En estos días de la recuperación de Pablo Gaona Miranda, para él, los otros 105 nietos recuperados y los que todavía esperamos...
La pregunta 'quién soy', que tan en marcha nos pone a lo largo y a lo hondo de nuestra existencia. Me pregunto cómo será que las respuestas que vienes dándote se te caigan todas juntas, se estrellen como vidrios contra el piso. Empezar de nuevo a revelarte, desde los añicos de tu novela personal, desde la fiesta que todavía por ahí no entiendes. Te habrán guiado intuiciones, ruidos, piezas que no encajaban. Desde lo profundo un grito, algo no va, las entrañas se revuelven contra y desde una vida que no era tuya y era la única que parecía existir. Atrapado en esa máscara de lo que conocías, por momentos tan acogedora y en otros tan escandalosamente asfixiante, o tan dolorosamente ajena. Extrañamiento de ti mismo, mirarte en el espejo y saber que no te muestra. Esa vaga conmoción que te susurraba que estabas creado para abrigarte en otros brazos, de los que tu cuerpo conservaba la memoria. Otro modo de respirar, otros ritmos vitales. Otro. No eras ese, el que siempre –o casi siempre- habías sido. Imagino el quiebre. Disponerte al riesgo insoportable de dejar de ser, para ver quién eras. Al suelo el espejo, y mirarte en los trocitos y no encontrar más que rasgos sueltos, incomprensibles. Sin imagen. Sin sostenes. No ser. Renunciar a ser. Un salto al peor abismo posible, a la nada. Confiando en que detrás, estabas tú, el auténtico, el hasta ahora negado. Salir a buscarte en los meandros de la historia. Recolectando, entre flores y hojas secas. Cosiendo fragmentos. Preguntar, preguntarte, descreer y volver a empezar. De dónde tomar los pedazos, para volver a descubrirte; qué acopiar y qué tirar a la basura de lo que sabías, lo que ignorabas, lo que te iban diciendo. En un instante de explosión, un nombre, que te alumbra, que te pare de nuevo. Un nombre nuevo, que vuelve a lanzarte a la vida. "Volver a ti, volver a ser..." Otro. El asombro del reencuentro. Hundirte en esos ojos que no conocías, y palpar que siempre habías estado en ellos. Las caricias que tus sueños prometían. La convicción de estar en casa, nido todavía tibio de tu calor recién nacido y renacido. Y descubrir que sigues siendo tú, en el terremoto de los cambios. Que tu sello más propio, persistentemente, sigue ahí, nunca se alejó del todo. Que eres tan otro, y tan el mismo. Que ese hilo invisible, que esa sangre y ese fuego permanecen más allá y más acá de los vaivenes, que eran ellos los que gritaban exigiéndote el derrumbe liberador. Que tu identidad está grabada en tus huesos, y estalla, en algún momento estalla, y te toma, y te enciende, te posee... te reclama que la encarnes.
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