T. W. Adorno, de la escuela alemana de Frankfurt, escribió que después de Auschwitz no se podría hacer poesía, si bien luego matizó su alcance. Algo parecido tendría yo que decir hoy a la vista del holocausto del pueblo palestino a manos ahora de los descendientes de aquellos judíos que fueron cruelmente asesinados. Escribir, pues, sobre la ética eclesiástica no parece un asunto de máxima urgencia; pero, a mi parecer, es de gran relieve tanto por sus protagonistas como por el contexto en que vive la sociedad española.
Paseando un atardecer acompañado de alguien más joven que yo por los aledaños del polideportivo cubierto del que ahora es mi pueblo, Villaviciosa de Odón, en agosto de 2011, en plena jornada del JMJ, el que me acompañaba me advirtió de la gran pancarta que cubría la fachada del polideportivo con esta inscripción: “Busca la santidad”. El acompañante, sin más preámbulos, me espeta como un dardo furtivo: ¿”Qué significa eso de la santidad”? Por este interrogante deduje que no dominaba el lenguaje religioso. Y mi respuesta fue también a bocajarro: “Coherencia”. Después del paseo y volviendo a eso de la coherencia y de lo que conversamos luego en torno a este vocablo, pensé que había sido acertada esta traducción al lenguaje de hoy, a un lenguaje propiamente laico. Y creo que la coherencia debe ser el componente básico de la ética, es decir, del territorio del quehacer humano, pues la ética, en su derivación etimológica, significa “morada”, “hábitat”. Por lo tanto, la coherencia debe ser hábitat ineludible del actuar de cualquier ciudadano/a y, sobre todo, de cualquier responsable público, sea político o eclesial. Haciéndonos eco de M. Heidegger habría que decir que la coherencia es el pastor de la ética. Con razón Max Weber en 1919 distinguía entre ética de la convicción (hacer las cosas por su bondad intrínseca, sin tener en cuenta el contexto) y ética de la responsabilidad, que busca el bien teniendo en cuenta el contexto y sus consecuencias. Una y otra son necesarias en un servidor público. Y de un modo especial, con más razones aún, en un responsable de la comunidad eclesial, puesto que no sólo habla y actúa para la Iglesia española, sino también, teniendo en cuenta los medios de comunicación actuales, para toda la sociedad. Las llamadas redes sociales han evidenciado en estos últimos años, como fenómeno social y político más potente que el “mayo del 68”, que nuestra sociedad es más adulta, más autónoma, y goza de una democracia más saludable, como comprueba el profesor de la Universidad de Viena, Homero Gil de Zúñiga (cfr. Social media use for news and individuals’ social capital, civic engagement and political participation, 2012) Y una de las demandas más punteras de estos movimientos sociales es que el servidor público ha de ser coherente y honesto. Debe hablar y actuar con ejemplaridad. El discurso político ha de adaptarse a un parámetro compatible entre el dicho y el hecho; entre lo que se dice hoy y lo que se dice mañana; entre lo que dije yo ayer y lo mismo que dice otro hoy. La coherencia es una virtud laica relevante; una conquista inesperada, pero de gran valor social. La tarea es ingente, pero el camino está bien diseñado: acabar con aquello de “Del dicho al hecho va un trecho”. Esta virtud laica de la coherencia no puede ser ajena a los responsables eclesiásticos. Es un imperativo de la comunidad de creyentes. Más de uno de nuestros jerarcas, para desgracia de los creyentes, accede a la responsabilidad eclesial desde un hábitat propio de depredadores, y, aprovechándose de su status eclesial, imitan a aquellos políticos que llevan su discurso y su actuación al borde del cinismo, sin tener en cuenta lo que M. Weber recomienda sobre ética de la convicción y ética de la responsabilidad. “¿Ética eclesiástica? No, gracias”. Nos referimos a esa ética que tiene por morada el desprecio de la coherencia; que le importa un bledo entre el dicho y el hecho y, lo más llamativo, que considera a los creyentes, y ciudadanos/as en general, como menores de edad. En el mes de julio, para no ir más lejos, se han producido noticias que tienen como protagonistas a eclesiásticos españoles de gran responsabilidad eclesial. 