“Les volcarán sobre el regazo una buena medida,
apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que midáis también se usará para vosotros”… Me imagino la medida, probablemente de granos… La veo chorreando, desparramando en el suelo el contenido, ensuciando; la supongo tan poco medible… ¿Quién puede saber con precisión cuánto carga una medida que no respeta límites, que rebosa? ¿Cuánto “de más” tendrá respecto de lo pautado? Qué poca prolijidad, incluso qué poca “justicia” implica un modo tan irregular de medir… Me recuerda a los obreros que cobraron todos lo mismo aunque habían trabajado un número tan disímil de horas… Y además, “se vuelca sobre el regazo”; nuevo enchastre, desperdicio de valores, como aquel frasco de perfumes roto… Sin cálculo, sin control, sin “prudencia”, sin guardar nada para después… Formados para las medidas y el orden, para lo calculable, qué lejos estamos de esta lógica del Reino… Pareciera que lo que se derrama no siempre se malgasta… Como decía Comblin, “el amor es desorden”… Estamos invitados a ese amor, desbordante, dispuesto al riesgo del desperdicio, caído en el suelo para germinar en algo nuevo. Vida, abierta a la vida… Una buena medida, dice Jesús, está también “apretada y sacudida”. Visteis cómo es eso, cuanto más se aprieta y se acomoda, más entra… Cada uno de nuestros granos es semilla, potencialidad de otra vida, guardada en promesa para tiempos futuros, para germinar en otras tierras… Me desafía a pensar, cuánto más puede entrar en mí misma, cuánta más expansión puedo lograr de mí, de mis talentos y capacidades, de mi posibilidad de hacer, de mi profundidad, de mi amor, confiando en que la medida está “apretada”… Cuánto hay plegado en mí, a desplegar… Como imagen y semejanza de un Dios inabarcable, tal vez también nosotros seamos inagotables, siempre posibilidad de más, llamados a lo inmenso… Descubrir mi propia abundancia, trabajar para hacerla crecer, sobrepasar cada vez más mis propias medidas, me permite desbordar, transmitirme, entregar generosamente lo que soy, sin miedo de quedar vacía… porque soy inmensa, y eterna, vida que trasciende la muerte… En este enchastre de medidas colmadas, uno nunca sabe dónde fueron a parar los granos desparramados… Es posible encontrarlos en cualquier rincón, escondidos a primera vista, y si hacemos la apuesta de tolerarlos sin limpiar, pueden generar su propia vida, fuera de control… en esa dinámica de la vida que crece sin que el sembrador sepa cómo… Cuántas veces nos sorprende descubrir nuestro aroma en lugares insospechados, en personas a las que no registramos habernos prodigado… Cuánto esfuerzo hemos hecho históricamente, para mantener todo en su lugar, dentro de márgenes correctos; cuánto solemos bajar nuestros propios niveles de intensidad, para que no perturben, para que no se salgan de cauce… Y Jesús invitándonos a derrochar, a rebosar de vida, a vivir apasionadamente, a fondo, siendo cada vez más plenos. Y desde esa plenitud salirnos de nosotros mismos, encontrarnos con otros también desbordantes, arder juntos, generar un fuego que a pura intensidad pueda dar calor para todos… Jesús invitándonos a excedernos, a traspasar los límites, a romper la barrera del miedo y de la “urbanidad”, a empujar las paredes que protegen, a ensanchar los espacios compartidos… La vida en abundancia no se guarda, porque ha perdido el temor de que le falte…
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