El mundo estaba acostumbrado a mirar al Vaticano y ver en el frontispicio de la impresionante Basílica de Maderno un letrero también enorme: 'La Iglesia del no'. Era la Iglesia de la exclusión. La que ponía la doctrina por delante del Evangelio y, en base a eso, expulsaba del templo a todo tipo de pecadores. O incluso, a todos los que no entraban en todo por la aduana de su severa doctrina. Una Iglesia de cátaros y de puros que, al estilo de los fariseos, veía la paja en el ojo ajeno, pero se olvidaba de la viga en el suyo.
Y en esto llegó Francisco y colocó otro enorme letrero en el Vaticano: 'Ésta es la Iglesia del sí'. Y, en dos años, ha conseguido hacer pasar a la Iglesia de la exclusión a la inclusión.De la aduana al 'hospital de campaña'. Iglesia de puertas y ventanas abiertas. Una Iglesia que predica y da trigo. Una Iglesia más madre que maestra. Una Iglesia samaritana y con entrañas de misericordia. "Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres”, comenzó diciendo el Papa gaucho. Y, con sus hechos y sus gestos, fue abriendo la institución no sólo a los pobres, sino también a los pecadores y a los "descartados”, que el sistema deja en las cunetas de la vida. Para gran escándalo de los rigoristas que, como los fariseos, protestan y se indignan ante los gestos inclusivos del Papa. Y ponen el grito en el cielo y hasta amenazan con un cisma. Francisco, consciente de estar guiado por el impulso del Espíritu, sabe que tiene pocos años (ley de vida) para recristianizar a la Iglesia y empistarla por caminos mucho más evangélicos en el fondo y en la forma. Y aprieta a fondo el acelerador, para que la Iglesia sea realmente una casa abierta. Extrañados y mirando para todas partes asombrados, entran en el Vaticano y acceden al Papa personas y colectivos pobres, excomulgados, expulsados, marginados. La lista es larga, porque eran muchos los excluidos. A poco de iniciar su pontificado, en el vuelo de regreso de Río de Janeiro, rompió una lanza por los homosexuales: "Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Y el colectivo gay comenzó a sentir que la Iglesia ya no los maldecía o decía mal de ellos. Francisco fue más allá, recibió en Roma y abrazó a un transexual extremeño, Diego Neria. Nada menos que, en la capilla Sixtina, el Papa bautizó con sus propias manos a un niño de una madre soltera y a otro de una pareja casada sólo por lo civil. Francisco repite, una y otra vez, que los sacramentos no se le pueden negar a nadie. Y, cuando algunos de los suyos no le hacen caso, interviene directamente o a través de terceros. Una de las claves del Sínodo sobre la familia, tanto en su primera como en su segunda parte, fue y será el debate sobre la admisión a la comunión sacramental de los divorciados vueltos a casar. El mero hecho de que el Papa colocase este tema en la agenda de la asamblea eclesial es ya sumamente significativo, a falta de saber qué decidirán al respecto los padres sinodales primero y el Papa, después. Francisco no sólo incluye a los colectivos excluidos de fuera de la Iglesia, sino también a los marginados de dentro. Por ejemplo, ha recibido a varios sacerdotes casados y secularizados y ha rehabilitado a los teólogos perseguidos, especialmente a los líderes de la Teología de la Liberación. Y hasta ha beatificado a monseñor Romero, que, durante décadas, pasó por ser una especie de hereje comunistoide. Aires frescos en la Iglesia de la primavera de Francisco, que sigue adelante a pesar de los 'lobos' que continúan aullando, sabedor de que nadie puede parar la primavera en primavera.
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