No deja de ser preocupante que en el siglo XXI haya todavía quienes sigan poniendo trabas a que se abra un proceso para acabar con la discriminación que las mujeres vienen padeciendo y dejen de ser unos sujetos pasivos, aptos solamente para oír, ver y callar. En el seno de la propia Iglesia se necesita aclarar la función que les corresponde, a la luz de una “teología de la mujer”, que ponga de manifiesto su verdadero carisma, algo que el Papa Francisco viene repitiendo por activa y por pasiva y según ha dado a entender estaría dispuesto a emprender el camino para que esto se llevara a la práctica. De momento está previsto que el tema del diaconado femenino sea estudiado por un Comité Pontificio competente. Todo bastante lógico.
No debiera ser motivo de escándalo para nadie el que se autorice a las mujeres a anunciar la palabra de Dios, cuando en realidad esto es algo que no se puede negar a ningún bautizado. El encargo de Cristo a todos sus seguidores no deja lugar a dudas. ” Id y predicad el evangelio por todo el mundo”, exactamente esto es lo que ya están haciendo miles de mujeres misioneras. Sobre el Sacramento Bautismal, todo el mundo debiera saber que es doctrina de la Iglesia que cualquier católico puede administrarlo en determinados casos, bastante frecuentes por cierto en tierras de misiones y con respecto al Matrimonio basta con reparar en que los ministros de este sacramento son los propios contrayentes, siendo el celebrante no más que un testigo calificado. Ergo…. ¿a qué tanto recelo? Yo tengo la impresión de que con las mujeres diaconisas va suceder lo mismo que con el tema de los católicos divorciados. Tendremos que ir comprendiendo que no se trata de una cuestión zanjada de antemano, sino de algo opinable, ya que nadie puede poner sobre la mesa un argumento tan contundente capaz de hacernos creer que éste es un camino prohibido, por el que no nos está permitido transitar ; no lo piensa así el Papa Francisco, es más el can. 15 de Calcedonia (451) parece dar a entender que las diaconisas fueron ciertamente «ordenadas» por la imposición de manos (cheirotonia). Entonces, ¿por qué oponerse a algo que cuenta con todas las bendiciones? Todo parece indicar que llegará el momento, si es que no ha llegado ya, en que las mujeres sean llamadas a ejercer una función mucho más relevante en el seno de la Iglesia de lo que hasta el presente han venido ejerciendo. Habrá que ir pensando además que es tarea de todos facilitar las cosas al Santo Padre, para que más bien pronto que tarde encuentre la salida a una cuestión como ésta, que lleva tanto tiempo sobre la mesa esperando a que venga alguien dispuesto a afrontarla con decisión y realismo. Ya sabemos que las cosas de palacio van despacio y que Iglesia Católica siempre se mueve con los pies de plomo, por lo que va a ser preciso tener paciencia y saber esperar, lo cual no quita para que reparemos también que respecto a la incorporación de la mujer al Ministerio Sagrado llevamos muchos años de retraso y convendría acompasar el ritmo de la Iglesia al ritmo trepidante de los tiempos que nos está tocando vivir, para no quedar descolgados de la Historia. Razones para avivar la marchapuede haber muchas; pero yo me voy a fijar en tres, que según creo debieran tomarse en consideración. La primera de ellas sería porque es importante llegar a tiempo. La historia nos ha enseñado que las tardanzas pueden tener efectos desastrosos. Hemos tenido ocasión de ver lo que pasó con el mundo obrero en el siglo pasado. León XIII, el Papa de los trabajadores, que ha pasado a la historia como uno de los que más hizo a favor de las cuestiones sociales, debió ser el ejemplo a seguir; pero no fue así, sino todo lo contrario. En este tiempo precisamente fue cuando asistimos a la gran deserción de la masa trabajadora ¿por qué? Pues porque falsos profetas del mundo laboral le habían cogido la delantera a la hora de dar respuesta al descontento social. La cuestión no puede estar más clara. Cuando en 1891 se publica la encíclica Rerum Novarum, el Manifiesto Comunista de Engel y Marx llevaba ya 44 años de rodaje y esto exactamente es lo que no quisiéramos que pasara hoy con el gran colectivo de las mujeres. La cultura laica lleva muchos años tratando de dar satisfacción a la conciencia reivindicativa femenina, que hoy se muestra como imparable y la Iglesia debiera tomar buena nota de ello para no llegar tarde a esta cita con la Historia. Es una evidencia que muchas mujeres católicas se sienten insatisfechas con su grado de participación en la Iglesia y les gustaría tener un papel más activo. Están llamando a sus puertas con insistencia porque piensan que es mucho lo que pueden aportar; pero si estas puertas no se abren para ellas, lo más seguro es que otras puertas sí lo harán. Hace unos años que la