La ingenuidad teológica de los neoconservadores fundamentalistas norteamericanos llega hasta la ridiculez de decir que hay que defender la Creación frente al Big Bang. Y la ingenuidad anti-teológica hace decir, al público mal informado en el bando contrario, que hay que defender el Big Bang en contra de la Creación. Como si no supiéramos que son dos maneras de percibir y expresar la misma realidad, científica y mitopoéticamente.
¿La primera partícula o la última? ¿Partícula maldita o bendita, divina o atea? ¿Qué etiqueta le colgamos al bosón de Higgs? En los comentarios a la ligera sobre el descubrimiento de los investigadores del CERN, se precipitaron las ideologías religiosas, al unísono con las antireligiosas, para usar la noticia en favor de la Creación, por un bando, o de su rechazo, por el contrincante. Si viviera Laín Entralgo, puntualizaría que la investigación cuántica sobre las partículas subnucleares pertenece al dominio de “certidumbres empíricas sobre lo penúltimo”, compatible sin conflicto con la certeza de las “creencias en incertidumbre sobre lo Último”. Así escribía nuestro gran médico filósofo en el ensayo que le mereció, en 1999, el Premio Jovellanos: “Para la mente humana, lo cierto es y será siempre penúltimo, y lo último es y será siempre incierto… Los saberes científicos nos ilustran con verdad y evidencia acerca de cómo son las cosas, cómo se nos muestran, cómo han llegado a ser lo que son y cómo hacen lo que hacen, no qué son para mostrársenos como se nos muestran… En el arte de bien combinar entre sí lo que para el hombre es cierto y penúltimo (los resultados de la mejor ciencia…) y lo que es último e incierto (lo que enuncian las creencias, sean profanas o religiosas, cuando son la respuesta razonable a preguntas últimas), está la clave de la armonía intelectual” (Qué es el hombre, pp. 220-23). Con semejante armonía respondía Fabiola Gianotti, coordinadora de experimentos en el proyecto de búsqueda de la incógnita partícula; fue sensata, además de exacta, científica y religiosamente, su contestación: “La ciencia seguramente nunca podrá demostrar ni la existencia ni la inexistencia de Dios”. Pero aún quedan resabios de la apologética decimonónica del “Dios-tapa-agujeros”; se defendían contra la ciencia haciendo cantar en la catequesis del parvulario los ripios de la causalidad: “No hay reloj sin relojero / ni mundo sin Creador /el que no lo vea está ciego/ que el mundo lo hizo Dios”. Esta confusión de poner la fe en la creación al nivel de las causas físicas, solo sirve para provocar su rechazo. No es extraño que Hawkins, como científico no creyente, ironice cuestionando: “Si el universo no tiene límites ni fronteras, ni principio ni fin, ¿Qué sitio queda para un creador?” No era con aquella apologética anticuada, sino con mejor teología como respondía a Hawkins el sacerdote anglicano, matemático y físico, John Polkinghorn: “El lugar que queda para el Creador no es un sitio al principio, sino en todos y cada sitio. La creación no es algo que Dios hiciera hace quince billones de años, sino algo que está haciendo aquí y ahora continuamente” (Cf. The Faith of a Physicist, p.73). El papel divino no es un puntapié inicial al balón del big bang para desencadenar la evolución. No comparemos la acción creadora con un saque de honor al comienzo, sino con al aire que se respira durante toda la competición. Imaginemos el despliegue de la evolución cósmica como una línea sinuosa, con avances y retrocesos por la superficie de una esfera. Para hablar de creación trazaremos un radio hasta cada punto de la superficie, todos equidistantes del centro. La creación no es algo pasado, está ocurriendo continuamente. “Te proclamo algo nuevo, secretos que no conoces”, dice Isaías, “ahora están siendo creados, y no antes…” (Is 48, 7). Por eso, la búsqueda científica de la teoría única no es incompatible con el retorno a la unidad primordial por la mística. Pseudo-ciencias y pseudo-religiones, ideologizadas, son incompatibles. Ciencia y espiritualidad, con docta ignorancia, son hermanables. Ciencia y mística coinciden en plegarse a la realidad, reconocer ignorancia y salir de sí, pasando por la nada para preguntar por todo. En corrientes de pensamiento orientales no se han desarrollado teorías complicadas sobre evolución o creación, materia y espíritu, fragmentación y unidad. Pero se ha cultivado el retorno a la unidad primordial mediante prácticas corpóreo-espirituales como el yoga: respiración y contemplación. Al periodista que entrevistó a Higgs en el laboratorio y viajó luego a Bombay para un reportaje sobre el ashram de Swami en Vrindavan (India), le vino bien gustar durante el vuelo unos versos de La Divina Comedia. La sugerencia de Dante vale para pasar del bosón al yoga: “En su hondura descubrí cómo se adentra / atado con amor en un volumen / cuanto por el mundo se desencuaderna”. (Nel suo profondo vidi che s’interna,/ legato con amore in un volume, / ciò che per l’universo si squaderna. Canto 33, del Paraíso).
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