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Evangelio y no-dualidad por: Enrique Martínez Lozano

12/3/2011

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Hasta donde conocemos, Marcos fue el creador del género literario llamado “evangelio”. De manera que ese término que, en un primer momento, designaba la “buena noticia” proclamada, empezó a usarse para referirse a todos aquellos escritos que buscaban transmitir la vida de Jesús y su mensaje.

Ese “doble significado” de la palabra puede apreciarse en el inicio mismo del relato marcano: “Comienzo del evangelio de Jesús…”. Se refiere, en primer lugar, como es obvio, a la actividad de Jesús (o, más exactamente aún, a la “buena noticia que es Jesús”); pero se presta fácilmente a entenderlo también como referido al escrito en cuanto tal (“aquí comienza la buena noticia escrita sobre Jesús”).

En cualquier caso, la citada expresión no constituye tanto la primera frase del texto, cuanto el título de todo el libro: todo él viene a mostrar a Jesús como “Mesías” (Cristo, Ungido) e “Hijo de Dios”. Y ésa es, precisamente, la “buena noticia”.

Desde el comienzo mismo, el autor manifiesta su intención expresa de presentar a Jesús, no sólo en la línea de los grandes profetas de su pueblo, sino como aquél en quien se cumplen las promesas anunciadas.

En concreto, son palabras de Malaquías (3,1) y de Isaías (40,3) –aunque el autor atribuya todas a este último-, que Marcos aplica a la persona de Jesús, según una fórmula casi sagrada que las sanciona: “Está escrito”.

Dicha fórmula remite al lector directamente a la Torah; es decir, desde el mismo comienzo, todo el acontecimiento de Jesús se anuncia como “previsto” por Dios. Aunque para ello, Marcos deba cambiar el destinatario de las palabras del profeta: mientras éste hablaba de “preparar el camino al Señor (Yhwh)”, el texto evangélico se refiere explícitamente al “Señor” Jesús.

Nos hallamos, pues, ante un texto “fundacional” del cristianismo –en realidad, todo el evangelio lo es-, que afirma que Jesús es el Hijo enviado por Dios, tal como había sido anunciado “desde antiguo” en quien se cumplirían, por tanto, todas las esperanzas de la humanidad.

Este es el texto. Lo que ocurre es que puede leerse desde diferentes “claves de lectura”. Mientras hemos permanecido en un nivel de conciencia que podemos llamar mítico, utilizando un modelo dual de conocer, la lectura de todo lo relativo a Jesús parecía ser sólo una (la lectura se había hecho coincidir con un “idioma” concreto): el Hijo único de Dios, eterno y preexistente, se encarna en Jesús de Nazaret, según un “proyecto” divino que puede rastrearse, incluso, desde el momento mismo del pecado original. El es, por tanto, el “único Salvador y Mediador”.

Sin embargo, apenas empieza a emerger otro nivel de conciencia (transpersonal) y otro modo (no-dual) de conocer, saltan las disonancias y todo un torrente de preguntas (que, si quedan silenciadas, se debe únicamente al temor de abandonar las fórmulas aprendidas).

Enumero simplemente algunas de ellas:

·         ¿Cómo pensar en Dios como un ser separado, cuando, como dijera Nicolás de Cusa, no puede ser “lo otro” de nada? El Misterio de Lo que es no está “al margen” de nada de lo que es.

·         ¿Qué significa, en concreto, que “Dios se hace hombre”? ¿Acaso “cabe” todo el Misterio en un ser humano? (Puede advertirse que, desde la perspectiva mítica, esto no ocasionaba problemas, porque se percibía a Dios como un “ser separado” todopoderoso que “podía”, por tanto, “introducirse” en un hombre. Pero es justamente todo este imaginario el que cae al cambiar el nivel de conciencia y el modelo de cognición).

·         ¿Cómo puede ser Jesús el único Salvador? ¿No suena esta idea a etnocentrismo competitivo, que parece ignorar la presencia de lo divino en toda la realidad?

·         Presentar a Jesús en clave de “rivalidad” frente a los demás seres humanos, ¿no es sencillamente una consecuencia del propio modelo dual, que se basa en la supuesta e incuestionable realidad del “yo”, como nuestra identidad última? ¿Qué sucede cuando venimos a descubrir que el “yo” es sólo un “objeto” dentro de quienes realmente somos?

