En Jesús encontramos a un hombre que articula admirablemente la actividad y el recogimiento, el encuentro y la soledad, la palabra y el silencio.
Los textos nos dicen que solía retirarse "de madrugada, al descampado, a orar". Nos gustaría conocer cómo vivía esos tiempos de silencio y de oración. Con todo, no parece difícil imaginar que para alguien que se sabe uno con el Padre ("El Padre y yo somos uno": Jn 10,30), el silencio no sería sino una experiencia de abismarse en aquella Unidad que todo lo trasciende y, a la vez, todo lo abraza. Más allá de las palabras y de los conceptos, la oración podría ser un permanecer en el Vacío que es Plenitud, aquel Fondo sin fondo de donde todo está brotando en permanencia, sin ningún tipo de separación, y que el propio Jesús llamaba "Abbá" (Padre). Es la oración en la que se produce la admirable paradoja de que cuanto más "desapareces", más te encuentras: cae la forma (el yo), brilla la identidad (la pura Consciencia). Por esa razón, los místicos –Jesús incluido- han sabido que el auténtico conocimiento de sí desemboca en el olvido de sí. Etty Hillesum, aquella joven extraordinaria que fue ejecutada, a los veintinueve años, en el campo de concentración de Auschwitz, lo expresaba con estas palabras: "Descansar dentro de sí. Y así es, seguramente, como mejor se expresa mi estado de ánimo: descanso dentro de mí. Y ese ser yo misma, lo más profundo y rico de mí, mi Descanso, lo llamo Dios". En cualquier caso, la sabiduría nace del silencio. El silencio es el camino de la lucidez y de la sabiduría, el único modo de llegar a la verdad que es inaccesible para el pensamiento racional que no puede salir de la realidad aparente. "Para llegar adonde no sabes –advertía aquel maestro del silencio que fue Juan de la Cruz-, debes venir por donde no sabes". La mente nos mantiene en el mundo de lo objetivable (lo conocido) y nos impide salir de la creencia errónea de la separación. Solo el silencio de la mente (del yo) nos permite sortear esa trampa y abrirnos a la verdad profunda de lo que es. A pesar de los miedos iniciales –consecuencia de habernos vivido alejados de nosotros mismos-, es probable que, a no tardar mucho, el silencio nos enamore: porque tiene capacidad de restaurar y de aquietar. Pero, sobre todo, porque el Silencio es nuestra casa, nuestra identidad última.
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