El relato se presenta sólo en Lucas. El carácter de ambas hermanas es muy similar al de la Marta y María que presenta el cuarto evangelio en la escena de la resurrección de Lázaro. Otras Marías "amigas" de Jesús, y la "María" Magdalena, la pecadora que unge los pies de Jesús, y la escena en Betania, donde María unge los pies a Jesús, inducen a los exegetas a ver en estas dos hermanas del texto de Lucas a las mismas de los otros acontecimientos, aunque, evidentemente, la identificación de esta María de Betania con María de Magdala es inadecuada.
Por otra parte, esta mujer llamada Marta que le recibe en su casa no parece tener un hermano, que sería el jefe de la familia (como no fuese menor de edad); y la localización de esta escena en Betania, tan cerca de Jerusalén, es difícil en el itinerario de Lucas (Jesús está todavía lejos de Jerusalén, y tiene que pasar aún por Jericó...) aunque sabemos que el itinerario de Lucas es sólo un recurso literario. Prescindiendo por tanto de localizaciones e identificaciones, la esencia del relato es sencilla y no necesita mayor explicación para su comprensión. Jesús no llega solo; le acompañan muchas personas, y alojarle es un problema (algo así está en el trasfondo de la falta de vino en Caná). Hay una variante en los textos; en vez de la expresión "una sola cosa es necesaria", algunos prefieren "hay necesidad de pocas cosas" o incluso "a mí me basta con poco". La fórmula "sólo una cosa es necesaria" tiene más resonancias teológicas y probablemente es una elaboración de la fórmula primitiva. Ha tenido más fortuna probablemente por su mayor resonancia "espiritual". Jesús, predicador itinerante al que acompañan discípulos y discípulas, acogido con reverente hospitalidad... es una buena imagen del Jesús real. Nada posee, no tiene dónde reclinar la cabeza, pero su condición de profeta, la fe en él como mesías, le hace ser recibido muchas veces con gran solicitud, aunque otras veces es rechazado, como vimos en el evangelio del domingo 13º (Lucas 9,51) en una aldea de Samaria. La preocupación de Marta es lo lógico: huéspedes (al menos trece), huésped importante, tirar la casa por la ventana, muchísimo trabajo... El comportamiento de María es incorrecto; le deja a su hermana con todo el trabajo. Jesús da la razón a lo incorrecto. Una vez más, Jesús presenta una inversión de valores. Es un tema permanente en los evangelios, y se nos ha presentado varias veces en los últimos domingos. En la profesión de fe de Pedro, en quién es el más grande, en el rechazo de los que quieren seguirle, en el evangelio proclamado a los sencillos, en el buen samaritano... La imagen de Jesús invirtiendo los criterios y los valores habituales está presente en todo el evangelio (y culminará, dentro de pocos domingos, en el capítulo 15 de Lucas, con las paradójicas parábolas de la misericordia). Tratar bien al huésped es un criterio honroso. Pero cuando llega la Buena Noticia, el Reino, todas estas honras quedan purificadas. Tratar bien al huésped revierte en honra del que lo hace: quedar bien con todo el mundo. Y éste ya no es un criterio que a Jesús le importe mucho. Sobre todo, porque hay otra cosa más importante en aquel momento. Llega Jesús, y es importante recibirle como se merece; pero es más importante escucharle. A María no le importa tanto lo primero; escuchar a Jesús, mano a mano, en su propia casa, ¡eso sí que es fascinante! En este sentido, cobra gran importancia la interpretación olvidada de las palabras de Jesús: "Marta, tranquila, no se trata de tirar la casa por la ventana, que nos basta con cualquier cosa", es mucho más profundo que una fórmula de cortesía del huésped que no quiere molestar. Expresa una manera de ser de Jesús, coherente con la actuación de toda su vida. Es coherente sobre todo con el "mesianismo" que Jesús rechaza y con el que ofrece. La gloria externa, el agasajo, los honores al Rey... no son lo de Jesús. Pero en el texto no solamente se afirma que todo eso no tiene importancia, sino que se aclara qué tiene importancia: escuchar la palabra. La llegada de Jesús a la casa es una oportunidad sin igual de escuchar la palabra: eso es lo importante. Por eso tiene razón María. Aplicar este evangelio a la superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa es una deformación del mensaje. Cuando se redacta este texto, no existía esa "vida contemplativa" a que suele referirse tal interpretación. No hagamos que los textos digan lo que a nosotros nos parece. Aquí podríamos extendernos sobre esa presunta "superioridad", pero evidentemente no es el lugar adecuado. Escuchar la palabra. Todos los seguidores de Jesús, no solamente los "contemplativos profesionales", tenemos que atender a "lo único absolutamente imprescindible", que es escuchar la Palabra. Absolutamente imprescindible porque escuchar la palabra es el alimento, el agua. Sin eso, no hay vida espiritual. Jesús mismo se define como Palabra, que es Agua viva venida del cielo, que es maná dado por el Padre... Los mejores símbolos del AT. se aplican de este modo a Jesús. "Oyente de la Palabra" ha sido una de las más bellas fórmulas inventadas para describir al que sigue a Jesús. Nos viene a la mente la importancia de aquel pasaje, breve y desapercibido a veces, de Lucas 11,27. "Estando él diciendo estas cosas, una mujer del pueblo alzó la voz: - ¡Dichoso el vientre que te levó y los pechos que te amamantaron!. Pero Jesús le dijo: - Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica". Este evangelio nos invita por tanto a reflexionar sobre la fuente misma de nuestra conversión, de nuestra vida cristiana. El itinerario interior del que sigue a Jesús se resume en: atender constantemente a la Palabra, dejarse guiar por la Palabra, ponerla en práctica. La Palabra y nuestra respuesta van cambiando nuestros criterios, van produciendo nuestra conversión. Nos identificamos quizá con Marta: la Palabra está ahí, pero nosotros nos dedicamos a otras muchas cosas, no a lo verdaderamente necesario. Como aplicación práctica para nuestra vida, debemos hacer dos reflexiones: la enorme responsabilidad de los sacerdotes que en las homilías dominicales tienen la misión de presentar la Palabra; la enorme urgencia que tenemos todos los que queremos seguir a Jesús: conocer a Jesús en los evangelios, dedicar un tiempo a orar, no a pedir, sino a escuchar. Deberíamos ser insaciables en nuestra dedicación a conocer a Jesús, a contemplarlo: es eso lo que puede transformar nuestras vidas, ése es el grano de mostaza, la levadura que ha de fermentar la masa. Y aquí, no podemos menos que subrayar esta grave carencia del pueblo cristiano: orar, orar con la Palabra. Insistimos una vez más: muchos cristianos rezan mucho y escuchan poco. Escuchar la Palabra, entender el mensaje, masticarlo, asimilarlo. Contemplar a Jesús, para que se nos vaya metiendo dentro y sea levadura que nos vaya cambiando, desde dentro. La dificultad que muchos sienten es "no tengo tiempo". No es verdad. "No tengo tiempo" significa, simplemente, "otras cosas me importan más". Si no tenemos tiempo para orar, esto significa que escuchar la palabra nos importa poco.
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