En uno de sus discursos más extensos, en Bolivia, el papa Francisco se puso a la vanguardia de los derechos de los pueblos marginados y de la defensa de la creación. Ambos han sido abusados por los depredadores cobijados en el sistema de la economía de mercado, un invento del neoliberalismo para explotar la naturaleza y las gentes.
Por fin un obispo de Roma habla con claridad en temas sociales que interesan a los pueblos más que las doctrinas religiosas. LA DEUDA HISTORICA. Era una deuda que no lograba pagarse con el paso del tiempo. Se dice que fue León XIII el que puso la “cuestión social” en el tapete eclesial cuando escribió la carta “Rerum Novarum”, en 1891. Desde luego llegó muy tarde: hacía ya casi cincuenta años que Carlos Marx había planteado el tema ante la conciencia del mundo. Después, en 1931, el papa Pío XI, mediante la carta Quadragessimo Anno se refería también al mundo obrero. Pero no fue hasta Juan XXIII que la iglesia empezó a emplear un lenguaje más abierto, más comprometido y más directo ante los problemas sociales. Por su parte, Juan Pablo II tuvo numerosas intervenciones en asuntos relacionados con el mundo obrero, ya sea en discursos, en cartas oficiales, en homilías. Sus numerosos viajes por el mundo le ayudaron a conocer realidades de pobreza y marginación, ante las que siempre levantó la voz clamando por justicia. Pero su trauma antimarxista le impidió hacer denuncias más comprometidas o a proponer alianzas más eficaces para luchar contra el capitalismo depredador. Ha tenido que ser un Papa latinoamericano el que le cambie el rostro a una iglesia que señalaba las consecuencias nefastas del sistema pero no se atrevía a denunciar sus causas diciendo al pan, pan y al vino, vino. Y lo ha hecho con su voz sosegada pero firme. Francisco no tiene la voz teatral de Juan Pablo II en sus mejores tiempos. Tampoco la voz cansina de un profesor de teologías, como Benedicto XVI. Tiene la voz de un pastor de pueblo que observa el mundo desde la fe y llama a las gentes a mantener la esperanza. Pero una esperanza que está comprometida con el cambio de paradigma, con el cambio de los patrones mentales. Solamente así será esperanza concreta y no solamente una espera aletargada. LA DENUNCIA. En su discurso, en Santa Cruz de la Sierra, Francisco abordó temáticas sociales que son tratadas con un lenguaje nuevo, de parte de la iglesia.
Y, superando el clásico discurso que llamaba a los ricos a la generosidad, afirmó sin tapujos que la distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. “Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que nunca derrama por si sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Nunca podrán sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario”.
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