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Fe-confianza vs seguridades por: Fray Marcos

8/7/2011

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Como el domingo pasado vemos una parábola en acción. En este relato, lo que pasó tiene poca importancia; todo él está lleno de símbolos que nos quieren llevar más allá de una información de sucesos puntuales.

Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales. Algunos exegetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real.

También hoy es la primera lectura la que nos empuja a una interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro reciben una magistral lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La experiencia les enseña que Dios no se puede meter en conceptos y que es siempre más de lo que creemos. Nunca se identifica con lo que pensamos de Él.

Además de Mateo, lo narran Marcos y Juan. Los tres lo sitúan inmediatamente después de la multiplicación de los panes. Los tres presentan a Jesús subiendo a la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua. También coinciden en señalar el miedo de los discípulos; Mateo y Marcos dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma: Soy yo, no tengáis miedo. El resultado de la presencia de Jesús es la calma.

El episodio de Pedro es propio de Mateo. En Marcos y Mateo, es Jesús quien manda a los discípulos embarcar y marchar a la otra orilla; pero el verbo empleado en griego, deja entrever una cierta imposición. En Juan, la iniciativa es de los discípulos, pero además, se deja entender que lo hacen despechados porque Jesús no quiere aceptar la propuesta de la gente que pretendía proclamarlo rey.

Hoy la exégesis es muy importante para llegar al mensaje. En todo el AT, el monte es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino que es su propio lugar.

Como Moisés la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en esa cercanía a la esfera de lo divino. La multitud sólo piensa en comer. Los apóstoles sólo piensan en medrar. Para defenderse de estas tentaciones, Jesús se pone a orar.

Orar es descubrir su auténtico ser, darse cuenta de lo que hay de Dios en él para poder vivirlo. Es muy interesante descubrir en los evangelios que Jesús necesita de la oración para conectar con Dios, desbaratando así, la idea simplista que tenemos, de que él era Dios sin más. Jesús, como ser humano enfrascado en la vida, tiene necesidad de contrarrestar esa inercia de la naturaleza con momentos de auténtica contemplación.

Jesús sube a lo más alto. Los discípulos bajan hasta el nivel más bajo, el mar. Creen que van a encontrar allí las seguridades que Jesús les niega al no aceptar la gloria humana. En realidad encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús camina sobre todo esto.

En el AT se dice expresamente que sólo Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, se están diciendo dos cosas: que domina sobre las fuerzas del mal y que es Dios. No es fácil imaginar lo que en realidad pudo pasar, si es que hubo un episodio real, que diera pie a este relato.

En este relato podemos apreciar la visión certera que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia.

Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque sólo después de la experiencia de la resurrección, descubrieron los apóstoles su divinidad.

La falta de artículo en la confesión: “verdaderamente eres hijo de Dios”, deja abierta la posibilidad de que ellos también pueden ser hijos.

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles, son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente saciada.

Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les hace descubrir al verdadero Jesús.

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra bien en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda.

La respuesta de Jesús a los gritos de miedo, es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El “ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia para dejar clara la naturaleza de la figura de Jesús. Si es Él, no tienen por qué tener miedo.

El episodio de Pedro, merece una mención especial. Sólo lo relata Mateo, y es muy probable que sea una tradición, seguramente legendaria, exclusiva de esa comunidad. Aunque así sea, tiene mucha miga.

Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; haz que yo partícipe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser:ven.

Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano consciente. En todas  las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento.

Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación. Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.

Tanto el episodio de Elías, como el relato del evangelio están llenos de enseñanzas para nosotros hoy.

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos.

Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, sólo puede ser experimentada.

El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Lo mismo podíamos decir nosotros, si te encuentras con dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creación de tu imaginación; es un ídolo. Si lo buscas fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.

También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús no está presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo.

Le reconoceríamos enseguida si desplegara su poder y se manifestara de forma portentosa. Eso ha sido siempre la gran tentación. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro. ¡Qué difícil aceptarlo!

Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestros ídolos, o marchar en busca del verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma, intentar mantener a toda costa el dios ídolo que hemos pulido y alicatado durante dos mil años.

La consecuencia es clara: nunca lo encontraremos. Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos están. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles.

Se encuentran, en cambio,  muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida.

Siempre nos ha interesado el Dios todopoderoso que hace y deshace a capricho, que puede emplear esa omnipotencia en favor mío, si cumplo determinadas condiciones. Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la verdadera fe-confianza. No es el miedo lo que tiene que llevarnos a Dios, sino la confianza total. Ni como Iglesia ni como individuos podemos seguir poniendo nuestra salvación en las seguridades externas.

En los acontecimientos venturosos hay peligro de encontrarnos con un dios falso. Sólo los acontecimientos adversos nos obligan a descubrir el Verdadero Dios. Como decía Job: “Yo te conocía sólo de oídas; ahora te han visto mis ojos”.

La historia de la Iglesia nos demuestra esta realidad. Cuando todo iba viento en popa, se alejaba del evangelio. Cuando era perseguida, crecía la fidelidad a su Maestro. A Israel le pasó lo mismo.

Meditación-contemplación

“Mándame ir hacia ti… Ven”

El ansia de lo divino es una constante en el ser humano.

Es un anhelo positivo que está puesto ahí por Él.

Nuestro fallo está en querer conseguirlo por un camino equivocado.

…………………….

Lo divino forma parte de nosotros.

Es la parte sustancial y primigenia de mi ser.

Cuando descubro y vivo esa presencia,

despliego todas las posibilidades de ser que ya hay en mí.

…………………..

El secreto está en la absoluta confianza en Él.

Si pretendo buscarle como un bien más de consumo,

solo me encontraré con las seguridades terrenas.

Solo lanzándome sin “paracaídas” conseguiré aterrizar en Él

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