El 5 de junio celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, lo que me trae a la memoria el testimonio de un gran Maestro de los años 40 y 50 del siglo pasado, porque no fue solo un profesor de lengua, matemáticas o historia, sino también un gran maestro de vida para sus más de 60 discípulos, que año tras año acudíamos a su escuela.
En aquella escuela de un lejano rincón de Galicia para un grupo de siete pueblos que formaban aquella parroquia, inmensamente pobre, aislada, sin médico, sin farmacia, sin carretera ni de tierra, sin luz eléctrica, sin teléfono, sin veterinario, sin agua corriente, a más de 25 kilómetros de la capital del consejo, fue un verdadero educador, un verdadero maestro de vida. Conocía no solo a cada alumno, sino a sus familias, una por una, a los padres y madres de cada niño y niña. Su respeto y atención a cada niño/a eran exquisitos: Bastantes venían de lejos, a más de una hora, por caminos de herradura en días de invierno crudos, lluviosos, fríos e incluso con nieve, que con frecuencia llegaban mojados, tapados cuando mucho, con un saco ralo como una criba, que traían poco más que un poco de pan para comer al medio día, pues teníamos clase por la mañana y por la tarde. A estos niños/as de más lejos, los días más fríos, los llevaba a su casa al medio día, les encendía un buen fuego para que por lo menos comieran un poco calientes. Cierto día, estando de recreo delante de la escuela llegó un pobre itinerante, muy tartamudo, a pedirle limosna al maestro. Como hablaba tan torpemente todos nos echamos a reír. El maestro nos llamó para dentro y escribió en el encerado estas palabras: Compadécete del pobre, Que de puerta en puerta llama, Quien sabe, quizá, tal vez tu mismo, Tendrás que pedir mañana. Parece que se convirtieron en una profecía para los cientos de miles de pobres de la España de hoy, siglo XXI, llevados a la indigencia por una crisis que no causaron y un gobierno con mayoría absoluta que solo mira para los de arriba, y tiene a 6 millones de ciudadanos en extrema pobreza y a tres de ellos que no reciben ninguna prestación, y para mofa su Presidente dice que "ahora ya no se habla de paro", porque baja el paro, y afortunadamente en este pasado mes de mayo más, pero lo que no dice es que el 24 % de los contratos son de menos de una semana de duración. Luego, aquel inolvidable maestro, durante el resto de la mañana, nos explicó el significado de aquellas palabras y nos ayudó a reflexionar a fondo sobre el respeto a los más pobres. Con aquel Maestro todos aprendimos a leer y escribir, algunos pudimos hacer el ingreso al bachillerato, otros pudieron emigrar con lo que allí habían aprendido. No nos ponía deberes para casa, no cargábamos con libros a la espalda, no suspendía a nadie. No había ni la más mínima violencia, ni mucho menos acoso. El respeto a aquel Maestro y entre nosotros era algo connatural y espontáneo. Cuando explicaba para todos, el silencio y la atención eran totales. No tenía ninguna necesidad de llamar a los padres para darles alguna queja de su hijo. Por la noche era optativo dar una hora de clase a los más mayores que no podían venir de día por trabajar en casa, pero a él le parecía muy poco y les daba dos, aunque solo cobraba por una. Con lo que aquel maestro nos enseñó, en una de las dos horas de los viernes por la tarde, todos aprendimos el Padre nuestro, el Credo, el Ave María, y el Catecismo de entonces y así todos hicimos la Primera Comunión, con vestidos de pobres y no de princesas, "novias", o generales, como estamos viendo estos días. Como éramos tantos, a los más mayores les pedía a veces colaboración para enseñar a leer a los más pequeños. El compraba los libros, que servían de unos para otros, y cuando se desencuadernaban por tanto uso, por la noche los cosía en su casa. El primer día de mayo nos dejaba una hora libre por la mañana para ir a recoger flores al campo y preparar un pequeño altar para la Virgen, que era un cuadro con la Inmaculada de Murillo. En una ocasión, por defender a una mujer injustamente acusa, fue retenido durante día y medio por un destacamento militar que patrullaba por aquella zona. El era el consejero y abogado de los muchos que a acudían a él ante cualquier necesidad. Entonces, ni en Academias o Universidades había preocupación alguna por el Medio Ambiente, pues esta preocupación nace oficialmente en la Conferencia de Estocolmo en 1972. Pues bien, aquel gran Maestro un día nos invitó a todos los alumnos a plantar un tejo, traído por él, en la plazoleta que había delante de al escuela. Todos participamos en hacer el hoyo, en sujetar el árbol, en rellenarlo y compactarlo de tierra y regarlo. ¿Por qué un tejo? Porque en Galicia el tejo es un árbol totémico desde tiempos de los Celtas, protector del hogar y la familia. Por eso delante de muchas Iglesias y capillas más antiguas de Galicia hay siempre uno o más tejos, muchos centenarios, incluso oficialmente registrados por su antigüedad. Al terminar de plantarlo y regarlo nos enseñó este HIMNO AL ARBOL, que, con pequeñas diferencias, es el himno al árbol de Colombia, que nos hizo aprender de memoria y por eso aún lo recordamos: "Cantemos al árbol Con voces de paz y de amor. Defiéndalo el hombre Protéjalo Dios. Para el aire puro Campestres aromas, Para el caminante Regaladas sombras. Por entre sus ramas Colgarán las aves Sus nidos de amor. Uno para el otro Los dos creceremos. El se irá elevando Y yo iré creciendo. Y sí triste y solo Llegase a morir Dejaré en el mundo Un árbol siquiera Plantado por mi". Así, pues, como compromiso con el Medio Ambiente, no nos marchemos de esta orilla de vida sin dejar un árbol plantado en ella, que con sus ramas al viento nos diga: hasta luego, para encontrarnos de nuevo para siempre en la otra orilla de la Vida. Un último detalle: Este maestro era "ocultamente" (pues estábamos en plena, cruda y dura dictadura), republicano.
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