Marcos une dos cuestiones: el anuncio de la Buena Noticia y la llamada a los primeros discípulos. Se trata, sin duda, de un relato estereotipado, provocado por el interés del propio evangelista en unir, desde el principio mismo, la misión de Jesús con la formación del grupo. No parece comprensible que unos pescadores siguieran sin más a un desconocido.
El anuncio con el que Jesús inicia su actividad pública sintetiza toda su misión: no en vano son las primeras palabras que Marcos pone en su boca. Y ese anuncio es una "buena noticia": la buena noticia de que todo aquello que "buscamos", en realidad "está cerca". Decía, en un comentario anterior, que la búsqueda constituye una adicción peligrosa en cuanto la usamos como estratagema para escapar del momento presente. Si por "Reino de Dios" entendemos –más allá de cualquier referencia histórica- la plenitud anhelada, el mensaje de Jesús aparece radiante: la plenitud no se halla lejos ni fuera; es lo que ya somos. Y la descubrimos cuando nos "convertimos". El término "conversión" traduce el griego "meta-noia" (más allá de la mente), que invita a "otro modo de ver". Se trata de salir de la perspectiva mental –separadora y proyectiva-, para adoptar aquel modo de conocer (no-dual) que nos permite alinearnos con lo Real, sin fracturas, distancias ni separaciones. Si el modelo mental se caracteriza por la resistencia a lo que es, expresada en términos de "debería" ser de otro modo, o "no debería" ser así, el modelo no-dual se asienta en la aceptación plena. La aceptación pone fin a la huida –de hecho, no existe otro antídoto frente a esa trampa- y nos alinea con el momento presente, es decir, con la Vida, tal como en este momento se manifiesta. "¿Cómo deberíamos vivir? –se preguntaba la beguina Matilde de Magdeburgo-. Vive dándole la bienvenida a todo". Y, como si respondiera a la misma pregunta, otra beguina –ahora reconocida como santa y doctora de la Iglesia, Hildegard von Bingen- explicaba: "Doy la bienvenida a todas las criaturas del mundo con gracia". La aceptación profunda consiste en la rendición a lo que es, más allá de las etiquetas con que nuestra mente lo nombre. Y esa es la condición para alinearnos con la Vida y fluir con ella. ¿El motivo último? Porque, en nuestra identidad profunda, no somos un remolino separado, sino la propia agua que se despliega en tal variedad de formas. Por eso, al aceptar profundamente, descubrimos la plenitud que somos, constatamos que el "Reino de Dios está cerca" y nos hacemos disponibles para que, a través nuestro, pueda brotar y fluir la acción adecuada, una acción, por otra parte, que estará marcada por la desapropiación y la compasión.
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