Estaba anocheciendo, el día era gris y lluvioso. Las farolas ya encendidas iluminaban el camino húmedo y sembrado de hojas de otoño, caídas, en el suelo, pero hermosas. Como una alfombra iban suavizando el camino solitario.
Eran las hojas caídas y no el cemento lo que atraía mi mirada y animaba mi pisada a evitarlas ¡no las pises! ¡Son hermosas! Están muertas pero su presencia me acompaña en el camino. ¡Cuántos de nosotros hemos tenido que recurrir a abrazar la fe en estos últimos tiempos para despedir, con paz, a seres queridos…! Cuando el viejo árbol de otoño, a mi paso distraído deja caer sus hojas y las deja marchar, yo puedo entristecer con ellas o sonreír porque me trasladan el guiño de los que, también muertos, me acompañan en el camino. Parques, jardines, senderos, bosques… todos llenos de presencia de aquellos que nos invitan a entrar en el silencio de las hojas de otoño que suavemente se desprenden y danzan con el viento en su último viaje. Luego se dejan pisar para que el crujido me hable, me recuerde el aliento de la presencia. Todo en el universo tiene un lugar, todo en el Cosmos está vivo. Todos están presentes y es la misma madre tierra la que nos lo recuerda hoy, con sus hojas de otoño que chisporrotean bajo mi pisada. Dulce pisada que me habla de ell@s.
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