Las grandes iglesias en Alemania viven de impuestos eclesiásticos, servicios estatales y patrimonio. Es cuestionable que esto sea bueno para ellas.
Johannes Tetzel, dominico y durante mucho tiempo predicador de indulgencias de mala fama, se convirtió en subcomisionado general para indulgencias en las diócesis de Magdeburgo y Halberstadt en 1517. Su misión: ganar dinero para la Iglesia a través de la promesa de poder pagar sus pecados y los de sus antepasados con dinero. La promesa quedaba escrita en certificados impresos de indulgencias: Cuando el dinero suena en la caja, salta el alma al cielo. Una tercera parte de lo que obtuvo era para el Papa León X., que lo utilizó para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, pero sobre todo para financiar su opulenta forma de vida, y una tercera parte a Albrecht de Brandenburgo, que le había comprado tres obispados – Maguncia, Magdeburgo y Halberstadt – al Papa en contra de todas las normas eclesiásticas, y que así le pagaba sus deudas a los Fuggers. El último tercio estaba reservado para Tetzel y su monasterio. Cuando también se puso a vender sus certificados de indulgencia en Wittenberg, se dice que había enojado tanto a Martín Lutero que este quiso iniciar una disputa teológica sobre la venta de indulgencias con sus 95 tesis, que la iglesia rechazó. El cisma de la institución en la Reforma se remonta, pues, al manejo que los responsables de la Iglesia en aquella época le daban al dinero. ¿Y hoy? A 6.262 mil millones de euros se suman los activos de las seis corporaciones centrales de la arquidiócesis de Munich-Freising. Sin contar las propiedades, la finca raíz e inversiones de otras 3000 corporaciones católicas, legalmente independientes en esta arquidiócesis. Se hace caso omiso del patrimonio de los monasterios, de las órdenes religiosas, de la Caritas. Munich Freising es quizás el más rico de las 27 (arqui) diocesis alemanas. Nadie sabe cuáles son los activos totales de todas las 20.000 corporaciones independientes católicas de derecho público en Alemania. Nadie sabe cuáles son sus ingresos anuales. La Iglesia Católica recibe seis mil millones de euros tan solo del impuesto eclesiástico. Pero ésta es sólo una de sus siete fuentes de financiación, aunque sea la más productiva. Más importante que la cantidad absoluta de riqueza e ingresos, sin embargo, es la cuestión de si la iglesia necesita tanto dinero, como lo maneja, si cumple con sus propias normas éticas sociales. Depende de ello su credibilidad o si el dinero es su destrucción. La iglesia en la Edad Media era un gran terrateniente, tenía siervos, requería de los campesinos trabajos gratuitos y recaudaba donaciones. La propiedad terrenal despertó la envidia de los señores mundanos. A lo largo de los siglos fue objeto de expropiaciones masivas. Las dos iglesias cristianas derivan su derecho a prestaciones financieras estatales de la secularización de la propiedad eclesiástica. Hoy en día, estos servicios estatales representan sólo el 2,5 por ciento de los ingresos que las dos iglesias hacen públicos, pero las iglesias pretenden, que en medio de todos los trastornos políticos y económicos de los últimos 200 años, solo una única cosa ha podido permanecer constante: su derecho a una cantidad de dinero en el fondo ficticia. Resulta particularmente pícaro el argumento jurídico de los expertos en Derecho eclesiástico de Estado que los gremios gobernantes de las iglesias, como los responsables de las corporaciones de derecho público, no pueden renunciar voluntariamente a las prestaciones financieras del estado sin hacerse culpables de malversación de fondos. Habría una salida: podrían ofrecerse a iniciar negociaciones al respecto y reemplazar las prestaciones financieras estatales por la obligación de los estados federales de mantener monasterios abandonados de valor histórico y artístico a expensas del Estado. Sería más honesto que seguir insistiendo en los pagos. La fuente más importante de ingresos para ambas iglesias es el impuesto eclesiástico; en muchas diócesis y algunas iglesias regionales representa más del cincuenta por ciento de los ingresos. No es una prestación estatal, sino una cuota de membresía impuesta por el estado. Fue inventado a mediados del siglo XIX en Prusia, cuando le resultó al Estado demasiado costoso seguir pagando el número fuertemente incrementado de clérigos que concomitante a la explosión demográfica durante la revolución industrial. Su introducción fue entonces ferozmente opuesta por la Iglesia Católica. Hoy en día el impuesto a la iglesia es a su vez ferozmente defendido por ella. Hasta 1905 se introdujo en todos los estados alemanes, sus resultados en ese momento estaban por debajo de los ingresos por prestaciones