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Feliz Ano Nuevo por: José Enrique Galarreta

1/1/2012

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He leído por ahí una sugerencia: que se cambien los nombres de las fiestas de

“Navidad”

“Nochebuena”

“María Madre de Dios”

“Epifanía”...

Y que se llamen:  

“fiestas de invierno”

“noche de la familia”

“año nuevo”

“noche de los niños”.

Y me he quedado un tanto sorprendido de mí mismo porque no me ha parecido del todo mal, no lo he sentido como un ataque a la religión. La verdad es que más bien me ha parecido que es poner nombres a lo que realmente significan estas fiestas para la mayoría, no digo sólo a la mayoría del país, sino a la mayoría de los que nos decimos cristianos. En el fondo, eso es lo que celebramos, aunque lo vistamos con colores presuntamente religiosos.

Veamos algún detalle. El corazón íntimo de la Nochebuena es la misa del gallo. A media noche (así lo pinta la tradición), una eucaristía de contemplación, de acción de gracias, de devoción. Pero hemos tenido que ponerla a las ocho de la tarde, porque a las doce no va casi nadie. La razón es sencilla: es mucho más importante la cena.

El primero de enero es la fiesta de Santa María Madre de Dios… para sorpresa de los fieles, porque todo el mundo sabe que estamos celebrando el año nuevo, y eso es lo que nos decimos sin parar, “feliz año nuevo”.

El día de reyes nadie se acuerda de nada que tenga que ver con Jesús ni casi nadie sabe qué significa lo de la “fiesta de la epifanía”. Se trata de atiborrar a los niños de innumerables regalos inútiles (los que se lo pueden permitir) o al menos regalarles un jersey nuevo o unos cuadernos de uso escolar los que no pueden más.

Por eso el adviento suele resultar tan soso, porque de por sí es prepararse para Navidad, intensificar la esperanza en “Dios con nosotros”, calentar motores para un día grande.

Pero nuestra preparación es más pedestre: comprar de antemano los langostinos y el turrón (que si se compra tarde resulta mucho más caro) y organizarse un poco: noche buena con los abuelos paternos, navidad con los maternos, noche vieja en casa, que hay que disfrazarse para irse por ahí toda la noche, año nuevo durmiendo hasta las cuatro de la tarde, y tener preparados y escondidos los juguetes para los niños y los perfumes o corbatas o demás cosas inútiles para el día seis. Por cierto, siempre me ha sorprendido que en la tele se multipliquen estos días los anuncios de coches: ¿es que la gente pudiente se regala coches en estos días?

Pues eso es lo que se reflejaría en el cambio de nombres, nada más, no seamos comediantes, como llamaba Jesús a algunos fariseos. Yo creo que por eso tienen cada vez más éxito el árbol y papá Noel (o santa Claus, que da lo mismo), porque mantienen la fiesta y los regalitos sin hacernos pensar en Jesús. Porque a Jesús no le van nada los langostinos, la lubina, el atracón de mazapanes, ni muchos menos el aluvión de juguetes, los perfumes caros y todas esas cosas.

Dándoles vueltas a estas cosas va y me acuerdo de aquella frase de los Hechos de los apóstoles que hablando de las primeras comunidades cristianas dice:

“No había entre ellos ningún indigente, porque nadie consideraba propios sus bienes, sino que los que tenían casas o campos los vendan y ponían el precio a los pies de los apóstoles para que los repartieran a los necesitados”.

¿Se imagina usted una ciudad, un pueblo, en el que en Navidad nadie pasara hambre, nadie durmiera debajo de un puente, no aparecieran mendigos a la puerta de las iglesias o de los supermercados, nadie estuviera angustiado porque le iban a echar de su piso por no pagar la hipoteca, nadie cenara solo…?

Pero todo esto ya ha pasado. Estamos en enero, subiendo la cuesta, o sea la factura de nuestros excesos. Y decimos que estamos en un año nuevo, que es muevo solamente por el número de serie. Pero es exactamente igual que el viejo.

