Nos referimos al perdón otorgado a alguien por quienes nos sentimos ofendidos y en relación con el resentimiento -o incluso el odio- que abrigamos hacia él por lo que consideramos ofensa recibida.
Es importante el aspecto religioso del perdón al prójimo, como lo manifiesta en simbólicas consecuencias la parábola del servidor despiadado (Mt. 18, 32-35): “Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón”. Pero consideramos de mayor calado vital y trascendencia para quien lo concede, la dimensión neuropsicológica del mismo. Cada pensamiento, cada emoción, cada conducta, tiene su eco negativo o positivo en el cerebro, inundando de sustancias neuroquímicas el organismo: todas ellas de incuestionable impacto en la vida física, mental y social del individuo. Y también ¿cómo no? en la espiritual. En el cerebro, afirman hoy los neuropsicólogos, se asientan los cimientos del espíritu, siendo aquel a la vez su motor y su arquitecto. Toda actividad mental crea nuevas redes neuronales, inductoras y facilitadoras posteriormente de nuevos comportamientos resonantes de dicha actividad. El acto del perdón no es ajeno a este principio y hace que cambien la energía y las estructuras físicas de nuestras células y de cuanto de este hecho físico se deriva. El hombre debe ser trabajado necesariamente desde el hombre. Y a ello nos invitan hoy, como herramientas más eficaces, las Ciencias neurológicas, la Psicología y las experiencias meditativas. El Budismo, por ejemplo, concibe el perdón como una necesidad para prevenir pensamientos dañinos que puedan alterar nuestro bienestar mental: “su práctica nos libera de ataduras que amargan el alma y enferman el cuerpo”. Perdonaríamos con más facilidad si fuéramos conscientes de las secuelas negativas que el no hacerlo –y positivas si lo hacemos- tiene para nuestro organismo y, en consecuencia, para nuestro vivir y crecer de cada día. El perdón es particularmente necesario cuando hay de por mediosentimientos de odio y de rencor. Sobre todo, porque a quien más daño hacen es a quien los guarda. Alguien ha dicho con sentido del humor y mucho realismo que “el odio es el veneno que uno ingiere para que el odiado se muera”: mientras el otro vive plenamente ajeno al problema. Como la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas,gritamos constantemente llenos de viejos resentimientos contra los que consideramos nuestros enemigos: “¡Que le corten la cabeza!”, “¡Que le corten la cabeza!”, sin percatarnos que la única cabeza que termina cayendo de los hombros es la propia. Un elemento clave para poder perdonar a los demás es la capacidad de condonarse a sí mismo, ya que todo perdón nace del autoperdón. Pero la mayor parte de nosotros deambulamos harto frecuente cargados con nuestra mochila sentimental repleta de resentimientos ligados a un pasado que no podremos ya cambiar: como el capitán Rodrigo de Mendoza en La Misión, que arrastra indefinidamente el fardo de sus armas y bagajes –símbolo de sus pecados- incapaz de perdonarse. Finalmente cabe considerar la dimensión social del perdón, incuestionablemente la más trascendental: su proyección sobre los demás y, por supuesto, sobre cuanto nos rodea. Liberándome yo del resentimiento y del odio libero también a los demás -y al Mundo entero- de la contaminación tóxica que entrañan. Somos en cierto modo colas de cometa cargadas de detritus cuyos efectos se proyectan más directa o indirectamente en todos los espacios. Y recordemos que ya en la antigüedad estos fenómenos meteóricos eran vistos a menudo como mensajeros de catástrofes. En nuestra metáfora, hoy sabemos que lo son. Por otra parte perdonar no significa estar de acuerdo con lo que pasó, ni darle la razón al que ofendió. Simplemente significa tomar conciencia del hecho, dejar de lado todo cuanto causó el dolor y el dolor mismo, y finalmente aceptarlo como algo que pertenece ya a los anales de nuestra personal biografía. Del Sacramento del Perdón al Prójimo -el auténticamente cristiano-, como signo, lo importante es lo significado. Es decir, lo que ocurre física, psíquica y espiritualmente en quien lo otorga.
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