representante genuina del feminismo católica Edit Stein, coetánea de Simone de Beauvoir se percató de que sería bueno que la Iglesia reconsiderara su postura con respecto a la mujer. Esta prodigiosa intelectual y santa de nuestro tiempo, que subió a los altares con el nombre de Sta. Teresa Benedicta de la Cruz, fue declarada Patrona de Europa y modelo a seguir por Juan Pablo II, ella que en tiempos muy difíciles asumió el compromiso con la mujer moderna, la vemos expresarse así: “La Iglesia Primitiva conoce las mujeres consagradas al servicio litúrgico y también un oficio eclesiástico consagrado, el diaconado femenino, con una consagración diaconal propia, pero tampoco ella ha introducido el sacerdocio de la mujer. El ulterior desarrollo histórico trae una eliminación de las mujeres en estos ministerios y un hundimiento lento de su función legítima eclesial al parecer bajo el influjo veterotestamentario y las ideas del derecho romano. La época moderna señala un cambio debido a la fuerte demanda de las fuerzas femeninas para el trabajo eclesial de caridad y la pastoral de las almas . Por el lado femenino surgen intentos de dar nuevamente a esta actividad el carácter de un servicio eclesial consagrado y desde luego puede ocurrir que a esta petición un día se le preste atención. La cuestión es si esto sería el primer paso hacia un camino que finalmente condujera hacia el sacerdocio de la mujer. Me parece que desde el punto de vista dogmático no existe nada que pudiera prohibir a la Iglesia llevar a cabo una novedad semejante hasta ahora inaudita. Si se tratara de encomendarlo desde el punto de vista práctico la cuestión presentaría argumentos en pro y en contra. (“La mujer, su papel según la Naturaleza y la Gracia”. Madrid. Palabra 1998 .pág. 76- 80) La segunda razón sería de índole moral. Si partimos del hecho presumible de que ni explícita ni implícitamente la Voluntad Divina se manifiesta en contra del diaconado femenino, lo que procede es afrontar la cuestión en términos de estricta justicia distributiva, que exige dar a cada cual lo que le corresponde según derecho, colocando en otro plano consideraciones subjetivas sobre si ello es lo más oportuno o lo que más conviene . De no existir impedimento divino hoy resulta muy difícil tratar de defender moralmente cualquier tipo de discriminación en razón del sexo. En un tiempo pasado, en que se ponía en duda la igualdad antropológica de la mujer con respecto al hombre, podían esgrimirse argumentos para justificar ciertos comportamientos sexistas, pero los tiempos han cambiado y hoy, cuando ya nadie pone en duda la igualdad de naturaleza y de capacidad entre ambos, resulta cuando menos un tanto arbitrario no medir a los dos por el mismo rasero. Ello quiere decir que la argumentación que aplicamos para el hombre debiera valer también para la mujer y si decimos que hay que actuar con celeridad cuando existen sospechas fundadas de que a un hombre se le está negando lo que en realidad le pertenece, esto mismo debiéramos pensar cuando de mujeres se trata. Existe una tercera razón que viene dictada por las circunstancias en que nos encontramos. Desde el año 1971 comienza a ser preocupante la escasez de ministros en la Iglesia Católica, por la falta de vocaciones y por abandono, pero hoy lo es mucho más. Como consecuencia de ello hay parroquias que no están atendidas como fuera de desear y son muchos los fieles a los que no llegan las ayudas espirituales. Estoy pensando en los muchos creyentes que viven desconectados en residencias, hospitales, albergues, etc sin que nadie se acerque por allí a llevarles la comunión o a celebrar con ellos la liturgia de la palabra. A la vista de semejante situación hace ya tiempo que José Mª Castillo recordaba el derecho de los fieles a ser atendidos en sus necesidades espirituales y el deber de los Pastores en proporcionársela. Si esto es así, no cabe duda que al diaconado femenino, después de ser comprobado que sobre él no pesa ninguna sanción dogmática, debiera dársele luz verde viendo en él una expresión legítima de la personal vocación de Dios. Vistas las actuales circunstancias y teniendo presente que «salus animarum, suprema Ecclesiae lex”, resultan más comprensibles las palabras del cardenal Carlo Mª Martini, que nos hablan de que otra Iglesia es posible donde la mujer ocupe ministerios sagrados. Se pronostica que el siglo XXI va ser el siglo de las mujeres y puede que así sea. La Sociedad las necesita y la Iglesia también; comienza pues a percibirse la voz del Señor, que las convoca a ejercer funciones especiales en su Iglesia. La hora de la mujer ha llegado como también la hora de los laicos . Nuevos tiempos que piden cambios para que una Nueva Evangelización pueda llegar a feliz término.
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