El pobre irrumpe en nuestra conciencia
En el contexto actual de Latinoamérica de globalización, del capitalismo neoliberal y el ambiente posmoderno se nos hace necesario cada vez más una verdadera opción que dé sentido a nuestro ser cristiano. A partir de las horribles consecuencias que traen estas manifestaciones del accionar de los poderosos, los cristianos debemos renovar nuestra fe e insistir en un profundo discernimiento. Jung Mo Sung no dice que se nos hace necesaria una comprensión cabal del mundo en el que vivimos, pues si ello es difícil elaborar y encontrar un sentido más humano para nuestras vidas1. Desde esta compleja realidad que nos toca vivir, pero también por la necesidad de encontrar nuevas pistas desde la Revelación cristiana, estamos obligados a buscar una luz de esperanza en el caminar de nuestros pueblos latinoamericanos. En esta mentalidad de mercado las personas son reconocidas a partir de su poder adquisitivo: si puede consumir existe, de lo contrario no. La mentalidad social que se genera a partir de la obligación que todos sentimos de consumir, desde el rico al pobre, nos hace desear las mismas cosas. Esto nos hace creer que somos iguales ante el mercado, sobre todo el pobre cree que es un igual social, cuando no es así. De muchas maneras intenta manifestar la supuesta igualdad, no sólo a través de la simulación que pasa por una supuesta aceptación de su condición de pobre, sino también por el disfraz que se coloca con el uso de los ropajes de las marcas de moda, propio de lo que está al alcance solamente de los ricos. Por lo dicho la masa de empobrecidos sufren el desprecio social y el apartamiento del mercado de consumo, pero viven de forma tal que no quieren sentirse excluidos. Dicho más exactamente: sobreviven como pueden, ayudados por las redes sociales, que nos hacen sentir iguales, y un discurso político manipulado por los medios de comunicación que no les permiten verse reflejados en las estadísticas y los índices de pobreza. El pobre no puede aceptarse como tal, pero de todos modos acepta vivir su vida de cara al sometimiento de un sistema económico y social que no le brinda herramientas de cambio en vista de un futuro más justo. Ese pueblo empobrecido y excluido es también el pueblo que posee su religiosidad, que mantiene su fe en un Dios que promete una vida mejor no sólo en el futuro, sino aquí y ahora. Es el pueblo que cree con esperanza en las promesas de Dios, pero que también comparte en su carne la misma suerte que el Salvador. Son ellos que nos ayudan a discernir de una nueva manera y nos llevan a cuestionar nuestra fe tranquila y cómoda. ¿Cómo mantener su fe en el Dios bueno y justo a partir de la realidad de exclusión e injusticia? ¿Cómo contagiar la fe de una Iglesia que aún se mantiene en jerárquica y muchas veces sorda al gemido de los más sufrientes? Pero sobre todo ¿cómo seguir creyendo nosotros en el Dios de Jesucristo a partir del sufrimiento,? La pobreza institucionalizada y la pobreza ignorada La mayor parte de la sociedad se ha acostumbrado a que existan cierto número de personas que viven “bajo la línea de pobreza”, o más simplemente, es aceptado como normal que existan los pobres. Aún cuando sabemos que la pobreza es cada vez mayor y mientras cada vez más personas están siendo parte de la gran masa de desfavorecidos, sigue siendo un tema que causa miedo a la hora de ser tratado. Todos sabemos que la pobreza es mucho más que no tener cosas, porque el ser humano siempre tiene: su cuerpo, su inteligencia, su ropa, su estar-en-el-mundo, pero de alguna manera, a nivel social, es preferible ver la pobreza solamente desde el lado del tener. ¿Por qué? Asumir que la pobreza condiciona un modo de ser-en-el mundo es aceptar, de parte de quien tiene, su responsabilidad de ser culpable de la pobreza de millones de almas. Mientras que ver la pobreza solo desde el tener hace responsables a los mismos pobres -como quienes pueden dejar de serlo desde sus mismos esfuerzos- de no luchar por tener. En un mundo donde todos quieren tener y someten a ello todas sus fuerzas, el pobre es visto como un haragán