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El riesgo del proselitismo por: Enrique Martínez Lozano

5/15/2015

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Este texto no pertenecía al evangelio original (que acabaría en 16,8), sino que se trata de un "apéndice" posterior para, a imitación de los otros dos sinópticos, y de una forma estereotipada, terminar el evangelio con el relato de la misión (como Mateo) y de la ascensión (como Lucas).

En el Marcos original no existía ningún relato de apariciones del resucitado. En el breve apéndice añadido (Mc 16,9-20), se recogen, de manera muy sumaria, las que aparecen en los otros evangelios: a María Magdalena, a los dos de Emaús (sin nombrarlos) y a los Once (en el texto que leemos hoy).

De la misión, resulta significativa la contundencia con que se defiende la universalidad, sobre todo si tenemos en cuenta la polémica de las primeras comunidades en este punto. Cuando se escribe este apéndice, tienen ya claro que los destinatarios de la predicación son "el mundo entero y toda la creación".

El texto del envío va acompañado de una exigencia y de una serie de signos sanadores. Llama la atención que algunos de los signos (exorcismos, curaciones) remiten a la misma práctica de Jesús, mientras que otros (glosolalia, milagros de autoprotección) no tienen un referente evangélico directo. Probablemente, se trate de un sumario, en el que se recogen los signos habituales entre los sanadores contemporáneos.

La exigencia ("El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado") reviste un tono exclusivista que hace difícil conectarla con lo que fue la práctica de Jesús. Por un lado, la referencia al bautismo es, evidentemente, posterior. Jesús no habría enviado a los discípulos a bautizar, sino a anunciar la "Buena Noticia" y a sanar (lo mismo que él hacía). Por otro, la vinculación de la salvación o condenación con el hecho de ser o no bautizado parece también más propia de un grupo religioso que de Jesús.

Seguramente, todo grupo religioso se ha considerado portador de la verdad absoluta, de modo que hacía derivar la salvación o la condena del hecho de aceptar o no su propuesta. Y eso mismo le ocurrió al cristianismo naciente. Sin embargo, parece claro que tales palabras no provienen del Jesús histórico, sino que reflejan lo que luego fue la práctica misional de aquellas comunidades.

Cuando alguien se ve como portador de semejante don, se comprende que viva la misión con tanto entusiasmo como amor..., aunque no sea consciente de que aquello que entrega no es la verdad –absolutamente entendida-, sino una creencia que pretende apuntar hacia aquella.

Cuando se cae en la engañosa presunción de identificar "verdad" con "creencia", es inevitable el fanatismo y el proselitismo, por más que se intente disimularlo. Por el contrario, superado ese engaño, la misión de "proclamar el Evangelio al mundo entero" no puede entenderse ya como hacer proselitismo, ni porque se crea que "fuera de la Iglesia no hay salvación".

No es tampoco presumir de que nuestra verdad es más "completa" que la de quienes no comparten nuestra fe, por lo que habríamos de poner los medios para "traerlos" a ella. Esto denota, cuando menos, un paternalismo peligroso que, por desgracia, tiende a aparecer incluso cuando se habla de "nueva evangelización": quienes están en la verdad se dirigen a los "alejados". No es extraño que tal actitud resulte repelente a la conciencia moderna y produzca efectos contrarios a los que se perseguían.

Lejos de esas trampas, la misión no puede ser sino la oferta humilde de la propuesta de Jesús, que quiere dialogar con otras, para ofrecer mapas que nos ayuden a todos a vivir en plenitud.

La fórmula de la ascensión aparece estereotipada, pero su significado es claro: lo que somos no muere, sino que permanece "introducido" en el interior de Dios. Por eso me parece profundamente acertada la conclusión del texto que estamos comentando: "El Señor actuaba con ellos". No puede ser de otro modo: todos estamos en todos. "El Señor" –Yo soy, la identidad última que todos compartimos, es el único que actúa en mí y en todos.



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