Y que así lo han manifestado en las redes sociales, y en las páginas web en las que suelen manifestarse y encontrarse quienes menos cómodos se encuentran con el actual Pontífice. Los mismos que ayer recordaban constantemente el deber de obediencia y fidelidad al Santo Padre, parece que hoy no tienen tiempo suficiente para orquestar todas las campañas y críticas que están en marcha contra Su Santidad.
Ahora, a raíz de la imagen de Lutero en el Aula Pablo VI del Vaticano -con motivo del encuentro entre católicos y luteranos- hay quienes acusan al Papa Francisco de herejía, de apostasía, de protestantizar la Iglesia, de ser una bomba de relojería en el interior del catolicismo, de anti-Papa… Y si a eso le añadimos que ha afirmado -como ya había hecho en ocasiones anteriores- que el proselitismo es un veneno, que no se trata de hacer apologética sino de vivir de modo ejemplar y dejar que el Espíritu actúe… Entonces ya tenemos el escándalo servido. Porque salen los teólogos de turno recordando lo que diferencia a católicos y luteranos, los historiadores recuperando los textos en los que Lutero acusaba a la Iglesia Católica de su tiempo de ser un nido de putas y hermafroditas que hedían a las heces del diablo, los conversos del protestantismo manifestando que se sienten apuñalados por el espíritu ecuménico del Santo Padre, los defensores de la institución eclesial asegurando que estamos ante un sincretismo igualador que ha olvidado que “fuera de la Iglesia no hay salvación” y que hace tambalear los muros y las puertas de la Iglesia, los que citan los textos que les interesan recordando que Cristo nos envió a predicar el Evangelio (con lo que asimilan la Buena Nueva a la Iglesia, negando que otros credos cristianos puedan ser portadores de esa misma buena noticia, y ya no entro en los no cristianos)… Rencillas del pasado, matices eruditos que no llegan al común de los fieles, anacronismos que aplican las críticas del ayer (muchas de ellas fundadas) a la Iglesia de hoy, situaciones personales elevadas a categoría, inseguridades, intereses, orgullos maltrechos, antiguas y exclusivistas interpretaciones ya superadas del Extra Ecclesiam nulla salus… Y una visión de la espiritualidad y de la religión que compite por el Absoluto en lugar de compartirlo. El diálogo no es diálogo si hay identidad. Si dialogamos con los luteranos es porque existen diferencias entre ellos y nosotros (no me escondo, me incluyo entre los católicos). Pero dialogamos porque ambos tenemos mucho que aportar. No se trata de “convertir” o “convencer” (ése es el proselitismo que critica el Papa Francisco) sino de caminar juntos hacia un Dios que es semper maior, siempre mayor a lo que podamos pensar, decir o imaginar de Él. Un Dios que no se agota en una fórmula teológica ni -permítanme el comentario- en una redacción del Catecismo. Dios no cambia, la Verdad es la que es, pero nuestro conocimiento de la Revelación va desarrollándose con el paso del tiempo y, así, nuestra comprensión de los dogmas y tradiciones adquiere nuevos e importantes matices que enriquecen nuestra forma de enunciar y vivir la Fe. Por eso el Papa está abierto al encuentro y al diálogo bajo el influjo del Espíritu, porque no todo está dicho… Y porque ante una humanidad herida como la actual, es preciso cooperar y co-inspirar con todos aquellos que tienen un mismo anhelo de Dios, aunque lo busquen por distintos caminos. Esa imagen de Lutero en el Vaticano es una mano tendida, un reconocimiento de que la Reforma tuvo sus razones. ¿Qué también tuvo sus errores, excesos, intrigas e intereses mundanos? Claro que sí, pero los luteranos de hoy… ¿son buscadores de Dios o meros enemigos de la Iglesia? Si los católicos intentamos ver a los luteranos desde los ojos de Dios -y ellos a nosotros- no veremos a unos enemigos o