Hoy el mismo evangelio nos hace la composición de lugar y tiempo. Unos versículos antes, Herodes cree, que Jesús es Juan Bautista que ha resucitado. Si lo había matado una vez, bien podía intentarlo de nuevo. Jesús tenía motivos para retirarse a un lugar apartado.
Seis veces se narra en los evangelios un episodio casi idéntico: la multiplicación de los panes y peces. Jesús da de comer a una multitud considerable en un despoblado. Es seguro que algo muy parecido a lo que nos cuentan pasó en realidad. Es probable que pasara más de una vez. Es muy importante para nosotros, acercarnos lo más posible a la realidad de los hechos; solo desde lo histórico, podremos desentrañar su verdadero sentido. Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos de los textos bíblicos, no podemos seguir entendiendo este relato en sentido literal. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podríamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: “dadles vosotros de comer”. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás. Por otra parte, ni tenían dinero suficiente para comprar tanto pan, ni había donde comprarlo. No podemos seguir hablando de multiplicación de panes y peces gracias a un poder divino de Jesús o de Dios manipulado por Jesús. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que van a morir de hambre en el Cuerno de África. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecha añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera. Lo que pasó no fue un milagro en sentido estricto, que es como lo entendemos normalmente. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tenían hasta conseguir que nadie pasara necesidad de alimento. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Fijaos bien que los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la compasión y generosidad que Jesús predicaba. Éste es el verdadero milagro. Debemos tomar conciencia de la importancia que tienen, en los relatos bíblicos, las comidas. Con muchísima frecuencia se hace referencia a los tiempos mesiánicos con la imagen de un banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Algunos exegetas creen que las parábolas son charlas de sobremesa que Jesús relataba en ese ambiente cálido de una comida de amigos. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La última cena fue una comida de despedida en la que se abrió en la intimidad de los que consideraba más amigos. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente. Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús no acepta esa postura, sino que les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera. Ya Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Se quiere sugerir que Jesús cumple en plenitud las figuras del AT. También hay que tener en cuenta que la Escritura era la comida espiritual del pueblo. Doctrina se dice en arameo “hamira”. Pan se dice “amira”. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud (seguramente el más empleado en la Biblia. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la letra. El evangelio nos da continuos ejemplos de cómo Jesús se preocupó de las necesidades materiales de la gente. Pero también se quejó de que le entendieran mal, y terminaran creyendo que había venido para eso. "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". El mensaje del evangelio de hoy no es que, al ver el milagro, concluyamos que Jesús es Dios; ni que podamos esperar de él que nos va a sacar las castañas del fuego. Cuando Jesús se retiró al desierto, después del bautismo, la conversión de las piedras en panes, se presenta como una tentación. El ver a Jesús como un "taumaturgo" hacedor de milagros, está ya muy criticado en los mismos evangelios. Seguir creyendo en el siglo XXI en milagros (tal como la mayoría los entiende) para solucionar los problemas, es la mejor demostración de nuestra falta de madurez religiosa. Es también una demostración de que nuestra idea de Dios sigue siendo arcaica e interesada. El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan” indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino, más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él. Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. “Dadles vosotros de comer”. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se deja de acaparar los bienes, llegan a todos. Los hombres, no deben actuar de manera egoísta. Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura. Sólo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios, se alimenta la verdadera vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, dónde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús. Después de un día con Jesús, aquella gente fue capaz de compartir todo lo que tenían, que en aquella circunstancia no era más que unos pedazos de pan duro, y unos peces resecos. Para nosotros ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años y años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Sólo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato el nivel espiritual y el material se entremezclan y no hay manera de separarlos. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio. El verdadero mensaje del evangelio de hoy está en que, cada vez que se comparte el pan, se hace presente a Dios que es amor. No hay otra manera de acercarnos a Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta, no es el pan que se come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir, no es saciar las necesidades de otro, sino identificarse con Dios, descubierto en el otro. Es afirmar que Dios y el necesitado son uno. Bien entendido que a la hora de compartir, no hay diferencia alguna entre bienes materiales y bienes espirituales. Meditación-contemplación ¡Dadles vosotros de comer! No deberíamos olvidar nunca estas palabras. Es lo primero que espera Dios de cada uno de nosotros. Es lo que esperan todos los “muertos de hambre”. ………………… Si de nuestra relación con Dios no se desprende esta exigencia, podemos estar seguros que nuestra religión es falsa. Si no veo a Dios en el que muere de hambre, mi dios es un ídolo que yo me he fabricado. ………………………… La clave del mensaje de Jesús es la compasión. Si no me aproximo al que me necesita, me estoy alejando del Dios de Jesús. Si he descubierto a Dios dentro de mí, lo estaré viendo siempre en los más pobres.
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