Silenciamos lo que nos rodea y lo que bulle en nuestro interior, para conectar mejor con el espacio sagrado que hay en lo más profundo de nuestro ser. Nos ayudarán también la postura corporal, la respiración, un símbolo, una sencilla oración y alguna Palabra.
Empezamos por recordar los encuentros con Dios que nos han ido configurando y transformando a lo largo del año. Los recordamos, recreándonos en cada uno de ellos. El Señor está conmigo, con nosotros, como está con María y con cada personaje de la Biblia. En muchos momentos su presencia ha sido ligera, como la brisa, en otros ha sido fuerte. Agradecemos cada huella, cada encuentro, como un regalo de incalculable valor. ¿Qué personas han sido don de Dios este año? Recordamos sus nombres, sus rostros y lo que nos han aportado. Con un gesto, vamos entregando al Abbá a estas personas, pidiendo su bendición sobre cada una de ellas. También tomamos conciencia de las relaciones que nos han atrapado como en una red y oramos para recuperar la libertad y cortar los sutiles hilos emocionales que nos impiden vivir, con toda libertad, al soplo del Espíritu. ¿Qué Palabras de la Biblia nos han despertado vida, nos han consolado y ayudado? ¿Cuáles nos han sacudido e impulsado? Repetimos esas palabras o frases como si fuera la última vez que podemos hacerlo, o como si las pronunciáramos delante de Dios, en su presencia. ¿Qué llamadas percibimos para acoger mejor la Palabra en 2018? Recordamos experiencias gozosas que hemos vivido en la liturgia. Hemos podido celebrar la vida y la muerte, cantar, orar, interceder, alabar… ¿Cómo agradecemos al final del año tanta riqueza? ¿Cómo podríamos celebrar la vida el próximo año? Paseamos por la naturaleza, reconociendo la presencia de Dios en las flores, las plantas y los árboles. Agradecemos el oxígeno, la lluvia, el sol, la belleza… y los alimentos que nos ha dado la naturaleza. ¿Cómo hemos vivido en armonía con la madre tierra? ¿Qué errores hemos cometido? ¿Qué llamadas descubrimos? Observamos nuestro frigorífico y los armarios de la cocina o la despensa. Tomamos conciencia de cómo hemos adquirido y comido el pan de cada día. ¿Somos conscientes de que vivimos en un mundo en el que millones de personas pasan hambre y sed a diario? ¿Cómo transformamos nuestro bienestar en trabajo por la justicia? Si nuestro compromiso con los más pobres del Reino ha sido deficiente ¿cuáles han sido las raíces de nuestra falta de compromiso? ¿Qué podemos hacer el año que empieza para compensarlo? El Evangelio nos invita a vivir el kairós, el tiempo oportuno, la hora de Dios. ¿Vivimos enredados en el “cronos”, corriendo de un sitio a otro, como si fuéramos galgos y ejecutivos del Reino? ¿Nos hemos parado, de vez en cuando, a ajustar nuestro hacer con el ritmo de Dios, con su kairós? Recordamos aquellos espacios en los que durante este año hemos tenido experiencias fundantes en la fe. ¿Cómo hemos cuidado esos espacios y las experiencias? ¿Con qué gesto entregamos todo lo que nos ha enredado en la superficialidad o la inconsciencia? Nuestro ego es insaciable en su voracidad y se manifiesta a través de continuos “brotes” de egoísmo. ¿Cómo hemos alimentado el ego este año? ¿En qué fuentes tóxicas hemos bebido? ¿Hemos sido conscientes de que el seguimiento de Jesús implica caminar hacia la muerte del ego? Recordemos las frases, gestos y actitudes en las que el ego ha salido triunfador en los enfrentamientos con otras personas y las entregamos al buen Dios. Aprendemos de los errores que hemos cometido. Jesús ha venido “a salvar lo que estaba perdido”. En este año que acaba ¿qué hemos creído que estaba perdido en nosotros mismos o en nuestra familia, comunidad, grupo, etc.? ¿Qué hemos dejado perder en la misión, por falta de esperanza? ¿Qué ponemos en las manos del Abbá, para que sea sanado y salvado? ¿Esperamos pocas novedades porque ya estamos cansados o tenemos miedo de las novedades de Dios? ¿Cómo hemos vivido la esperanza y la desesperanza este año? ¿Qué llamadas descubrimos para 2018? Dios nos sueña santos y santas. Nos sueña tan originales, únicos e irrepetibles que no tenemos ningún modelo delante para copiarlo. No podemos darnos cuenta de dónde estamos ni como avanzamos o retrocedemos. Nuestro camino es único y lo roturamos cada día. Es un camino de confianza y fidelidad diarias. ¿Creemos que “El que ha empezado su obra en vosotros la llevará a término”? (Filipenses 1, 4-ss) ¿Cómo hemos vivido este año la llamada a la santidad? ¿Hemos conectado con el sueño de Dios y su utopía? Cada mañana, el Maestro nos ha enviado a sembrar en su Reino, con los bolsillos repletos de semillas; nos ha señalado la parcela que convenía sembrar ese día y el talante con el que debíamos hacerlo. Al despertarnos cada día ¿hemos sido conscientes del don y la misión que hemos recibido? Al caer la noche, el Maestro nos ha animado, motivado, corregido, impulsado, abrazado, perdonado… ¿le hemos entregado la basura del día, para acoger a la mañana siguiente nuevas semillas, con las manos abiertas y el corazón disponible? ¿Qué túneles hemos atravesado este año?: ¿Noche oscura? ¿Enfermedad? ¿Sufrimiento? ¿Soledad? ¿Miedos?... En medio de lo que hemos considerado desgracia, ¿cómo hemos percibido la Gracia? ¿Qué hemos aprendido en esas travesías? ¿Cómo nos preparamos para acoger el Año Nuevo? Cerramos el año 2017 transformando en sabiduría los errores que hemos cometido; guardaremos esa sabiduría como un tesoro. Entregamos este año que hemos vivido, a través del sacramento del perdón o con el gesto que nos parezca más apropiado. Recordamos que Jesús “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades” (Mt 8, 17). Al entregarle la basura del año que acaba, dejamos espacio vital para acoger lo que necesitaremos el nuevo año. Nos ayudarán las palabras de san Pablo a los Colosenses: “Como pueblo elegido de Dios… sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión... El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo, el amor… Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón… La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza… Cantad a Dios, dadle gracias de corazón… Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (3, 12-17) Es un texto muy claro. No necesita explicación. Lo que hace falta es que entrelacemos estas palabras con nuestra realidad cotidiana, para acoger cada día con un corazón pacificado… y para vivirlo ajustándonos a la realidad, no desde nuestros deseos, añoranzas o miedos. ¡Os deseo que 2018 sea un año lleno de Gracia!
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