financieras gubernamentales, en 1939 las superaban en dos veces, hoy son veinte veces mayores. Esta forma de financiación fue confirmada por el llamado Tercer Reich. La recaudación directa del impuesto de la iglesia sobre el salario de los empleadores fue posible gracias a la obligación de inscribir la afiliación religiosa en la tarjeta del impuesto sobre la renta (Nota: cada asalariado debe presentarle al empleador una tarjeta de impuesto sobre la renta para permitirle a este deducir el impuesto sobre el salario y pagarlo directamente al Estado.) Hoy se justifica preguntar: ¿Necesita la Iglesia todo el dinero que tiene a través de impuestos eclesiásticos, prestaciones estatales y patrimonio? ¿Se llevaría bien con menos? Una vida como en la tierra de la leche y la miel 150.000 personas tiene un empleo en la Iglesia Católica, otras 600.000 en Caritas. Sin embargo, el 98 por ciento de Caritas se financia a sí misma mediante fondos estatales, pagos de fondos de seguros de salud y enfermería y contribuciones de los usuarios de sus instalaciones. El ochenta por ciento de la ayuda internacional proporcionada por Caritas es financiada por el gobierno y las donaciones recaudadas, mientras que solo el resto es financiado por la Iglesia. Por lo tanto, es un mito el hecho de que los impuestos eclesiásticos se destinen principalmente a fines sociales. Las iglesias gastan muchos miles de millones de euros en su personal; esta es la mayor parte de sus presupuestos. Los edificios y su mantenimiento son el segundo bloque de gasto más importante. El gasto en todo lo demás -educación, medios de comunicación, la iglesia universal- es bajo en términos porcentuales. La Iglesia en Alemania: Desde un punto de vista financiero, esta es una vida como en la tierra de la leche y la miel. Y mientras menos personas asistían a misa, más la iglesia expandía su estructura organizacional y su personal. Un ejemplo: En la arquidiócesis de Munich-Freising trabajan para la Madre Iglesia 15.000 personas, de las cuales 500 son sacerdotes. El Ordinariato emplea a 870 personas, muchas de las cuales son especialistas en liturgia, educación, juventud, construcción, arte, instalaciones solares y separación de residuos. Quieren hacer bien su trabajo y resumir sus conclusiones en consejos y regulaciones para los 300 curas que trabajan afuera. Quieren que estos lean todo eso y lo pongan en práctica. La administración sustituye el cuidado pastoral. Una consecuencia de la riqueza de una iglesia que puede permitirse semejantes estructuras. ¿Es necesario que las iglesias que se encuentran en esta posición financiera única en el mundo continúen insistiendo en las prestaciones estatales y los impuestos eclesiásticos conformes a este modelo? ¿No explotan hoy descaradamente la situación de 1949, cuando se estableció su sistema de financiación, en un momento en que el 97 por ciento de la población era cristiana? Hoy en día, sólo el 55 por ciento de los 82 millones de personas en Alemania son miembros de la iglesia. Cada vez son menos, sólo el diez por ciento de ellosasisten regularmente a misa. De esto se derivan dos patrones de argumentación para la credibilidad de la Iglesia: ¿No deberíamos nosotros -según algunos de ellos- ampliar masivamente nuestro patrimonio para que la Iglesia, cuando pierda más y más miembros, pueda vivir de las rentas de ese patrimonio? En realidad, muchos ordinariatos actúan exactamente según esta lógica. En el proyecto de presupuesto publicado se subestiman sistemáticamente los ingresos y se supervaloran los gastos. En el presupuesto suplementario se utilizan los fondos así obtenidos para negocios de finca raíz, remodelaciones, o inversiones financieras. Muchos párrocos también tratan de cuidar el futuro de su congregación: Colaboran con desarrolladores de proyectos inmobiliarios para construir edificios lucrativos en terrenos de la congregación con el fin de obtener ingresos duraderos por concepto de alquiler. Desde un punto de vista ético-social, sin embargo, la iglesia cae en una trampa: quien acumula dinero o bienes raíces para obtener el mayor ingreso posible de él para la supervivencia de su organización no debe tener en cuenta los aspectos sociales o morales, sino que debe estar atento a las ganancias. El gestor eclesiástico se enfrenta a la cuestión de si debe poseer acciones de VW, a pesar de que el Grupo está dañando el medio ambiente por la manipulación de las medidas de los gases de escape, y donde se sitúan las barreras éticas a su inversión en general. Y si la iglesia les exige el cuatro por ciento del valor del terreno a jóvenes constructores de casas como enfiteusis hereditaria, a pesar de que los intereses para financiar actualmente son de dos por ciento, ¿se trata