Sí, deberíamos celebrar la Vida, que se convierte así en mayúsculas cuando está preñada de mil minúsculas vivencias cotidianas. Humildes intentos de ser lo que somos, lo que nos llega y no quisiéramos, las contradicciones personales y ajenas, lo que nos hace gozar y nuestros dolores: la vida, La Vida.
Deberíamos celebrarla principalmente los creyentes de a pie, los anónimos, los que pintamos muy poco en organizaciones, los que no contamos en absoluto para la jerarquía eclesiástica, los que nos bautizaron un día y poco a poco La Vida nos ha ido hablando al oído, explicándonos la grandeza y pequeñez que eso significa. ¿No fue eso lo que le pasó a San Francisco? Un día se descubrió en la Vida y todo le sobró, y salió como loco a vivir la pobre vida como un rico, como un afortunado, como un enamorado de la Vida. Por eso fue tan libre. Pero ésa no es sólo una experiencia de Francisco, es una experiencia repetida en mil historias anónimas que van haciendo el tejido bello de la humanidad; es la dicha de sabernos seres llamados al proyecto divino de Ser Humanos, yo creo que eso es el Reino. Esa misma experiencia tuvo que ser lo que los poéticos evangelios nos cuentan de Jesús saliendo de las aguas del Jordán: ¡saberse hijo de Dios! ¡Qué grande, en algo tan discreto como la experiencia personal! A Monseñor Romero le llegó siendo también mayor, como a Jesús, como a Francisco, como a Simone Weil, o a Raïsa Oumnzoff, o a Etty Hillesum…, tantas mujeres y hombres que la vida les hizo nacer a la Vida. Pero a la Vida se llega desde un parto doloroso, cada uno diferente, pero siempre el dolor forma parte constitutiva de lo que somos; es otro tejido más de nuestro pobre tejido humano. Debemos amarlo también. Cada uno tuvo y tiene su propio parto para llegar a la Vida. Jesús le dijo Nicodemo que tenía que buscar el suyo; salir de la estructura que ya no le bastaba y le impedía servir al Reino. Él no lo entendía. ¿A qué viene esa alegría? ¿Por qué hemos de celebrar la vida? Viene, a que los laicos hemos recuperado en nuestras filas a otro más de las y los desechados de las estructuras jerárquicas: Joxe Arregi. Monseñor Munilla y la familia franciscana han perdido mucho, peor para ellos y mejor para nosotros. Lo que ellos pensaron que gestaban para sus estructuras, ha tomado vida propia, al servicio de la única Vida a la que se debe servir y no lo han sabido ver; han querido abortar la Vida. Muchos hoy debemos alegrarnos por ello, como imagino que pasaría entre los que se apuntaban al seguimiento del profeta del Reino. Lo dejarían todo sabiendo que sólo se trataba de vivir la vida haciendo el bien, agradeciéndola, gozándola y haciendo de ello causa para que también los otros vivieran lo mismo. Descubrirían escuchando en el silencio al Dios que nos habita y nos necesita para cuidar con él la vida ¿Puede haber una vocación mayor que ésta? ¿Necesitamos vestir otro hábito que no sea el sol de cada mañana, el asfalto de la calle, los ojos con los que nos cruzamos, los dolores y alegrías de los que nos rodean, los gorriones de nuestras ciudades, nuestro propio corazón cargado de ilusión o de temores y la hermana noche que recoge fiel todo nuestro cansancio para renovarlo nuevamente? Yo creo en ésta iglesia, así en minúsculas; levadura que se funde y confunde con la masa, que no pretende tener un espacio propio, que no desecha la harina, ni hace ascos del aceite con la que se ha de ligar en una sociedad plural, de creyentes o no, practicantes o no, de los nuestros o de cualquier otra cultura, que ha de ser también la nuestra. Yo creo en aquello que empezó con Jesús que no era otra cosa que vivir la acogida, el consuelo, la sanación y el compartir, sí, el compartir lo que somos, pero también lo que tenemos, también nuestros dineros o nuestros trabajos, nuestras propiedades. En ese ritual se repite “la comensalía” y en ella Jesús y el Dios de la Vida están presentes y podemos sentir esa presencia. Creo en la iglesia de Jesús sin otro hábito más que el de la verdad, la libertad y el respeto mutuo. En ésta, “todas y todos” son bienvenidos y nuestros ritos será el curarnos mutuamente nuestras heridas y acrecentar nuestros gozos.
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