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Espiritualidad para tiempo de crisis por: Miguel Ángel Codina

3/15/2015

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De formación teológica, bíblica y pastoral autodidacta, Miguel Ángel Mesa Bouzas ha participado en numerosos cursos de formación y congresos de teología y espiritualidad. Forma parte de una comunidad cristiana de base desde hace más de treinta años. Trabaja en la editorial Paulinas desde 1998. Su gran pasión es la poesía. Ha publicado 17 libros. El último se titula Espiritualidad para tiempos de crisis, de la editorial Desclée De Brouwer-RD.

-¿Qué le ha motivado a escribir el libro Espiritualidad para tiempos de crisis?
Los tiempos que estamos viviendo, tan duros y difíciles para la mayor parte de nuestra sociedad (en especial para las personas más desprotegidas y marginadas) y de los empobrecidos de nuestro mundo, nos pueden llevar a desilusionarnos y abandonar los esfuerzos por construir una sociedad más fraterna, justa y solidaria, perdiendo a la vez el motor de la esperanza. Y una sociedad sin esperanza es una sociedad moribunda.
La esperanza se recupera con la práctica de la solidaridad, la ternura, el cuidado, la cercanía la empatía...
Po lo tanto, para contrarrestar tanto abatimiento, apatía y desilusión, yo creo que no hay más remedio que reforzarnos interiormente, para superar cualquier dificultad saliendo, a la vez, renovados. Para eso, creo que es imprescindible alimentar la espiritualidad, la interioridad que llevamos dentro cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta.

-¿Es más necesaria que nunca hoy en día la espiritualidad?
La espiritualidad nos ayuda a respirar, a dar sentido a la vida y vivir de otra manera. En una sociedad que tiende al individualismo, al "sálvese quien pueda", a consumir, a rechazar al diferente... es necesario recrear unos valores comunes que nos puedan ayudar a seguir trabajando por otro mundo mejor, a "ensanchar nuestra tienda" junto a otra mucha gente con esos mismos o parecidos valores. Pero este espíritu común necesita nutrirse para poder mantenerse y crecer. En este mundo que vivimos es muy necesaria y urgente una espiritualidad profunda, de comunión humana, ecológica, universal.

-¿El ser humano es consciente que es un ser, por encima de todo, espiritual?
Es imposible hablar en nombre de toda la humanidad, no se puede generalizar. Todo tiene sus más y sus menos pero, como norma habitual, en nuestras sociedades del Norte, pudientes y consumistas, el yo espiritual, interior, profundo, vivificante, se diluye entre las cosas que poseemos y consumimos, en las cuentas del banco, en el trabajo sin horario, en el estrés diario, en la falta de tiempo para nosotros mismos y para compartir con los demás.
En las sociedades del Sur empobrecido es más fácil encontrar a gente sonriendo(a pesar de todo), hablando con los vecinos, ayudando a quienes peor lo pasan, viviendo la vida con otro ritmo, contemplando lo que le rodea y lo que hay dentro de sí mismos, sintiéndose unos con el Todo universal...
Somos conscientes de la propia interioridad, de lo que nos inhabita dentro, cuando intentamos que el tiempo, las posesiones, el trabajo, el individualismo y la insolidaridad no nos dominen.

-Muchas personas suelen confundir dos términos: religiosidad y espiritualidad. ¿Cuáles son las diferencias básicas?
Todas las grandes religiones han nacido de una espiritualidad básica que ha puesto en práctica el fundador de la misma: Mahoma, Buda, Moisés, Jesucristo... Esta espiritualidad precisa de una cierta institucionalización, para ser vivida, compartida y comunicada. El problema surge cuando lo institucional, las normas, los dogmas, las jerarquías pretenden contener y sentirse depositarias y defensoras exclusivas de esa espiritualidad primera. Entonces queda atrapada, inmovilizada y pierde todo su vigor.
Lo institucional de la religión tiene que estar siempre al servicio de la espiritualidad.
Por otra parte, la espiritualidad no es propiedad de ninguna religión. Es el patrimonio común de la humanidad. Porque todos y todas, toda la creación, poseemos el espíritu y la imagen de Quien sustenta y da vida a todo, recreándolo, animándolo, vivificándolo. La espiritualidad, como el Espíritu mismo, nunca se deja atrapar, siempre se escapa, como el agua entre nuestros dedos.

