Vemos al papa Francisco casi a diario. Sus palabras y gestos impactan. Pero más allá de ellos, ¿qué estamos viviendo, como Iglesia, en este tiempo de gracia que nos ha regalado el Señor? Hace pocos días, de visita en Estados Unidos, el teólogo José Antonio Pagola definía la acción de Francisco de esta manera:"Todos los días, con sus gestos, con sus palabras y con su vida entera, nos está arrastrando hacia Jesús y el Evangelio (...) No se queda en recuperar el espíritu y las líneas de fuerza del Vaticano II. Nos dice que hemos de volver a Jesucristo". Pagola describe el ministerio de Francisco como un recorrido, un viaje hacia Jesús. El mismo Papa lo ha explicitado en la entrevista publicada por La Vanguardia de Barcelona: "Para mí, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir al día de hoy.
El piloto a cargo de la nave sabe a dónde ir y lo propone al conjunto del Pueblo de Dios. Como todo viaje tiene una ruta y un cronograma estimado, donde hay momentos plácidos y dificultades, bonanzas y contratiempos. En su segundo año como piloto de la barca de Pedro, Francisco está entrando en el mar de los Sargazos de su propuesta y va a necesitar toda la ayuda de Dios, pero también toda nuestra fuerza y compromiso, para poder superarlo. El mar de los Sargazos es una región del océano Atlántico al este de la península de Florida. Es un sitio particular, donde se combinan ausencia de vientos, corrientes marítimas contrapuestas y abundancia de algas. Durante siglos, por allí pasaron los navíos que iban y venían de Europa y América y era frecuente que algunos de ellos quedaran detenidos o atascados. Si Francisco nos propone un viaje de regreso a Jesucristo, un viaje largo para algunas costumbres y estructuras eclesiales, creo que el Papa está ingresando en una zona donde su proyecto (contra la autorreferencialidad, a favor de una Iglesia en salida y hacia las periferias, con talante misericordioso) corre el riesgo de quedar atrapado en la típica "calma chicha" de aquella región y, si esto sucediese, poner en riesgo la esperanza de este viaje. En el mar de los Sargazos abundan las algas, al punto que pueden detener a un barco en medio de un inmenso océano. En la Iglesia tenemos abundancia de algas, algunas de ellas especialista en detener proyectos de reforma. Algas expertas en normas y que exigen pureza total en los fieles; algas de una tradición mal entendida, conservadora y enceguecida; algas que le tienen miedo al mundo, donde solo ven tragedias y desastres; algas nostálgicas de la Cristiandad, de un tiempo supuestamente idílico donde todo "estaba claro". La barca de Pedro a cargo hoy de Francisco entra en zonas donde estas algas abundan... y la Iglesia puede quedar enredada en ellas. En el mar de los Sargazos hay corrientes opuestas, algunas siguen el sentido de las agujas del reloj y otras van contra ellas. Si no se aprovecha lo mejor de cada una de ellas, un barco puede quedar detenido por equilibrio de fuerzas: ni avanza ni retrocede, no va ni a un lado ni al otro. En la Iglesia hay abundancia de corrientes, una diversidad que también es riqueza cuando se combinan armónicamente. Pero en estos tiempos hay corrientes que pretenden ser las únicas verdaderamente cristianas y se presentan como la única carta de navegación posible hacia el Señor. En este tiempo de Francisco estas corrientes se presentan diciendo: "El Papa tiene que..." Para algunos, tiene que abolir el celibato obligatorio para los sacerdotes; permitir la ordenación de las mujeres; cambiar la forma en que se designan obispos; cerrar el IOR... y tantos otros planteos. Si el Papa no hace muchas de estas cosas, será una decepción. Para otros, el Papa tiene que defender los principios "innegociables" (según ellos), ser un cruzado contra el aborto, defender a la familia y al matrimonio, abroquelarse detrás de los principios tradicionales de la moral. Si no lo hace, estará bordeando la herejía. Cada una de estas corrientes estuvo expectante (y asombrada) por el primer año del papa Bergoglio. En este segundo año y en los posteriores, querrán imponer, con más o menos fuerza y sutilezas, sus cartas marinas. En cualquier caso, la barca de Pedro no volverá a Jesucristo a menos que se haga lo que ellos consideran "auténtico" o "válido". El gran test para superar (o estancarse) en este momento estará dado por los dos Sínodos de Obispos (2014 y 2015) convocados para reflexionar sobre la pastoral de la familia y por el Encuentro Mundial de las Familias de Filadelfia, previsto para septiembre de 2015. El Papa ha asumido la necesidad de profundizar la dimensión sinodial para la animación de la Iglesia y la necesidad de escuchar la voz del Pueblo de Dios (por ello la encuesta enviada a todas las diócesis sobre problemáticas familiares); aprovechó la creación de nuevos cardenales para reunir a aquellos presentes en Roma para preparar el camino hacia los dos Sínodos; insiste en que "hoy la familia tiene necesidad de mucha ayuda pastoral"... Ha generado una metodología y un clima de apertura para debatir estas cuestiones. El pontificado de Francisco está entrando en su mar de los Sargazos, del cual saldrá fortalecido o quedará detenido tras estos tres acontecimientos. Porque a raíz de sus características geográficas y climáticas, el mar de los Sargazos ha sido tomado, metafóricamente, como el sitio donde los barcos se pierden, donde los viajes se frustran, donde los proyectos desaparecen. Para la propuesta de Francisco –sintetizada en su exhortación Evangelii Gaudium- la forma en que surque este mar de los Sargazos es crucial para transformar corazones, prácticas y estructuras o para convertirse en una profunda decepción. Sus palabras, gestos, actitudes y propuestas serán leídos ya no como una "sorpresa" sino a la luz del resultado de este tramo del viaje. El Papa necesita distinguir la vida que brota de muchas algas eclesiales de aquellas que pretenden detener la marcha de la Iglesia hacia Jesucristo, su permanente conversión y reforma. Necesita aprovechar lo mejor de cada sensibilidad, tradición y opciones existentes dentro de la Iglesia. Francisco necesita de oración y de pericia. Bergoglio es un hombre de oración profunda y tiene gran capacidad de gobierno. Pero necesita también encontrar vientos favorables, necesita del viento del Pueblo de Dios para empujar la barca, desenredar algas paralizantes, evitar el choque de corrientes opuestas. En este mar de los Sargazos, los cristianos no podemos ser espectadores, tenemos que acompañar aún más al obispo de Roma. Hacer nuestra (y manifestarlo) su propuesta: poner los ojos en Jesús; ir a lo esencial, las Bienaventuranzas y Mateo 25; ser misericordiosos; descubrir el paso cotidiano de Dios por la vida; anunciar y proclamar el amor de Dios por cada hombre, explicitado en Jesucristo; rezar por el Papa, como siempre nos lo pide y cada vez necesita más. Estamos a las puertas de un momento clave para la Iglesia. El Papa Francisco apuesta por suscitar convencimiento, antes que imponer sus puntos de vista, como lo ha explicitado en el regreso desde Tierra Santa: "El convencimiento es muy importante. Un trabajo de convencimiento, de ayudar... Hay algunas personas que no lo ven claro, pero toda reforma lleva consigo estas cosas". Ayudémoslo a construir una opinión pública eclesial que sirva de viento impulsor para cambios imprescindibles, seamos protagonistas, conformemos un verdadero "sensus fidei" (cf. Evangelii Gaudium 119), estemos junto al sucesor de Pedro y abramos de par en par nuestras puertas al Espíritu Santo para que la Iglesia sea, para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, testimonio vivo de la salvación.
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