Ante el "aumento endémico y sistémico de las desigualdades y la explotación del planeta", el Papa ha vuelto a encender el fuego de la solidaridad apelando a vivir "una ética amistosa" sin eludir el desafío que ennegrece el fondo del problema: cómo aunar los derechos individuales con el bien común, desafío que ha dado origen a las grandes ideologías, a los niveles de bienestar actuales y a las grandes guerras con sus enormes injusticias latentes.
La llamada de Francisco no es retórica, pues su cordialidad no está reñida con la llamada profética a la responsabilidad de todos. La ética siempre es de mínimos, es algo exigible para preservar la convivencia. Me han enviado esta semana un mensaje muy revelador: Si nos organizamos, cabemos todos. El problema es que son muchos los cristianos que creen que el sistema actual es el menos malo, e incluso es bueno. No es mala gente, incluso algunos no son codiciosos, simplemente están cómodos en esta situación que no acaba de impactarnos con las duras cifras que provocan las desigualdades con una economía financiera férreamente controlada a nivel mundial, muy por encima de las competencias de los Estados. Pero lejos de bajar los brazos, Jesús ante aquella sociedad teocrática rígidamente inmovilista y amenazadora en la que la exclusión social oficial organizada de manera teocrática era una realidad cotidiana, se enfrentó con el ejemplo para cambiar las cosas. Leo en Religión Digital que Francisco concreta esta ética amistosa en que, más allá de garantizar al trabajador un salario justo, todo el proceso de producción debe adaptarse "a las necesidades de la persona, a la vez que respeta "a la creación, nuestra casa común", en clara referencia a la obligación de preservar el ecosistema del Planeta. Y añade que esto implica la necesidad de "civilizar el mercado" y "deshacerse de las presiones de los 'lobbies' públicos y privados que defienden intereses sectoriales", ya que "la acción política debe ponerse al servicio de la persona humana, el bien común y el respeto por la naturaleza". Sus opiniones nos remiten de inmediato al desafío que el propio Papa es consciente: cómo aunar los derechos individuales con el bien común. Y dicho desafío es preciso que sea protegido por la trampa histórica en la que muchos dentro de la Iglesia siguen cayendo por ignorancia o por comodidad: estos comentarios papales son más comunistas que cristianos; el Papa entra descaradamente en política, por tanto, no le sigo escuchando; no hay derecho a las libertades que se toma, mejor haría en dedicarse a temas pastorales y eclesiales... Helder Cámara lo recogió en una brillante reflexión: "Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy comunista". Que nadie se confunda, la desigualdad está dentro de nosotros, en nuestra estructura mental arraigada por innumerables realidades. Cada uno levantamos jerarquías frente a nuestros semejantes en defensa de un individualismo que entendemos como lo natural. Incluso hemos llegado a entenderlo como la esencia que defiende el Evangelio. Lo cierto es que estos esquemas no son una caja cerrada imposible de abrir. Pero la realidad es la que es: junto a los millones de personas que se mueren de hambre y de sed, los datos de 2016 decían que la Europa comunitaria echa a perder ochenta y nueve millones de toneladas de alimentos anuales. En los hogares, se desecha el 42% y en los restaurantes el 14%. El resto, en la manipulación y el almacenamiento. La media europea de lo que cada ciudadano tiramos alimentos suma ciento setenta y nueve kilos. Quien más despilfarra, Alemania: 10,3. Francia 9, Polonia, 8,9... España, el 7,7. Lo peligroso es que esta idea de lo sobrante perfectamente mimetizada en nuestras conciencias, es la misma que se traslada a las personas que por enfermedad, vejez, pobreza, falta de inclusión social, discapacidades varias, etc., sienten que están de más. Y lo que es peor, se sienten señalados porque el coste público de las atenciones que requieren es cuestionado desde la eficiencia. Un ejemplo bastante claro es la actitud de no pocos cristianos con los inmigrantes. La llamada a una ética amistosa es fruto del amor de Cristo para trabajar por el Reino desde la experiencia de fe que se basa en la misericordia activa que movió toda la vida del Maestro. Si coinciden con nosotros comunistas, neoliberales, socialistas, apolíticos, bienvenidos sean. Pero nuestra apuesta no es de izquierdas ni de derechas, que son conceptos modernos. Nuestra apuesta es de denuncia profética contra las injusticias y de compromiso en preservar la dignidad de las personas. Quien entienda esto como una distorsión del catolicismo, que se lo haga mirar con urgencia ya que los expertos en Dios que fueron contemporáneos de Jesús cayeron en la misma distorsión. Y mataron al Verbo Divino.
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