que no quiere trabajar y que espera que se le dé todo. Cuando no lo consigue lo busca por medios violentos. De esta manera se justifica la pobreza para tranquilizar la conciencia de la mayoría. Pero junto a la justificación de la pobreza hay una gran carga de olvido de la responsabilidad que todos tenemos ante ella. Hablamos de la pobreza, sabemos que hay personas que viven en la pobreza, no solo en otros países, sino que conocemos a muchos que viven en las calles de las ciudades donde vivimos. La exclusión de la pobreza de nuestras listas de tareas a resolver se debe a la insensibilidad social ante ella, que tiene que ver con el modo de funcionamiento de la sociedad actual. Si bien la experiencia de ser pobre varía según la cultura -ya que la pobreza es interpretada desde cada cultura- en nuestra cultura consumista globalizada el pobre es un no-existente por su incapacidad de ser parte del sistema. Suenan muy duras las palabras de Bauman al calificar la diferencia entre los ricos y los pobres: “...son la escoria, los residuos y los marginados del progreso económico y del libre comercio global, comercio globalizado que, mientras uno de sus extremos (el nuestro) sedimenta los placeres de una riqueza inaudita, vierte en el otro una pobreza y una humillación inenarrables...”2 . Un extremo y otro están viviendo un proceso de deshumanización: “...la pobreza-carencia como la riqueza-abundancia encierran un peligro de deshumanización: la primera porque amenaza directamente a la supervivencia; la segunda porque ahoga la vida en el lujo y en el excesivo consumo...”3 No solo es el pobre quien sufre las consecuencias de la pobreza, que empieza en lo material pero que tiene que ver con el derecho natural de todo ser humano, sino que el rico, sumergido en la marea materialista y consumista, también está perdiendo sus características humanas, para convertirse en un animal que consume. La opción por los pobres como clave hermenéutica Juan Luis Segundo fue un gran teólogo uruguayo, considerado por algunos como uno de los padres de la Teología de la Liberación. En un artículo el esboza su teoría de que la opción por los pobres no nace como consecuencia del trabajo teológico, ni surge de una lectura interpretativa de la Palabra de Dios, sino que es la clave de lectura de Evangelio4. Es el presupuesto necesario a la hora de leer el mensaje de Jesús, de interpretar sus palabras. La validez de este método surge de una teología inductiva, que parte desde la realidad en al cual vivimos, y la realidad en al cual vivimos sigue siendo de injusticia y opresión. Si bien Segundo aclara que no puede ser una única clave de lectura de del Evangelio es la más conveniente en el momento presente, y lo sigue siendo hoy. A partir de las mismas palabra de Jesús, por ejemplo en el discurso de las bienaventuranzas, queda claro que la preferencia de Dios son los pobres. Por ello el discernimiento que necesitamos hacer los cristianos en general nos viene necesariamente desde la experiencia de lo pobres, y en nuestra América Latina, son muchos años de experiencia. Desde el “encubrimiento”5 de América hasta hoy, si hiciéramos una lectura histórica con esta clave interpretativa, veríamos con claridad que el Dios que hemos aprendido es la imagen impuesta por la fuerza desde la visión occidental europea, y no la que proviene del nosotros latinoamericano. Y lo que nos ayuda a lograr abrir nuestras mentes tan sometidas a un sistema jerárquico, no sólo eclesial sino social y político, es abrir los ojos a las necesidades de los que nos rodea, específicamente, a las masas empobrecidas que están presentes a lo largo de nuestro continente. Fruto del discernimiento: una espiritualidad de liberación Partir de los pobres para hacer un camino espiritual implica partir tanto de la enseñanza bíblica como de la realidad (dos de las exigencias claves para un discernimiento cristiano) porque allí vemos que el Dios que vamos descubriendo es el Dios de los pobres. “...el creyente del Dios de los pobres, o en la Iglesia de los pobres, será una persona o una comunidad atenta a la realidad y disponible para