Estos días ha aparecido una gran variedad de artículos y comentarios sobre los atentados terroristas de París. Todos estamos consternados y preocupados por el auge del terrorismo yihadista. Sin embargo, desde una postura ética y evangélica, contemplo como descentradas las medidas que los gobiernos europeos, y entre ellos el nuestro, están asumiendo frente a esta amenaza. Parecen enfocadas hacia la confrontación y la venganza, con lo cual se corre el riesgo de generar una espiral de violencia de incalculables consecuencias. Estas medidas y “pactos” favorecen, asimismo, el crecimiento de la islamofobia, que es caldo de cultivo para el radicalismo yihadista. Por este camino nos estamos exponiendo a posibles acciones terroristas en un futuro no muy lejano. No es la venganza, ni la guerra, ni el armamentismo, ni la construcción de vallas y concertinas la solución a este conflicto.
Para frenar esta amenaza es necesario abordar con sensatez y con un criterio ético las causas que dieron origen al yihadismo. Todo empezó con la prepotencia de Occidente frente a los países musulmanes, el control de sus yacimientos petrolíferos y, sobre todo con la infeliz invasión a Irak, país que después de esta criminal intervención, ha quedado destrozado y desangrado por las acciones terroristas de los vencidos. Todos hemos condenado los atentados de París y nos hemos solidarizado con las víctimas, pero ¿quién se conmueve y condena los atentados que a diario ocurren en Siria, Irak y África donde han muerto, y siguen muriendo, millares de hombres, mujeres y niños? Son tragedias que permanecen desapercibidas ante la opinión pública de Occidente. ¿Acaso un sirio, un iraquí o un africano no tienen la misma dignidad que un europeo o norteamericano? No es humano poner a las víctimas europeas, blancas y cristianas, como las únicas que merecen atención. Por todo ello, como cristiano rechazo la aplicación de la Ley del Talión “ojo por ojo y diente por diente” que Jesús de Nazaret censuró. La situación está exigiendo una seria reflexión política por parte de los gobiernos de Occidente para analizar las causas del conflicto y sentar bases que conduzcan a una política de respeto y de diálogo. Urge un desarrollo de la educación para la tolerancia y el respeto a la diversidad cultural y religiosa como camino para la convivencia entre los pueblos. Los gobiernos y toda la comunidad internacional deben revisar y poner control a la industria armamentista que, según muchos analistas, es el gran negocio que está detrás de las guerras, beneficiándose a expensas de los muertos. Urge, asimismo, un cambio ético-espiritual en la conciencia ciudadana frente a los inmigrantes musulmanes que conviven entre nosotros. El Islán es una religión de paz, como lo es el cristianismo o el judaísmo, aunque en la realidad histórica haya posturas personales fundamentalistas y radicales que tergiversan la esencia de la religión. Antes que creyentes somos personas, como antes que españoles o europeos somos ciudadanos del mundo. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si nos llama a vivir y sentirnos como hermanos más allá de las culturas, nacionalidades y creencias religiosas, cuidando juntos la Tierra, nuestra Casa Común, haciendo de ella un espacio de convivencia y de paz.
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