ETA ha echado el cierre a su actividad por quiebra. En realidad, lo hizo en 2011, pero estas cosas tienen su liturgia y ahora ha sido el momento oficial de una etapa demasiado larga y dolorosa. Como cristiano, quisiera hacer una reflexión final mirando más al presente y al futuro que al pasado. Pero es inevitable partir de la realidad y el sufrimiento acumulado durante tantos años.
Miro, pues, hacia atrás y, ¿qué es lo que ha quedado? Mucho dolor estéril y el fracaso de una ideología totalitaria. Quedan luces tras la tiniebla que es preciso destacar y que, incomprensiblemente, los católicos no estamos señalando como el agua pura que ha regado nuestro presente y un futuro esperanzador. Es cierto que queda mucho odio por desactivar, demasiado dolor todavía irrecuperable, pero tenemos experiencias que son claras muestras de la acción del Espíritu entre nosotros. Movimientos y personas concretas que han generado espacios de perdón y reconciliación al más puro ejemplo evangélico pero que no han sido destacadas por “los nuestros” como ejemplares, heroicos y, por qué no, proféticos. Movimientos como Gesto por la Paz de Euskal Herria que en los peores años de plomo aglutinó a personas de diferente signo, en silencio, tras una pancarta en decenas de municipios a la vez, después de cada muerte violenta, muchas veces recibiendo amenazas gravísimas a pocos metros, casi en un vis a vis insoportable. Un testimonio de honestidad y limpieza ética chocante porque fue capaz de contraprogramar a la barbarie. La Vía Nanclares fue un nivel aún más elevado de impulso extraordinario del perdón y la reconciliación. Víctimas y victimarios que deciden a título individual dar el paso de pedir perdón y de perdonar, ambos dificilísimos. Renuncia pública a ETA y al uso de la violencia, petición de perdón a las víctimas y el compromiso de repararlas mediante el pago de su responsabilidad civil y, en último término, colaboración con la Justicia. Testigos imparciales definieron a los llamados Encuentros restaurativos entre víctimas y victimarios como una “experiencia increíble de cara a la convivencia en el País Vasco", así como "gestos humanos que destrozan cualquier estrategia política". El libro Los ojos del otro, encuentros restaurativos entre víctimas y ex miembros de ETA se presentó en Bilbao y Madrid y el juez de Vigilancia Penitenciaria no permitió su presencia al preso Luis Carrasco, a pesar de contar con el beneplácito de sus víctimas. Catorce presos de ETA quisieron transformar el dolor en menos sufrimiento. Ninguno se conformaba con pasar página y olvidar. Uno de ellos, Álvarez de Santacristina, ideólogo en su día de la kale borroka, acabó estudiando Teología. Víctimas como Emiliano Revilla o Marixabel Lasa, son verdaderos iconos de la reconciliación. Y por último, la llamada Iniciativa Glencree y sus firmantes, algo que no ha tenido el eco que se merecía. En ella participaron veinticinco familiares de asesinados por ETA, los GAL y demás grupos parapoliciales, que se han venido reuniendo durante más de cuatro años como grupo de encuentro entre víctimas que les ha permitido “compartir experiencias, conocerlas, entenderlas, tomar conciencia de lo injusto de la violencia que hemos padecido, de su enorme impacto personal y familiar. Hemos pasado del conocimiento mutuo a la empatía, superando las barreras y estereotipos”. Recuerdan a la iniciativa del judío Simon Frankental que reunió a familiares israelíes y palestinos de asesinados por “el otro bando” reivindicando la reconciliación entre judíos y palestinos. Han demostrado que otro mundo es posible, “acercarnos unos a otros con respeto, superando el temor y los estereotipos, la frustración y la experiencia propia de dolor, explorando bases para la convivencia”. Proclaman que es posible una convivencia pacífica, respetuosa y constructiva en el seno de una sociedad plural, libre y justa. Para el logro de esta aspiración social son deseables y necesarios los gestos de reconocimiento; “Queremos invitar a la sociedad a realizar su propia revisión autocrítica del pasado mediante un compromiso ineludible con la verdad y con la justicia. Sanar las heridas obliga a un proceso que no está exento de tensiones o conflictos”. Familiares de etarras, guardias civiles... juntos y revueltos como hermanos. Algo grande ha pasado entre nosotros y algunos todavía siguen sin enterarse. Cuando el panorama es tenebroso y nos sentimos acorralados por fuerzas superiores a las nuestras, surge la fortaleza del amor como recurso final para encontrar un nuevo rumbo, levantar la frente y continuar hacia adelante renovando esfuerzos para crear nuevas expectativas de nueva vida. Muchos de nosotros considerados -por nosotros mismos- buenos católicos, no la recibimos, rechazamos con el silencio este tipo de iniciativas maravillosamente evangélicas y tan necesarias de seguir en este momento del final de ETA. Las personas protagonistas víctimas y victimarios que optaron valientemente por amar en lugar de odiar, son la semilla de Dios en este conflicto junto a mucha otra gente que hizo una labor callada detrás de los focos para lograr lo que parecía imposible: personas del gobierno español, del gobierno vasco, de la iglesia vasca (obispo Uriarte, Joseba Segura, recién nombrado vicario general de la diócesis de Bilbao...), miembros de la sociedad civil, algunos periodistas... ETA se ha ido pero nos queda la senda de la convivencia trazada por todas estas personas admirables que apostaron por el amor y la reconciliación. Ellas fueron, son, la mejor semilla del evangelio en este presente y futuro por reconstruir ¡Gracias!
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