acercarse al Misterio de la presencia oculta de lo sublime...”6. Estamos convencidos que el cristianismo de esta época pasa por un contacto con la pobreza y la injusticia para lograr encontrar un sentido nuevo a una comprometida espiritualidad evangélica. Y este cristianismo nos exige ser pensado en términos de revolución. Una revolución pide un cambio desde las bases, pero que no implica que comience desde ellas, sino que puede darse a través de cualquiera de los miembros del cuerpo que quiera ser fiel al Dios de los pobres, de los débiles, al Dios de Jesús crucificado. Necesitamos vivir desde el interior una revolución espiritual que nos acerque a la realidad del pobre para reconciliarnos eficazmente con la humanidad toda. Se trata de vivir la com-pasión de Dios en nosotros haciendo real la solidaridad humana. “Sem o encontro com as pessoas que sofrem, o encontro que se da na compaixáo e a luta solidária, nao há o encontro conmigo mesmo e com o Espírito...”7. Es entonces desde y con los pobres que debemos experimentar una conversión, un cambio de lugar desde donde vivir nuestra vida cristiana. Dios ha hecho sus predilectos a los empobrecidos y la razón de esta predilección es la misma voluntad divina, que coincide con ese pecado humano que somete a sus semejantes a tan grandes injusticias. Y es en función de esta injusticia que podemos vivir un modo de ser más evangélico8: el de hacernos pobres con los pobres, no para ser parte de los predilectos, sino porque antes Dios nos ha con-movido (movido con ellos, hacia ellos) con su amor y nos ha hecho com-padecernos (querer padecer con) del sufrimiento del pobre; "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".(Mt 25,40). Se trata de arriesgarnos a vivir la vida de Dios reflejada en la vida de Jesús que fue humilde, sencillo, desprendido, abierto a todos para dar y recibir. Este modo de ser evangélico implica una ascesis que busca un uso moderado y sobrio de los bienes, para no buscar poseerlos sino com-partirlos con los demás, ya que no somos sus dueños. Concluyendo El pobre nos revela la miseria a la cual hemos sometido a nuestros semejantes por no hacer un buen uso de las capacidades que Dios nos ha regalado y por no hacer un buen uso de los recursos naturales que también Dios dispuso para que vivamos todos, y muy bien. El pobre nos enfrenta por un lado, a lo peor de nosotros ya que su sufrimiento no me es ajeno, aún cuando quiera evadirlo. Y ese esconderme de él implica un pecado muy grande: el desprecio a quien fue creado a imagen y semejanza de Dios, igual a mí. En el fondo estoy alejándome de Dios mismo. Por otro lado el pobre nos enfrenta a la gran posibilidad de generar una revolución: primero la interior, ya que me llama a una profunda conversión a Dios, al sufrimiento del otro y a con-mover estructuras tan afirmadas en nosotros, por lo que es un trabajo muy difícil que implica coraje y perseverancia; y segundo una revolución exterior. Quien logra cambiar sus estructuras internas no puede dejar que las estructuras de poder sigan igual, se siente llamado a cambiar la lógica del mundo neoliberal por el mundo de Dios, y sobre todo, el Dios de Jesús de Nazaret. Este es el Dios en el que creemos: que se hizo pobre para dar ejemplo de como convivir con toda la creación. Descubrir esto no solo puede darle un sentido único y nuevo a la existencia sino que nos propone un camino de plena libertad, no solo del mundo sino de las pasiones que habitan en nosotros. Quien se deja contagiar por la vida del pobre comienza a experimentar una llamada a vivir la pobreza como un camino posible de realización. El Eros (deseo) como fuerza que nos arrastra a la unión con lo que deseamos, nos permite con-vivir con las cosas, desde un con-sentir con ellas (la creación en sí pero sobre todo los seres humanos). Esto se traduce en un sentimiento (pathos) de simpatía y empatía: el sentir con la realidad e identificarse con ella. Ya no existe el pobre o la pobreza fuera de mí, sino que soy capaz de hacerme pobre y vivir la pobreza identificándome con ella.
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