1. El paro. Mi paisano, el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, José Gil Tamayo, en nombre de los obispos, se alegra del descenso en las cifras del paro en el mes de junio. Éste es un buen sentimiento: alegrarse por lo que ocurre de bueno en la sociedad. Pero… esto lo dice el portavoz de la CEE a los pocos días de que el Presidente de la CEE fuese recibido en la Moncloa por el Presidente del gobierno. Y, sobre todo, lo más llamativo es la ausencia de discurso, de una palabra de la jerarquía durante estos años de gobierno del PP sobre la destrucción del paro como consecuencia de una ley laboral depredadora, de unos recortes sociales cainitas en sanidad, en educación, en dependencia… ¿Dónde está el “hábitat” de este discurso halagüeño? ¿Desde la ética de la convicción y de la responsabilidad y de la coherencia, o desde la connivencia con el poder político? Otro dato no menos relevante es que el portavoz de los obispos también aprovechó la rueda de prensa sobre la presentación del nuevo catecismo para “manifestar nuestro dolor por el secuestro y asesinato de los tres jóvenes judíos, y señalar nuestra repulsa, condena y cercanía con el pueblo judío, tan masacrado en otras circunstancias”. Durante el mes de julio, con la masacre de civiles y niños palestinos por los bombardeos judíos, ¿ha habido alguna declaración institucional de nuestros obispos condenando la barbarie? No la conozco. 2. 13TV o los medios de comunicación social de la Iglesia. Se podrían multiplicar los textos de la jerarquía católica sobre los fines de los medios de comunicación social como servicio a la verdad, a la objetividad informativas; sobre el rol de los mismos como constructores de la convivencia pacífica, promotores de la diversidad y pluralidad, etc, etc. Ya en mayo de 2006: “Animamos, con respeto y humildad, a cuantos trabajan en los medios, ya sean de titularidad eclesial o civil, a un verdadero rearme ético…” La llamada TV de Rouco (13TV) o la COPE ni por asomo se acerca a ese “rearme ético” que propone la comisión episcopal. No digamos nada sobre la información objetiva o la pluralidad tanto política como eclesial o que sean medios de comunicación social favorecedores de la convivencia. Hasta algunos obispos se han atrevido tímidamente a denunciar estas carencias ¿Dónde está la coherencia entre el discurso y los hechos? Este horizonte ético cada vez se aleja más y es más inalcanzable, si se tiene en cuenta el nuevo nombramiento de Urdaci, como jefe de informativos de la 13TV. “En casa del herrero, cuchillo de palo”, sentencia nuestro refranero. La HOAC, en este mes de julio, ha puesto el dedo en la llaga al considerar que los medios de comunicación social de titularidad eclesial son un antitestimonio. 1. El aborto. Como botón de muestra recogemos una de tantas manifestaciones de obispos que están satisfechos con la ley del aborto de Gallardón. El obispo de Almería recientemente “en declaraciones a los periodistas junto al presidente de la Diputación Provincial de Almería, Gabriel Amat (PP), antes de inaugurar el curso de verano ‘Vida humana’, el prelado se ha mostrado conforme a la postura del Gobierno en cuanto a la reforma de la ley del aborto”. No es el momento de abordar el aborto en profundidad, sólo resaltar la incoherencia del discurso eclesiástico y el de este obispo acompañando al Presidente del PP de la Diputación. Cuando se acercan las elecciones generales los obispos españoles, con cierto descaro, aconsejan que se vote a los partidos que defienden la vida. El PP, según los obispos es defensor de la vida, gobernó con Aznar durante ocho años (una legislatura con mayoría absoluta) y no eliminó la ley del aborto y ahora, también con mayoría absoluta, sólo retoca la ley del aborto. Para cualquier ciudadano/a, si uno es coherente, defender la vida no es una actitud según convenga ni según el partido que gobierne: si gobierna un partido de izquierdas, la ley del aborto es mala; si es de derechas, no es mala del todo. Los obispos que estudiaron la escolástica deberían saber que “bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”. Conversando no hace mucho sobre lo divino y lo humano con un cura amigo, le pregunté sobre el contenido de la última reunión de su arciprestazgo. Me respondió que el tema había sido la pastoral juvenil. Y al insistir sobre el análisis y conclusiones de la reunión de toda una mañana, me dijo escuetamente que habían decidido realizar una encuesta entre los jóvenes del arciprestazgo para detectar sus inquietudes religiosas. No pude por menos poner cara de sorpresa, pues le referí que las encuestas del CIS y de la Fundación Santa María manifiestan claramente cuáles son las actitudes y comportamientos de los jóvenes ante el hecho religioso. Y fui más allá: “Mientras no se encare con sinceridad el porqué de esta lejanía de los jóvenes, la pastoral juvenil carece de sentido. Es más, si el diseño de esa pastoral no contempla como uno de los factores básicos de su lejanía de lo religioso el hecho de la incoherencia de muchos creyentes y de muchos jerarcas de la Iglesia católica, es una pastoral fracasada”. No parece que mi amigo cura participaba de este análisis y seguimos, entonces, hablando de lo humano. Así las cosas: ¿Ética eclesiástica? No, gracias.
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