competidores, sino a unos hermanos que tratan de seguir las huellas del Padre. Muchas cosas han cambiado en la Iglesia Católica desde tiempos de Lutero, y también los protestantes han recorrido su propio camino. Hoy hay muchos más puntos de encuentro de los que hubo en el pasado, y hay quienes creemos que es bueno fomentarlos, compartir preocupaciones y comentar las diferencias y dificultades. Porque, si tendemos a un mismo Dios, del que venimos y hacia el que caminamos, a medida que nos acerquemos más a Él, más cerca estaremos unos de los otros. ¿Es esto una herejía? No lo creo. Es más bien un cambio de punto de vista. Un situar a la persona antes que a la teoría, al ser humano antes que al teólogo… Más que nada porque la teología es teoría, hipótesis, y como tal puede transformarse. Porque, insisto, la Revelación es la que es, pero nuestra comprensión de la misma siempre está mediatizada por nuestras propias limitaciones personales, intelectuales y culturales. No nos perdamos por tanto en divagaciones convertidas en apriorismos inalterables, que nos alejen de la Verdad, de Dios y del hermano que sufre. En este sentido, me viene a la mente una historia que se narra en el budismo para tratar de explicar por qué el Buda jamás entró en cuestiones teológicas sobre la naturaleza de Dios. Creo que la última vez que la leí fue en el libro “Sin Buda no podría ser cristiano” de Paul F. Knitter (releyendo el post antes de su publicación, me doy cuenta de que citar esta obra en este contexto es algo así como un acto de terrorismo intelectual, pero no voy a cambiarlo porque pese al shock estético que pueda producir a algunos, su contenido de fondo es importante): “Hay una parábola a menudo repetida sobre un hombre a quien le dispararon una flecha envenenada. Ahí está, tendido en la carretera con una flecha clavada, cuando llegan unos amigos a rescatarlo. Pero antes de que puedan hacer algo, el herido empieza a bombardearlos con toda clase de preguntas: “¿quién hizo esto?, ¿por qué lo hizo?, ¿dónde estaba?, ¿qué clase de flecha es ésta?”. Suave pero firmemente le piden que se calle. “Deja ya de hablar. Tenemos que sacarte la flecha”. Ese, comenta Gautama el Buda, es su trabajo como ser iluminado: retirar la flecha del sufrimiento de nuestra vida, no responder a todas nuestras preguntas especulativas, me atrevo a decir teológicas. Es muy fácil que las palabras entorpezcan esa tarea. (…) Primero haz eso, y después quizá haya tiempo para entretenerse con preguntas”. Ésta, me parece, es la clave del actuar de Papa Francisco. Ante un mundo que va a la deriva porque desconoce a Dios, no le preocupa tanto discutir ahora sobre matices teológicos o cuestiones históricas como animarnos a todos a remar hacia un lugar mejor… Dejando que el ejemplo, el diálogo y el soplo del Espíritu nos transformen -a los unos y a los otros- mientras trabajamos por la construcción del Reino de Dios. Es tiempo de colaborar, no de competir. Tiempo de compartir, de construir y de redescubrir. Todos estamos en camino, y al final de éste hay un padre que nos espera… Lleguemos por donde lleguemos… Seamos católicos o luteranos. Que la cabeza visible de la Iglesia Católica reconozca las semillas del Espíritu que hay en el luteranismo, asuma algunas deficiencias de nuestro pasado y anime a tejer un futuro común no sólo no me indigna sino que me llena de alegría y esperanza. Pero, claro está, de todo hay en la viña del Señor… Y así lo quiere el Papa Francisco. Él ha decidido tender su mano a los hermanos separados, pero comprende y tolera que dentro de la Iglesia haya quienes no están por la labor. Y, si no, que le pregunten a la Hermandad Sacerdotal San Pio X. La Iglesia es madre, y tiene hijos muy distinto… Pero únicos, siempre únicos.
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