabo no sin profundas crisis y desgarros.

Ésta es la tesis de los Hechos de los Apóstoles: el cambio de una iglesia de mentalidad judaica, que pretendía que había que ser judío para seguir a Jesús, a una iglesia abierta a otras mentalidades, en aquel caso a la mentalidad griega.

Pablo fue el que abrió a la Iglesia, el que la sacó de su crisálida judía y la echó a volar a todas las culturas. Incluso el cuarto evangelio tuvo la osadía de expresar a Jesús con términos prestados por la filosofía de la época.

La conclusión es sencilla: no hacer dogmas de nuestros modos de expresar, ni de celebrar. Estar dispuestos a que todos los seguidores de Jesús nos enseñen cómo expresarlo y celebrarlo. Esto significa que tenemos que fiarnos de Jesús, del Espíritu, mucho más que de nuestras formas de entenderlo.

Al leer el relato de los magos de Oriente, ¿nos hemos conformado con entender una bonita y sorprendente anécdota de la infancia de Jesús?

Y, de la misma manera, en muchos relatos de los evangelios cuyo valor fundamental es simbólico, ¿los hemos reducido a lo simplemente histórico, perdiendo así su significado y su mensaje? Las parábolas no son narración de sucesos, pero encierran el corazón del mensaje de Jesús.

La Ascensión de Jesús a los cielos no fue un suceso “fotografiable”, pero encierra nuestra mayor profesión de fe en Jesús. La concepción virginal tiene un alto significado: Jesús como obra del Espíritu. Pero nosotros preferimos fijarnos en lo que sucedió y pudieron ver los ojos, olvidando su significado.

Y así, nuestra mente occidental encadenada a la verificación experimental de nuestras certezas, nos oculta buena parte del mensaje de los evangelios. Previamente a anunciar a Jesús al mundo entero, debemos despojarnos de nuestras certezas culturales. Jesús, no nuestra cultura, es la norma.

Esto desafía también a nuestra propia imagen de Jesús. Todas las épocas y todas las personas se han imaginado a Jesús como perfección de lo que a ellas les parecía correcto. Pero es al revés: debemos poner nuestros cánones de corrección ante Jesús, para que sea Jesús quien los corrija.

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