-¿Cómo podemos aplicar la espiritualidad a nuestra vida cotidiana?
La espiritualidad, si está de verdad encarnada y no nos evade de la realidad, lo debe impregnar todo en nuestra vida, nos ofrece el aliento vital en cada momento, nos ayuda a respirar y vivir de otra manera, para lograr nuestra plenificación como personas.
Por eso toda nuestra vida debe estar empapada de espiritualidad, que implica aceptar y vivir nuevos paradigmas, dimensiones y sentimientos vitales. Por una nueva sensibilidad hacia los otros, hacia el Otro. La espiritualidad también debe ser samaritana, integral, resilente, integradora, que nos cambie la forma de entender y vivir la existencia cotidiana.

-¿La grandeza de la espiritualidad radica en que se puede -y se debe- compartir con nuestro prójimo? ¿De qué manera?
Todo nuestro universo personal y social debe estar muy unido, sin dicotomías. Tenemos vínculos muy estrechos con toda la creación y, en especial, con nuestra familia más cercana: los seres humanos. Compartimos un mismo ADN, procedemos de una misma explosión de amor.
La espiritualidad no sólo se debe nutrir de las experiencias y realidades buenas y felicitantes de la vida, sino también de la realidad de dolor, sufrimiento y muerte que contemplamos a nuestro alrededor. De la exclusión y opresión de las víctimas que son el verdadero reverso de la historia, el que no se quiere ver. Porque ahí es donde habita de una forma misteriosa pero real la fuente original, quien da consistencia y sustento a la realidad. A quien llamamos Dios, con mil nombres diferentes. Ahí está de una forma muy real, en la marginación, la pobreza, la discriminación, el odio. Y la espiritualidad nos urge para estar al lado de las víctimas. Es, quizá, la única forma que tendremos de "salvarnos" para renacer. Porque la espiritualidad nos invita a convertirnos, a cambiar.

-¿A quién va dirigido principalmente su libro?
Es un libro muy abierto. Está escrito desde una visión de fondo cristiana, desde el espíritu de las bienaventuranzas, desde el seguimiento de Jesús. Pero sin que esta tonalidad empañe cualquier otra. Intento hacer realidad lo que vengo diciendo: la espiritualidad es lo que nos une a todas las personas, lo que nos puede ayudar a crear un mundo mejor, desde diferentes creencias, ideas, filosofías, culturas. Todo nos sirve para crecer, para madurar, para caminar juntos en una misma dirección.

-Ha tenido el privilegio de contar con dos prestigiosos teólogos, José Arregi y el obispo Pere Casaldáliga, para el prólogo y el epílogo de tu libro. ¿Qué le han aportado sus reflexiones?
José Arregi se ha convertido en un buen amigo desde hace varios años. Compartimos ideas, creencias, búsquedas, espiritualidad, alternativas. Me parece un gran teólogo, un magnífico exégeta. Y un gran comunicador, pues te ayuda a descubrir desde un lenguaje entendible, lo que comunica. Y siempre nos sorprende con algo nuevo en sus escritos.
Pedro Casaldáliga es un referente personal desde hace mucho tiempo. Desde hace cerca de 25 años tengo una relación escrita con él. Y en el año 2009, al cumplir los 25 años de casado, fuimos a verle Marisa, mi mujer, y yo a Sao Félix de Araguaia. Allí renovamos, junto a él, en la capilla de su casa, nuestro compromiso. Y viví unos días inolvidables. Para mí es uno de los mayores profetas del siglo XX y de nuestros días. Un obispo diferente, ejemplar, que ha trabajado toda su vida por hacer real el Reinado de Dios, una Iglesia profética, sencilla y pobre entre los empobrecidos. Comprometido con las mejores causas por una nueva humanidad y un nuevo mundo. Un santo, un hombre bueno, jovial, cariñoso, lleno de Dios. Y un magnífico poeta, con el que también comparto mis poemas. Tengo la inmensa suerte de que me haya prologado, y en este caso el epílogo, de algunos de mis libros.



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