Para Mateo el suceso de los magos de Oriente tiene un sentido mucho más trascendente que la pura historia: se trata de presentar a Jesús como "El definitivo", el mesías esperado, no sólo Luz de Israel, sino Revelación definitiva de Dios para todos los Pueblos.
Esto es lo que proclama ya claramente Pablo: que Jesús no es patrimonio de Israel, sino de la humanidad entera. La Epifanía es una fiesta para reflexionar sobre la palabra “católico”, que significa “universal”, y en la tristeza que sentimos al advertir que en este momento significa para muchos todo lo contrario, es decir, una parte, solo una parte, de los seguidores de Jesús. Universal significa desde luego que el mensaje de Jesús es para todo ser humano, y es esta la misión que Jesús encomienda a los suyos: ir por todo el mundo y anunciar a todos la Buena Noticia. Pero sus consecuencias y su fundamento son más profundas aún. “Universal” significa también que nadie, ninguna cultura, ningún pueblo, ninguna tradición humana puede arrogarse el privilegio de apoderarse de la Palabra. Jesús fue un asiático judío, no un occidental ni un romano. Pero su mensaje no es asiático ni judío, (aunque en el Nuevo Testamento lo encontramos expresado en moldes culturales judaicos) sino universal. Es un tema de urgente examen de conciencia para nosotros la Iglesia católica apostólica romana. Nuestra teología se basa en conceptos griegos, nuestro derecho se asienta sobre el derecho romano, nuestros ritos se entienden desde los del Antiguo Testamento… Es posible sospechar que, cuando anunciamos a Jesús al mundo, lo ofrecemos vestido con nuestra cultura y nuestros modos de entender, nuestros ritos y nuestros símbolos. Convertirse a Jesús significa para muchos pueblos convertirse a modos occidentales de pensar, de rezar, adoptar nuestra metafísica y nuestros símbolos, renunciar a sus modos ancestrales de pensar, de expresar. ¿Qué universalidad tiene todo esto? Jesús no se servía de ninguna metafísica. Nosotros sí. Y todo el que hoy quiera creer en Jesús tendrá que expresarlo con nuestra metafísica. Jesús no prescribió ningún rito: nosotros los hemos ido creando. Y todos los que hoy quieran celebrar su fe en Jesús tendrán que hacerlo con nuestros ritos, y solo con ellos… ¿Por qué en vez de ser nosotros abiertos a lo universal queremos que todos acepten como único válido lo nuestro? Hay un ejemplo increíble pero cierto de todo esto: la lengua litúrgica en las misiones. En los siglos de la gran expansión misionera de la Iglesia, a partir del S.XVI, los misioneros, admirables por supuesto, celebraron la eucaristía (la santa Misa) entre los indígenas convertidos o invitados a convertirse y, por supuesto, lo hacían en latín. Más aún, por los años sesenta del siglo XX, cuando empezaban a soplar los vientos de la liturgia en lengua “vulgar”, muchos oímos por moralistas y canonistas teóricamente autorizados que la fórmula de la consagración dicha en “lengua vernácula” era inválida; no sólo ilícita, porque estaba mandado hacerla en latín, sino inválida, es decir “que no surtía efecto”. ¿Tendremos que recordar que los evangelistas no tuvieron escrúpulo en traducir a Jesús del arameo al griego, y que el latín es solo la lengua oficial que sustituyó al griego siglos más tarde? ¿Por qué se llegó a conferir a esa lengua el título y privilegio de sagrada y única lícita para todos los pueblos? ¿Porque era “la nuestra”, es decir, la que solamente entendían los iniciados? Los magos (es decir, sabios, posiblemente astrónomos) de Oriente (que sean tres y que fueran reyes no aparece por ninguna parte en los evangelios canónicos) son un signo y una invitación a la universalidad, una llamada a la universalidad que los primeros seguidores de Jesús entendieron con esfuerzo y dolor y llevaron a cabo no sin profundas crisis y desgarros. Esta es la tesis de los Hechos de los Apóstoles: el cambio de una iglesia de mentalidad judaica, que pretendía que había que ser judío para seguir a Jesús, a una iglesia abierta a otras mentalidades, en aquel caso a la mentalidad griega. Pablo fue el que abrió a la Iglesia, el que la sacó de su crisálida judía y la echó a volar a todas las culturas. Incluso el cuarto evangelio tuvo la osadía de expresar a Jesús con términos prestados por la filosofía de la época. La conclusión es sencilla: no hacer dogmas de nuestros modos de expresar, ni de celebrar. Estar dispuestos a que todos los seguidores de Jesús nos enseñen cómo expresarlo y celebrarlo. Esto significa que tenemos que fiarnos de Jesús, del Espíritu, mucho más que de nuestras formas de entenderlo.
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