Ante una serie de temblores e inundaciones que están afectando seriamente a nuestro país es impresionante leer el Evangelio y comprender cómo toma vida y se expresa en formas concretas, rostros concretos y nos muestra la presencia y fuerza de la Ruah.
Quisiera centrarme en dos pasajes que me han ayudado a comprender la vivencia del Reino en medio de la solidaridad que se está viviendo en nuestra sociedad. El primero la multiplicación de los panes como milagro donde la solidaridad hace posible una redistribución y así un modelo económico: “Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas” (Mt 15, 36-37). Los grandes sismos ocurridos los días 7 y 19 de septiembre en México han cimbrado a la sociedad; han movido sus estructuras desde los cimientos, principalmente la estructura social. El 19 de septiembre, tan solo unos minutos después del sismo, salimos a comprar cubetas, palas, cascos, lámparas, todo aquello que sirviera para remover escombros y rescatar a las personas que se encontraban atrapadas. Era la necesidad más urgente, la vida de muchas personas se jugaba entre los escombros y su esperanza de salir dependía de las manos solidarias y estas manos a su vez dependían de algunas herramientas. Las ferreterías y tiendas de materiales de construcción se vaciaron y los centros de acopio se llenaron de estas herramientas. Al día siguiente salimos a comprar comida para llevar a los brigadistas y damnificados, así como medicinas y material de curación para poder atender a las personas que estaban heridas; entonces los supermercados y farmacias se vaciaron y los centros de acopio se llenaron de tal cantidad de comida que ahora lo que se requería eran personas que necesitaran ser alimentadas. Después las compras incluían otras cosas como lonas, colchones, cobijas, en fin, las necesidades son todas y la ayuda también ha sido toda. Reflexionando en familia sobre cómo lo estamos viviendo, mi hija comentaba que le sorprendía mucho ver cómo la sociedad se había desbordado para compartir; que ojalá siempre pudiéramos hacerlo y así nadie tendría hambre, nadie viviría sin techo… que los recursos son suficientes y alcanzan para todos cuando los sabemos compartir. El texto de la multiplicación de los panes en el Evangelio de Mateo utiliza la palabra “espuertas”, definidas en el Diccionario de la Lengua Española, como “cesta de esparto, palma u otra materia, con dos asas que sirve para llevar de una parte a otra escombros, tierra u otras cosas semejantes; y cuyo adverbio refiere a abundancia”. Creo que no hay palabra que explique mejor lo sucedido, los escombros han sido llevados a otro sitio y los recursos han sido abundantes. Se han recogido siete espuertas, recordando que el 7 en la Biblia refiere a la plenitud, a la perfección, a lo ilimitado. Diría entonces que poder recoger víveres en un albergue y llevarlos a otro, o recoger herramientas y llevarlas a otra zona, ha demostrado la perfección de dar ilimitadamente. Nuestra sociedad necesita que se distribuya la riqueza, contamos con recursos materiales y especialmente con recursos humanos; así que podremos reconstruirnos como país si continuamos llenando los canastos para que los recursos lleguen a todos. Este milagro de la multiplicación nos ha permitido descubrir un modelo económico que no se trabaja ni desde las instancias de gobierno, ni desde los institutos de estudios económicos; un modelo que no requiere de grandes tratados o convenios internacionales para que también la distribución entre países se dé. Este modelo nace de la conciencia social, de entender y vivir la solidaridad, el destino universal de los bienes, de tener claridad en el bien común. Un modelo económico que está demostrando que los recursos para alimentarnos, sanarnos y vestirnos son suficientes y que quiere seguir aportando para hacer también posible que la vivienda, las escuelas y los centros de salud alcancen para todas y todos. Otro texto que sin duda ha tomado un rostro muy concreto es este del Evangelio de Lucas: “De verdad les digo que esta viuda pobre ha echado más que nadie. Porque todos estos han echado como donativo lo que les sobra, ésta en cambio ha echado lo que necesita para vivir” (Lc 21, 3-4). El rostro más visible ha sido el de la mujer de la imagen que acompaña este texto y que, sin duda, nos conecta directamente con el texto bíblico, que nos permite entender hoy qué es entregarlo todo. Una imagen bellísima que se convierte en un espacio de reflexión y en una oportunidad de acción. Digo que es el rostro más visible porque han sido muchas las personas que han hecho lo mismo. Un ejemplo claro que se ha enfatizado en las redes es que mientras las grandes cadenas de supermercados o de materiales de construcción se vaciaban vendiéndolo todo y sin ningún descuento, muchos de los pequeños negocios regalaban todo. Me parece que esta es precisamente esa imagen del Evangelio ante la cual Jesús nos invita a ver quiénes son capaces de echar lo que necesitan para vivir. Y este gesto lo extiendo también a la actitud de los rescatistas. Cuando se les advertía sobre los riesgos de estar en medio de los escombros, la respuesta fue lo que para mí es la muestra más grande de nuestra humanidad, la supervivencia no es un acto individual, sino un instinto donde es posible poner en riesgo la propia vida para salvar la del otro o la otra. Leer los Evangelios hoy toma otro sentido porque me ha permitido ponerle rostros, actitudes, vivencias y principalmente recuperar la esperanza escatológica donde la vida nueva depende de la Ruah que actúa, dinamiza y nos hace personas nuevas.
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