Podría seguir con más preguntas. Pero me parece que éstas pueden bastar para hacer ver la disonancia cognitiva en que nos encontramos, y que, si somos honestos, tendremos que afrontar.

Para empezar –y evitar malentendidos-, quiero insistir en el hecho de que se trata sólo de un “cambio de idioma”, de una modificación de la “clave de lectura”. Y que, más allá de idiomas y de claves, lo realmente decisivo se juega en otro nivel, en la experiencia o vivencia de cada persona.

Como sucede con los lingüísticos, todos los “idiomas culturales” son legítimos y pueden convivir siempre que no olviden que son sólo eso: idiomas. La Verdad a la que apuntan está más allá y se les escapa. Únicamente, cuando ellos callen y la mente se silencie, podremos llegar a la Comprensión.

Con esta salvedad, querría plantear sencillamente la posibilidad de una lectura del texto evangélico –y del Credo cristiano- desde la no-dualidad, es decir, desde una “perspectiva de conocer” absolutamente legítima y coherente, que parece emerger cada vez con mayor fuerza entre nosotros.

Desde ella, surge una primera afirmación: no existe nada separado de nada. Todas las “separaciones” que afirmamos no son sinoconstrucciones de nuestra mente, caracteriza por la separatividad y la dualidad. Basta silenciarla, para que se haga manifiesto que sólo existeEso no-dual, que nos constituye a todos y a todo. La trampa radica en el hecho de que, mientras queramos percibirlo con la mente, se nos escapará.

En el modelo no-dual, Dios deja de ser percibido como un “Ser separado” –proyección de nuestra propia pre-comprensión como “individuos” o yoes-, y empezamos a abrirnos a él como La Mismidad última de todo lo que es, el Misterio consciente y amoroso, que en todo se expresa y todo lo abraza. No como si fueran realidades separadas (Dios / lo que no es Dios: esto sólo es así para nuestra mente), sino en la misma Unidad en su “doble cara”, manifiesta e Inmanifestada.

Jesús es también Eso no-dual, expresado admirablemente en un ser humano. Tan admirablemente, que fácilmente podemos reconocerlo como “espejo de humanidad” y, por tanto, de divinidad: de nuevo, las “dos caras” de lo Real.

No tiene sentido hablar ya de “salvación”, ni de un salvador “único”. Estas son categorías deudoras exclusivamente del estadio mítico. Todo está ya salvado, porque todo está/es en Dios; no nos hace falta más que reconocerlo, caer en la cuenta, verlo. Todo está aquí y ahora, ¿no lo ves?

Jesús no se halla separado de nada ni de nadie. Por ese motivo, cae cualquier comparación, distancia o “rivalidad”. ¿Tendría sentido que las olas rivalizaran entre sí para ver cuál es “más” agua? Jesús es lo que somos todos, formas de Lo que no tiene forma, manifestación de lo divino y expresión de lo humano.

Es cierto que nuestro lenguaje sigue siendo “dual”, pero, aunque torpemente, puede ayudarnos a intuir la superación de la dualidad. Las separaciones, comparaciones, fronteras… sólo existen en nuestra mente, no son otra cosa que construcciones mentales. La realidad es que, al hablar de Jesús, estamos hablando de todos nosotros. Indudablemente, es legítimo que cada persona tenga sus “afectos” (sean Jesús, Budha, Mahoma…), pero sería bueno que ello no se convierta en un pretexto “reductor” que nos llevaría a un etnocentrismo insostenible y dañino.

Querría concluir con otra afirmación que quizás no resulte fácil de entender –y que parafrasea el conocido dicho del físico Niels Bohr: “Lo opuesto de una verdad profunda puede ser también una verdad profunda”-, pero puede ayudar a abrir nuestro horizonte egoico: Cada afirmación es verdadera en el marco de su propio idioma y resulta absurdo, por tanto, pelearse o descalificarse por ello. Y esto no es relativismo vulgar, que aboca en el nihilismo suicida; es reconocimiento de los límites de la mente y de la palabra y apertura a la Verdad y al Misterio que las trasciende.

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