Él hablaba del templo de su cuerpo y del nuestro. Formamos con todo el universo un cuerpo por el que corre la vida de Dios.
En estos años del siglo XXI experimentamos un profundo y rápido cambio en la concepción de la diferencia entre lo sagrado y lo profano. La línea divisoria se va haciendo cada vez más invisible. Todas las religiones, incluso las que nos parecen que tienen más adeptos están en crisis y sin embargo reviven y con fuerza las espiritualidades. Mientras la religión queda reducida a monólogos, preceptos, normas y leyes para vivir una vida ética sin hacer daño al prójimo, es una religión muerta, de hecho no es religión. Religión, del latín “religio” significa acción y efecto de ligarse fuertemente a Dios. Eso es lo que hizo Moisés, ante el encargo de sacar al pueblo israelita de la opresión de Egipto para conducirle por el desierto a la Tierra Prometida. En ese caminar, en medio de muchas dificultades, Moisés rompe con los miedos de su religión y sube al monte para hablar “cara a cara” con Dios. El monólogo se convierte en diálogo y el decálogo que Dios le entrega no es una ley muerta sino la base de una relación con Dios y con los demás. El pueblo de Israel a lo largo de la historia explicó estos diez mandamientos en más de 600 normas que un judío había de cumplir si quería estar a bien con Dios. Muchas personas quedaban excluidas por su incapacidad real de cumplirlas. Jesús en el Nuevo Testamento reduce el decálogo al amor a Dios y al prójimo. Podemos decir que amamos a Dios si amamos a los demás de una manera concreta y real. Así lo realiza él, liberando a las personas de las cargas absurdas que les imponen los que creen hablar con la autoridad de Dios. Les devuelve así la dignidad de hijos e hijas de Dios. Pero se gana la indignación, el cuestionamiento y la persecución de escribas y fariseos que tienen bien “atado” lo que viene y lo que no viene de Dios: el límite entre lo sagrado y lo profano. Han hecho del templo de Jerusalén un lugar para el mercadeo con Dios. El centro religioso y símbolo nacional de Israel, se ha convertido en lugar de comercio y explotación. La tendencia humana es hacer transacciones con Dios a través de dinero, sacrificios y cambiar a Dios por el dinero. Jesús se encoleriza porque ve cómo la perversidad se aprovecha de los pobres e ignorantes. Él instaura el lugar de la relación definitiva con Dios: la persona misma. Las ovejas representan al pueblo que debe ser liberado. Los cambistas, a quienes desparrama las monedas por el suelo volcando sus mesas, representan el sistema bancario del templo y el tributo que todos los judíos habían de pagar. Los vendedores de palomas se aprovechaban de los pobres prometiéndoles la reconciliación con Dios a través del sacrificio de estos animales. No en vano Jesús había repetido: “No podéis servir a Dios y al dinero”. No iba dirigido al mensaje a los pobres de las aldeas de Galilea donde predicaba, sino a los que se enriquecían a costa de los pequeños usando para ello la religión del temor. Jesús enfatiza en este momento la auténtica relación con Dios como Padre. Reduce a cero la religión falsa para dar paso a la relación familiar de amor y confianza. Para nosotros cristianos, el templo está en Jesús y en todos y todas las que están poseídas por el Espíritu. Ese es el lugar del verdadero culto, que no se expresa en ritos vacíos, sino en una vivencia del recuerdo vivo de Jesús que nos impulsa a vivir como El. Esa es la espiritualidad: dejarnos conducir por el Espíritu. “Los templos” están hoy bastante vacíos, los admiramos como mucho como obras de arte de un pasado glorioso. Los templos son nuestros cuerpos, los de nuestros hermanos y hermanas que sufren huyendo de la violencia en busca de hogar, los cuerpos de los sin techo, las víctimas de la trata de personas…El templo es hoy la tierra, explotada y expoliada, en peligro por nuestra avaricia de poseer cada vez más. No vamos a volver por mucho que nos empeñemos a lo de antes. No se trata tanto de restaurar el templo con todas sus implicaciones, como de volver a los orígenes de ese movimiento itinerante que comenzó Jesús por las aldeas de Galilea. Unos pocos, entusiasmados por el reino reuniéndose en las casas y compartiendo pan y vida. Jesús no tiene miedo de lo que puedan hacer con su cuerpo. Llega hasta el final entregando su vida hasta las últimas consecuencias. Quitándole de en medio no tendrán que oír más esa crítica que pone en evidencia el montaje que han hecho en nombre de Dios. “Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos. Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que yo os mando”. Juan 14,13 Serán sus discípulos y nosotros y nosotras hoy los que tendremos que recordar, que el templo no es un edificio de piedra sino la vida en medio del mundo; que el culto que a Dios le agrada es nuestra relación con Él, y que tiene consecuencias concretas en cómo nos relacionamos con los demás. Tenemos una responsabilidad en cuidar de nuestro planeta y de toda forma de vida. Eso supondrá cambiar nuestra mente, nuestro corazón y sobre todo nuestro estilo de vida. Todo lo que hacemos está en el ámbito de lo sagrado porque la vida es sagrada.
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