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El problema de las fuentes (1) por: John P. Meier

1/4/2013

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"Poco o nada se puede decir con certeza o gran probabilidad sobre el nacimiento, la infancia y la primera juventud de la mayor parte de las figuras históricas del mundo mediterráneo antiguo...

Dado el fenómeno de relatos sobre nacimientos e infancias prodigiosos, compuestos para celebrar a antiguos héroes tanto judíos como paganos, es preciso acercarse con cautela a los relatos de la infancia contenidos en los capítulos 1-2 de Mateo y Lucas. Tal cautela no debe significar una prevención contra lo sobrenatural que lleve a rechazar a priori toda intervención extraordinaria de Dios en la historia humana. Se puede mantener la posibilidad teórica de los milagros sin dejar de ser muy prudente con respecto a determinados casos individuales, sobre todo cuando se dan en un tipo de literatura (relatos de infancia en el ámbito del antiguo mundo mediterráneo) donde los anuncios angélicos y los nacimientos milagrosos eran motivos estereotipados...

Esta especie de precaución general es todavía más recomendable en el caso de los relatos de la infancia de los Evangelios canónicos por el carácter específico de los mismos. En primer lugar, dichos relatos se encuentran sólo en dos lugares de todo el NT: los dos primeros capítulos de Mateo y Lucas. Incluso en estos dos Evangelios, a partir del capítulo tercero, casi no se vuelven a mencionar los acontecimientos de los relatos de la infancia. Así, éstos se encuentran relativamente aislados en los mismos Mateo y Lucas; son composiciones distintas que tienen su origen en tradiciones diferentes de las que se encuentran en las demás partes de los Evangelios y, de hecho, en el resto del NT...

En segundo lugar, mientras que algunos testigos oculares del ministerio público de Jesús fueron luego destacados dirigentes de la Iglesia primitiva, casi todos los testigos de los eventos relativos al nacimiento de Jesús habían muerto o en todo caso no estaban disponibles para la Iglesia primitiva cuando ésta formuló las tradiciones de la infancia subyacentes a Mt 1-2 y Lc 1-2. Zacarías, Isabel, Juan Bautista, José, Simeón, Ana, He-

rodes, los Magos y los pastores de Belén o se habían ido tal vez de este mundo o no se hallaban "en condiciones de declarar" cuando se desarrollaron las tradiciones de la infancia en las dos primeras generaciones cristianas. Así las cosas, algunos comentaristas han señalado como la fuente de los relatos de la infancia al único testigo de aquellos eventos que sobrevivió hasta el tiempo de la Iglesia primitiva: María, la madre de Jesús (cf. Jn 19,25-27: María junto a la cruz de Jesús; Hch 1,14: María con los doce apóstoles y los hermanos de Jesús, en Jerusalén, antes de Pentecos-tés).

No obstante, graves problemas rodean la afirmación de que María es la fuente directa de cualquiera de esos relatos de la infancia tal como ahora los conocemos. Ante todo, María no puede ser la fuente de todas las tradiciones de la infancia que se hallan en Mateo y Lucas; porque, como veremos, Mateo y Lucas divergen o incluso se contradicen mutua-mente en algunos puntos clave. Como María aparece más destacada en Lucas 1-2 (Mateo 1-2 dedica mayor espacio a José), a menudo se la considera fuente de la versión lucana ,

Esta pretensión menos ambiciosa tampoco carece de dificultades, dado que Lucas parece cometer algunos errores de bulto en "cosas judías", especialmente con respecto a la "purificación" de María en el templo de Jerusalén, un acontecimiento para el que, presumiblemente, María tendría que haber servido de fuente, y claro, si ella no es la fuente de lo narrado sobre su propia purificación, ¿de qué otra parte de los relatos de la infancia podría serlo?

En efecto, el relato de la purificación de María en el templo confunde varios ritos judíos distintos. Por ejemplo, los mejores textos griegos comienzan el relato con una referencia a la purificación de ellos (Lc 2,22), donde el único significado natural en ese contexto es "la purificación de María y José", dado que el verbo inmediatamente siguiente afirma que "ellos, José y María, llevaron" al niño a Jerusalén . Pero, en el siglo 1 d.C., el marido judío no se sometía a ninguna purificación junto con su mujer; era el nacimiento físico lo que hacía a la madre, y sólo a ella, ritualmente impura.

Además, Lucas mezcla dos ritos distintos, como muestran las dos partes de Lc 2,22: la purificación de la madre (que, según Lc 12,1- 8 y disposiciones rabínicas posteriores, requería una visita a la tienda/templo) y el rescate del primogénito varón (que exigía el pago de cinco siclos al templo, pero no una visita al mismo). Por eso, Lucas incurre en inexactitud al decir que el niño fue llevado al templo "conforme a" la Ley de Moisés (2,23.27). También es inexacto cuando conecta el rescate o "presentación" de Jesús con el sacrificio de tórtolas y pichones (en realidad, una parte del rito de purificación), mientras que no menciona el pago de los siclos, una parte necesaria del rito de rescate.

Digámoslo sin rodeos: o María no fue la fuente de esta noticia sobre su purificación, o conservaba un recuerdo realmente pobre acerca de unos acontecimientos importantes concernientes a Jesús y a ella misma. En cualquiera de ambos casos, no quedan precisamente reforzados los argumentos sobre la fiabilidad de los relatos de la infancia. La conclusión más simple es que lo que se cuenta en Lc 2,22-38, como en otras partes de los capítulos 1-2, es el programa teológico de Lucas, no los recuerdos de María.

Obviamente, estas mismas dificultades nos impiden recurrir, en último extremo, al propio Jesús como fuente del relato (aparte el hecho de que ni los escritos ortodoxos ni los gnósticos del período patrístico primitivo presentan a Jesús adulto o resucitado ofreciendo revelaciones detalladas sobre su infancia). Nos quedamos, pues, con una clara conclusión: las tradiciones subyacentes a los relatos de la infancia difieren esencialmente de las del ministerio público y la pasión. En lo que respecta a los relatos de la infancia, no podemos identificar a ningún testigo ocular de los acontecimientos originales que pudiera haber actuado como fuente fiable en la Iglesia primitiva. No es tal el caso del ministerio público ni de la pasión.

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