Aunque "rico" –jefe de recaudadores, con fama, parece que merecida, de corruptos-, Zaqueo era social y religiosamente marginado, hasta el punto de ser considerado como un "pecador público" al que se debía evitar.
Una vez más, Jesús rompe tabúes y etiquetas acerca de lo "socialmente correcto". Podía haberse esperado que condenara a alguien que, no solo vivía al servicio del imperio que oprimía a su pueblo, sino que robaba a ese mismo pueblo empobrecido. Sin embargo, detrás de todo ello, Jesús sigue viendo a un igual ("también este es hijo de Abraham"), y como tal lo trata. No significa que justificara su comportamiento, pero en realidad eso no era lo que estaba en juego, sino la persona que había detrás de aquel comportamiento y de aquel "papel". Donde la gente veía solo un "personaje" (pecador público), Jesús ve a un ser humano, en quien él también se reconoce: "lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí" (Mt 25,40). Afronta las críticas y murmuraciones, provenientes con seguridad de las personas más "religiosas" y "cumplidoras", aquellas que suelen tener bien catalogados a todos los demás, en el esquema típico de la personalidad fanática: "los nuestros" y "los demás". Al ver a Jesús ponerse del lado de alguien que no pertenece a "los nuestros" –porque es un "pecador"-, se desatan las murmuraciones, por una razón muy simple: se ha cuestionado el esquema que, supuestamente, les garantizaba una superioridad moral y, con ello, seguridad. Porque –de nuevo aparece la religiosidad basada en la idea del mérito-, si todos pueden ser tratados igual –como "los trabajadores de la viña"-, ¿qué importa todo nuestro esfuerzo y nuestros merecimientos? Sin embargo, sucede algo notable: aquel hombre que no había modificado su conducta a pesar de todas las críticas y desprecios que había recibido, empieza a ver las cosas de otro modo. Empieza a mirar como él mismo se sintió mirado por Jesús. Y ese modo de ver es el que da lugar a un nuevo modo de hacer. En ese cambio, viene a decir Jesús, consiste la "salvación". Y se presenta de una forma profundamente humana y compasiva, como "el que quiere buscar y salvar lo que está perdido". En lo que parece un claro contraste con la actitud de Jesús, la Iglesia ha aparecido (aparece) con frecuencia, en las personas de autoridad, con gestos de recelo, juicio y descalificación. Pareciera como si se hubiera constituido en guardiana de aquel modo de ver que tiene muy claro por dónde pasa la línea divisoria entre "los nuestros" y "los que no lo son", los "buenos" y "los que tienen que convertirse" a lo que nosotros decimos. De este modo, la Buena Noticia ha sido sustituida por la moralina de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta. El camino propuesto por Jesús es diametralmente opuesto: arranca de una mirada profundamente humana, que sabe ver el corazón limpio de la persona –más allá de lo que hace o deja de hacer- y –aun a riesgo de crearse enemigos- se solidariza con ella, haciéndose invitar a su casa. En contra de la actitud moralizante de quien, desde una supuesta superioridad, exige cambios o emite condenas, Jesús se "identifica" con el jefe de publicanos, poniéndose de su parte. En realidad, quien condena no sabe que se está condenando a sí mismo –a alguna parte de sí, oculta en su propia sombra-; quien se identifica con el otro, más allá de lo que este haga o deje de hacer, vive en la consciencia de que todos somos uno, en la identidad mayor que nos constituye. Ese nivel de consciencia es el que permite transformar la condena en compasión y, en último término, en humanidad.
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