Francisco, reforzado en su autoridad moral tras su exitoso viaje a Cuba y USA, se ve aclamado por el pueblo como líder global, mientras algunos lo rechazan en su propia casa. Bergoglio sabe que el eje izquierda-derecha se ha quedado viejo y el de progresistas-conservadores no responde a lo que busca: una Iglesia cada vez más evangélica.
Entre su más alta jerarquía, unos son partidarios de una Iglesia maestra, que mira al mundo desde la atalaya de su doctrina, mientras otros apuestan abiertamente por otra Iglesia más madre, con entrañas de misericordia, que pase, de una vez por todas, de aduana a hospital de campaña. Inmovilismo frente a aggiornamento. El Papa, por su parte, quiere una Iglesia hospital de campaña pero sumando. Es partidario del y/y frente al o/o. Quiere una Iglesia maestra y madre. O maestra con entrañas de madre. O madre que, con misericordia, ama y educa a sus hijos, y los acompaña por los caminos de la vida, especialmente en los momentos de las heridas y las amarguras. Estas dos posturas encontradas se van a encarnar en el Sínodo (y fuera de él) en dos bloques: los conservadores y los progresistas. Dos corrientes o sensibilidades eclesiales que, en vez de caminar hacia la síntesis que el Papa quiere, se polarizan cada vez más. Valores innegociables Los conservadores son un buen número (más de 15 cardenales) y hacen piña y presión con libros y artículos. Están encabezados por cardenales de la talla de Gerhard Müller, prefecto de Doctrina de la Fe, Raymond Leo Burke, patrono de la Orden de Malta, Camilo Ruini, ex presidente del episcopado italiano, o nuestro Antonio María Rouco Varela, ex presidente del episcopado español. Este sector, con amplio eco en las webs más tradicionalistas y rigoristas, es partidario de no cambiar ni un ápice en la aproximación pastoral de la Iglesia a la familia. Son los defensores acérrimos de los "valores innegociables". Y se cierran en banda a la más mínima apertura. De hecho, amenazan con un cisma en la Iglesia, si el Sínodo, con el refrendo del Papa, aprobase el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Temen que el endeble edificio doctrinal de la moral sexual se comienza a resquebrajar por la rendija de la admisión de los divorciados vueltos a casar y, además, tratan de convertir la doctrina sobre la familia en doctrina dogmática, es decir imposible de cambiar. Cuando, según los teólogos más acreditados, "no existe definición dogmática alguna, en el Magisterio de la Iglesia, sobre la familia". De hecho, la Iglesia admitió, durante siglos, el divorcio en determinados casos, como documenta el teólogo español José María Castillo. Ésta es parte de la argumentación de los moderados y de los progresistas, que, evidentemente, son muchos más. Son la mayoría, pero hacen menos ruido. Aunque algunos de sus líderes se hartan de declarar que hay que buscar salidas pastorales a tantas familias divorciadas. "Jesús condenaba el pecado, pero no a los pecadores", dicen. Más aún, su jefe de filas, el cardenal alemán Walter Kasper, va más lejos y asegura que "gay se nace" y que, por lo tanto, "hay que decir no a los fundamentalistas en nombre del Evangelio". Comunión de los divorciados Una clara proclamación de que la mayoría sinodal no se contentará sólo con la admisión a la comunión de los divorciados ni con la mayor facilidad para conseguir la nulidad, dado que esta última medida canónica ya la ha aprobado el Papa antes de que comience esta segunda parte de la asamblea sinodal. De lo que se tratará, pues, es de abordar algunos de los grandes temas más polémicos de la doctrina sobre la familia, incluido el matrimonio gay. Con el objetivo de aplicar la misericordia a las situaciones familiares concretas. Y es que, en moral sexual (desde los conceptivos, a los preservativos, pasando por las relaciones prematrimoniales) existe en la práctica un auténtico cisma silencioso desde hace muchos años: la jerarquía de la Iglesia propone el no a todo y las bases católicas se saltan a la torera todas esas prohibiciones. Se trata de abrir los ojos a la realidad y no seguir perdiendo fieles a borbotones por estos temas que no son dogmáticos. La decisión última está, por supuesto, en manos del Papa, tras escuchar atentamente a los más de 400 cardenales y obispos (y algunas familias), a los que invitó a hablar con total "parresía", es decir con absoluta franqueza y valentía. Terminado el Sínodo, Francisco tendrá que tomar medidas. Y no le resultará fácil contentar a las dos sensibilidades eclesiales. Lo más probable es que abra rendijas en el cemento armado doctrinal familiar, dejando que madure el consenso del pueblo de Dios (y de sus jerarcas) sobre la temática. El Papa de la suma, que apuesta por la unión que abre horizontes de futuro.
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