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El joven rico por: Eloy Roy

10/15/2012

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Los dictadores Ben Ali, Mubarak, Gadafi y Saleh fueron sacados a patadas de Túnez, de Egipto, de Libia y del Yemen por sus pueblos respectivos. Alá mediante, pronto les tocará el turno a otros tiranos como ese muy feroz Bachar Al Assad de Siria.

Esos líderes fueron en alguna época, los "salvadores" de sus pueblos, pero, embriagados por el poder, no tardaron en convertirse en verdugos de los mismos. Por medio de la mentira, de la violencia, del nepotismo, de la corrupción y del terror, han acumulado fortunas de miles y miles de millones de dólares, privando a sus pueblos de toda libertad y estrujándolos a más no poder.

Además, esos tiranos tienen en común el que todos eran "fieles" seguidores, cuando no "guías", de aquella "religión de paz" que el 24% de la humanidad estima ser la más perfecta y más prometedora de todo el mundo.

Ahora bien, dentro de cincuenta o cien años, no faltarán herederos de esos tiranos, tal vez gente buena, muy adicta a su religión y con jugosas cuentas en los bancos suizos, que se ofendan al extremo si alguien, un día, intenta hacerles ver que su fortuna está podrida. No les gustará que se les dé a entender que lo menos que deben hacer es devolver la mayor parte de sus bienes a los pobres, los que, por culpa de sus tiránicos y muy ladrones padres o abuelos, sufren hasta ahora las ansias de la miseria.

Así sucedió probablemente con un muchacho bueno con el que, un día, Jesús cruzó por su camino.

Lo tiene todo, es joven, buen mozo, muy rico y de una vida religiosa ejemplar. Aunque nacido en cuna de oro le atrae la vida eterna y cree sinceramente que el mejor camino para alcanzarla es observar los mandamientos. Cumple la ley a la perfección, lo que le vale todas las bendiciones y alabanzas de los sacerdotes del templo.

Un día, ese joven rico tiene la suerte de cruzarse con Jesús. Con mucha alegría se le acerca y le pregunta qué le parece su caminar. Admirado por el deseo de perfección de ese muchacho, Jesús no puede menos de encariñarse con él. Pero, para no dejarlo en la ilusión, decide hablarle como se habla a un hombre. No mentir, no robar, no matar, no cometer el adulterio, etc., todo esto está muy bien, le dice Jesús, pero no basta.

Cualquier camino que no abra los ojos a la realidad de los pobres, los oídos a sus gritos, el corazón y las manos a sus miserias, no es camino de espiritualidad auténtica. Ignorar a los pobres, dejarlos de lado como si no existieran, no puede llevar a ninguna vida plena. El camino perfecto, el camino seguro, la única espiritualidad digna de ese nombre, dice Jesús, es ésta: "Ve, vende todo lo que posees, dáselo a los pobres y así juntarás un gran tesoro para ti en las arcas de Dios. Luego ven y sígueme"

Ese joven no es mezquino con los pobres; cada vez que se le cruza uno, le alcanza una limosna. Pero, para él, los pobres son parte del paisaje y la limosna, una rutina.

A ese joven nunca se le ha ocurrido imaginar que su gran fortuna pudiera haber sido la causa de la infortuna de muchos pobres.

Porque esa fortuna, ciertamente él no se la ha ganado con el sudor de su frente ya que es joven. Por lo tanto le viene de familia. Pero ¿de dónde su familia la sacó? Ninguna idea. Nunca se planteó eso. Podría ser que sus padres y sus abuelos hayan trabajado mucho y que, como él, hayan vivido con la conciencia de cumplir todos los mandamientos. Pero, pensándolo bien, ¿es esto realmente posible?

¿Es posible hacerse muy rico sin aprovecharse nunca de los demás? ¿Llenarse de plata sin jamás sacar provecho de las necesidades, de la pobreza, de la miseria, de la mala suerte de los demás? ¿Es posible amontonar riquezas y al mismo tiempo amar a su prójimo como a sí mismo? ¿Se conoce gente muy rica que vende y compra a precio justo, no se dedica a negocios ilícitos, paga los impuestos debidos y da siempre el salario justo a sus empleados? En una palabra, ¿existen grandes fortunas que en gran parte no se hayan construido sobre las espaldas de los demás?

Hay sangre en las manos de los más ricos. Lejos de amar a su prójimo como a sí mismos, a menudo lo roban, lo estafan, abusan de él; casi siempre lo explotan con la conciencia de estar dentro de la ley. A la raíz de muchas fortunas hay matanzas, asesinatos, guerras, dictaduras, monopolios que los fieles observadores de los mandamientos no tienen ningún problema en justificar; y una vez que ganan, - porque con plata siempre se gana - esos fieles cumplidores de los mandamientos quedan tranquilamente dueños de los bienes de sus víctimas. Lo que posees, le dice Jesús al joven rico, no te pertenece; a los pobres ha sido arrancado y a ellos debe volver. Por eso te digo: "Ve, vende todo lo que posees y dáselo a los pobres"

Tú te contentas con ser bueno, pero ¿puede realmente ser bueno alguien que no se preocupa por la justicia? A ejemplo de muchos "buenos", separas la bondad de la justicia. Eres rico y no te sientes responsable del hambre, de la enfermedad, de la vergüenza, del desamparo de los pobres; de los dramas, de la delincuencia y de la muerte de muchos pobres.

Eres rico y no ves la relación entre la riqueza y la miseria de tu pueblo. Yo te digo que si quieres vida eterna, tienes que ser más que bueno, tienes que ser "perfecto", devolviéndoles a los pobres lo que les pertenece. En una palabra: tienes que ser justo. Esa será la riqueza verdadera que te valdrá la vida por toda la eternidad.

Esta respuesta de Jesús a los interrogantes del joven rico es una palabra del Evangelio que, hasta hoy, la mayoría de los "buenos" cristianos no logran tragar de ninguna manera. Dicen que si Dios realmente nos ama, lo más seguro es que él quiera que seamos ricos. Y tienen la razón. Dios efectivamente quiere que seamos ricos, pero no solamente "nosotros" sino el mundo entero. Mejor dicho, lo único que Dios quiere es la JUSTICIA para que todos en el mundo tengan su parte de las riquezas de la tierra. Y esa parte consiste en disfrutar de cuanto se necesita para vivir con dignidad.

Pero ¿no sería mejor que el rico invierta para producir más riqueza a fin de tener más para compartir? Buena idea. Aún en el tiempo de Jesús se creía que la pobreza iría desapareciendo a medida que la economía iría creciendo. Ése es un viejo método que se ha practicado hasta hoy, con los resultados que sabemos: ricos más ricos y pobres más pobres.

Últimamente hemos visto hundirse los bancos más poderosos y las empresas más ricas del mundo; ¿cuál ha sido la causa de su ruina: la falta de crecimiento? Y cuando volvió el crecimiento ¿acaso, se repartieron mejor las ganancias?...

Termina la historia del joven rico con estas palabras: "El joven se marchó triste, porque tenía grandes propiedades".

Entonces Jesús deja caer otro comentario con el que muchos "buenos" se atragantan todavía: "Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el mundo de Dios." 2

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