Hacer la fiesta más segura es en primer lugar elevar la fiesta. El contexto propicia actitudes. Pretendemos dejar la fiesta donde estaba, dentro de la caja de ensordecedores ruidos, en medio del desenfreno etílico y a la vez que nadie se propase. Se puede intentar, pero no deja de ser una muy arriesgada apuesta. Es llegada la hora de considerar que el fomento por ejemplo de determinadas músicas puede representar el aliento de determinadas pasiones.
Medicina preventiva también en la cuestión de los abusos. Nuestro mundo ha de ser elevado y es así como la mujer recuperará su lugar sagrado. En poco tiempo he participado en dos inolvidables veladas, noches entrañable tratando de impedir que el sueño cerrara los párpados. Expongo los ejemplos con la sola finalidad de reforzar el argumento. Recientemente estuve en Zaragoza en una “velación”, en una ceremonia espiritual de origen mexica que duró hasta el amanecer. Todavía sigo cantando esas melodías, todavía intentando que esa noche no se desvanezca en el recuerdo. Bellas alabanzas, alarde floral, luminaria que embellecía todo el espacio cargado de sagrado copal… Hasta la mirada despistada se convertía en aquel espacio en irreverente. Hasta los ojos que no fueran puro arrobamiento, desentonaban. Una mujer no podía estar más segura y tranquila que en ese lugar y eso que era sábado y estaba casi todo oscuro y eso que eran las cuatro de la madrugada. ¿Habría un lugar de la tierra donde esas mujeres que llovían pétalos, que alimentaban la llama, que portaban el agua, que cantaban con el alma y las conchas de armadillo se sintieran más libres de todo temor...? No lo creo. En Estella venimos de celebrar un festival de “mantrams” en el contexto del Foro Espiritual. Entre otros estupendos artistas, las mujeres de “Bhakti Sounds” ataviadas con su coloridos “sharis”, con sus voces angelicales nos sumergieron en un arrobamiento en el que nos hubiéramos anclado de por vida entera. ¿Habría una esfera más sublime a la que nos podían elevar? Allí no es que no cupiera un acto extralimitado, allí no podía entrar siquiera el más mínimo e impuro pensamiento. Tal era la atmósfera de otro mundo y por lo tanto el blindaje ante cualquier salida de tono. Era también sábado, era también oscuro, eran también las cuatro de la madrugada… No pretendemos condenar una cultura, sino llamar a la reconsideración de su fomento por lo menos por parte de las instituciones. Esto no es un cuento de buenos y malos, de ángeles y de demonios. Esto es sólo un ejercicio de rigor que pretende demostrar mediante ejemplos qué ambiente procura cada música y qué emociones y por lo tanto actitudes alientan. Es decir, no sólo perseguir las consecuencias, sino intentar remontar al mundo de las causas. Algo tendrá que ver la fiesta desentonada, desencajada con las consecuencias desentonadas, desencajadas. No podemos cambiar el mundo a petachos. Eludiendo actitudes inquisitoriales contraproducentes, con actitudes prudentes, respetuosas y didácticas quizás habrá que empezar a cuestionar las fiestas catárticas y alocadas, si queremos que la mujer recupere el lugar que se merece, su lugar excelso y siempre, siempre escrupulosamente respetado. La fiesta será más segura cuando ésta haga aflorar la naturaleza más elevada de nosotros/as mismos/as. Hay un rock que va acompañado de música y melodía, que invita al cuerpo a la danza creativa, al amable, libre e imparable movimiento y hay un rock que se acerca al puro ruido de metal. No alentamos un ejercicio de demonización, sino de análisis. Pocas voces relacionan el rock duro con el desatarse de nuestros más bajos instintos y sin embargo es un estudio necesario. La prevención de la violencia bien podría contemplar estas investigaciones. Es preciso explorar el daño que eventualmente pueden causar esas músicas, las regiones del más bajo astral en las que nos sumergen. Es preciso observar que con la música estamos modelando nuestro mundo, nuestras costumbres, nuestra fiesta. Será por lo tanto preciso empezar a elevar la música y con ella las celebraciones que la acompañan… La realidad emocional engendra la física. La ciencia comienza ya a avalar que el mundo astral está estrechamente vinculado con nuestras actuaciones. Cuantos más decibelios, cuanto más se aproxima la música al ruido, cuanto más estrepitosa señal alcanza nuestros oídos, más abajo nos proyectará seguramente en la astralidad. En ese estado el humano es más fácil que se convierta en títere de rastreras y desbocadas emociones. Alumbrar nueva sociedad es alumbrar nueva fiesta, bella, armónica, creativa, donde nuestras hijas, nuestras sobrinas, nietas… canten y bailen en plena seguridad, en el pleno convencimiento de que allí todo eleva, de que en medio de la luz y la sana y amigable atmósfera, no puede penetrar la más mínima oscuridad.
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