Jesús ha nacido otra vez, como todos los años, tan inútilmente como el año pasado. Los juguetes están guardados y los niños en el cole. Los mendigos vuelven a chupar frío y a cotizar a sus mafias. Los de la hipoteca a lo mejor ya están en la calle. Los sin papeles sobreviven haciendo chapuzas hacinados en sus pisos/colmena, pasto fácil de la prostitución y de la droga. Los negocios siguen siendo los negocios, el paro es el paro y crece indiferente a todo, proliferan las tiendas de ropa cara (ahora en rebajas para que la gente no se eche atrás)… no sé qué tiene de nuevo el año que estrenamos.

Pero nos deseamos que sea feliz. Menos mal, parece que a pesar de todo no hemos perdido la esperanza de que todo vaya a mejor. ¿Nos habremos convencido quizá de que esa, precisamente esa, es la cacareada “voluntad de Dios”, que es un término que sólo usamos cuando nos pasa algo malo?

La voluntad de Dios es un año nuevo y más feliz, una vida nueva y más feliz (y que no se acaba). La voluntad de Dios es una humanidad más humana, más sensata, más solidaria, menos violenta, más cuidadosa con la naturaleza, más generosa, que disfrute más con menos, que piense en plural, en nosotros más que en mí… Es el sueño de Dios, el gran proyecto, lo que Jesús llamaba “el Reino de Dios”.

Todo este sueño nació cuando nació Jesús, él lo puso en marcha, pero ¿quién se acuerda de esto la noche de los turrones, la noche de los disfraces, la noche de los juguetes?

Me acuerdo de la nochebuena que celebrábamos en mi noviciado: cena a las nueve, ayuno y abstinencia y en silencio riguroso mientras se leía en voz alta algún libro piadoso. Luego cada uno a su cuarto a meditar. A las doce misa solemne, larguísima, con mucha música sacra. Y a la cama, felices pascuas. Y tampoco es eso, porque si ha pasado algo estupendo hay que celebrarlo, pero ¿no podríamos celebrar todo esto sin perder el estilo de Jesús?

Feliz año nuevo, amigos, que seáis tan felices como Jesús mismo. Podríamos preguntarnos si Jesús fue feliz, y cómo fue feliz. Y a lo mejor a alguno se le ocurre que Dios no se equivoca, y que la felicidad es eso.

 

FELIZ AÑO NUEVO, HERMANO

Feliz año nuevo, hermanos,

feliz, que no se cumplan

vuestros deseos, que siempre son para mal.

Que no os toque la Lotería, que con el dinero

se os endurecerá el corazón y miraréis

al suelo, sólo al suelo,

y dejaréis de caminar.

Que no os sonría la salud, que un día

el dolor os haga comulgar con el dolor

de los hermanos.

Y que no os quiera todo el mundo,

que el mundo sólo quiere a los suyos

y vosotros no,

no sois del mundo.

Feliz año, hermanos, año nuevo,

nuevo de nuevas ganas de vivir caminando,

nuevo de caminar mejor, de ser más libres,

año de servir más, año de conocer

a Jesús, el Libertador.

Feliz año libre, hermanos, libre

de necesitar más tierra en vuestras bolsas, libre

de no pensar en que otros pasan hambre, libre

de medir a los otros como ellos os miden, libre

de estar histéricos porque os quieran y os alaben, libre

de estar angustiados por vuestros propios pecados, libre

de prescindir de Dios, y de temerle, libre

hasta de la Ley, que ya ha venido

Jesús Libertador, que se muera la muerte

de servir al dinero y al confort y a la envidia,

que se muera la muerte del temor a Dios juez,

que se muera y se pudra el precepto,

el castigo, que se muera el infierno, que se muera

ese viejo de tierra calculador y corto de vista

que nació con nosotros en nuestra propia carne,

que se muera la carne, que ya está entre nosotros

La Vida, Nueva de primavera, brillante de pura aurora,

que todo es nuevo, que nos han roto las cadenas,

que los montes y las estrellas van radiando

la Gran Noticia, el Evangelio eterno,

que Dios te quiere, que ya te han Liberado, que eres

Hijo, que nunca, nadie

podrá apartarte del amor de tu Padre,

manifestado en Jesús,

nuestro hermano mayor, nuestra cabeza

de puente, el caminante

que ya está allí, arrastrando la cordada

de todos los hermanos

desde la casa de la luz eterna.

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