entonces de codicia o preserva los bienes de la iglesia, como lo exige el Códice Juris Canonici CIC? Por supuesto, también cabe preguntarse qué provisiones debe realizar una iglesia para prever para un tiempo cuando su organización esté vacía porque no tiene suficientes miembros ni suficientes sacerdotes para justificar el aparato y el esfuerzo de hoy. Si ya no hay 23 millones de católicos en Alemania, sino sólo 10 millones, no habrá necesidad de 20.000 iglesias, 12.000 casas parroquiales o 150.000 empleados. Y si la Iglesia Católica, que es una iglesia sacerdotal, ya no tiene sacerdotes, ¿por qué necesita dinero y patrimonio? En la actualidad tenemos todavía 12.000 sacerdotes diocesanos. Si continuamos con menos de sesenta nuevos sacerdotes ingresando a sirvirle a la Iglesia cada año, sólo habrá 4.000 en unas pocas décadas. La Iglesia Católica tampoco cumple con sus propias metas con respecto a otras normas éticas sociales, de subsidiariedad y transparencia: Las parroquias se mantienen en una especie de pseudo-empleo autónomo, no se les permite gastar dinero o concluir contratos de trabajo sin el permiso de la administración diocesana. Hasta ahora, apenas dos tercios de los obispados han hecho transparente la situación financiera de sus corporaciones centrales, y los presupuestos de las parroquias siguen faltando en sus balances. Es el manejo del dinero por parte de la Iglesia lo que amenaza su credibilidad y amenaza con destruirla. Porque las estructuras de la Iglesia deben estar al servicio de su misión, no de su financiación. Teólogos como Bernhard Spielberg ven la mayor amenaza para la iglesia en Alemania en el sistema de impuestos eclesiásticos. El impuesto eclesiástico hace que la iglesia sea independiente de sus miembros. Esto significa: Una vez allí, estos creyentes ya no necesitan ser reclutados diariamente. Ellos pagan, incluso si no desgastan ni siquiera un libro de himnos, no necesitan la calefacción de la iglesia, no gastan el tiempo de su párroco. Spielberg llama al impuesto eclesiástico “tarifa plana para el acompañamiento litúrgico en situaciones de vida especiales”. Según el lema: “Si ya estamos pagando, queremos tener lo más posible, al menos en festivos y celebraciones familiares. Sin embargo, Spielberg y sus compañeros de armas creen que la iglesia debe preocuparse principalmente por la gente y no por su dinero. Que no puede ser que la no participación en el sistema impositivo de la iglesia impida la participación en el Reino de Dios. Se parece mucho a Martin Luther. Como un segundo pensamiento: si a la gente se le permitiera tener más voz en la iglesia, volvería a interesarle nuevamente. El impuesto cultural tiene encanto Las relaciones de la Iglesia con el dinero traen consigo muchos problemas: no corresponden a sus propias normas éticas sociales. La falta de transparencia y las posibilidades de participación disuaden a los creyentes. En caso de problemas con la iglesia o problemas financieros, el impuesto eclesiástico anima a la gente a apartarse y conduce a una actitud malsana de consumo. Los superiores de la iglesia, sin embargo, consideran que el nivel de los recursos financieros de hoy en día es absolutamente necesario y los defienden con dientes y garras, sin importar si el poder del dinero destruye a la iglesia como institución. Esta dotación financiera, sin embargo, es una anomalía histórica única en el mundo, basada en el impuesto eclesiástico: hace 150 años, contra la voluntad de la iglesia, se introdujo como una medida salvífica para el Estado, perfeccionada en el Tercer Reich como resultado de la política racista y sólo realmente productiva en los últimos cincuenta años. Países como Italia o España ofrecen una alternativa: Allí, las iglesias tienen una participación en un impuesto que no puede ser evitado al dejar la iglesia. El contribuyente puede determinar el propósito de parte de su impuesto sobre la renta. Puede nombrar a una iglesia como destinataria, pero también puede dedicar esta parte de su impuesto sobre la renta a la conservación de monumentos históricos, instalaciones sociales o deportivas, por lo que las iglesias deben cortejar a sus miembros cada año para obtener la mayor cantidad posible de este pastel. El hecho de que las dos grandes iglesias alemanas, por el contrario, quieran aferrarse al sistema actual es comprensible desde el punto de vista humano, independientemente de las palabras del Papa Francisco: “Un corazón que cuelga del dinero es un corazón que sirve a los ídolos”. Cualquiera que reciba automáticamente diez mil millones de euros cada año sin esfuerzo no se preguntará si esto es correcto, sino que lo disfruta. Aunque se destruya a largo plazo.
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