Hace más de dos meses que comenzamos nuestro camino de Santiago como cada año, con los muchachos de la cárcel de Navalcarnero y la gente de la parroquia Sagrada Familia, con el mismo objetivo de siempre: intentar pasar unos días juntos, sabiendo que desde que comenzamos hasta que terminamos no vamos personas presas y en libertad, sino que vamos PERSONAS, y como tal todos gozamos de la misma dignidad y de los mismos derechos y obligaciones. Caminamos juntos un grupo de personas que queremos hacer juntos una experiencia especial de VIDA, de fraternidad, queremos hacer juntos el camino de la vida desde la experiencia de caminar hacia Santiago de Compostela.
Este año no había escrito nada todavía de esta experiencia, primero porque apenas una semana después de venir del Camino viajamos hacia El Salvador, tras las huellas de Monseñor Romero, San Romero de América como el pueblo le llama allí, y segundo porque cuando vinimos de allí y fuimos para Lanzarote no he tenido muchas ganas de sentarme a escribir. Me faltan los ánimos y quizás la esperanza. Estando en Lanzarote, hace casi un mes, Carmen tuvo un paro cardíaco, y confieso que desde entonces en mi vida, desde aquel fatídico 29 de agosto, me encuentro con el corazón herido y como en un puño. Hoy es un día muy especial para los que estamos visitando las cárceles y por eso me he sentado un rato a contar la experiencia de este nuestro camino de Santiago de este año. Y cuando lo hago, no puedo evitar que se me caigan una y otra vez las lágrimas, porque no puedo dejar de pensar en Carmen, en su vida, en su enfermedad… pero quizás, en este día de la Merced, que ya termina, y por el cariño especial hacia ella, me siento a escribir y me siento a recomponer de nuevo en mi corazón, después de dos meses, lo que fue aquella experiencia. Siempre que hemos preparado hacer el Camino, y ya han sido cuatro años, lo hemos hecho con el firme convencimiento de que merecía la pena para todos los que nos embarcábamos en la experiencia, que el esfuerzo a todos los niveles estaba “bien pagado” con los frutos que se iban recogiendo. Es verdad que cada camino es especial, porque las personas que vamos somos diferentes, y porque los momentos de cada persona, aún repitiendo algunos año tras año son también diferentes, Y este año, por tanto, también lo era. El grupo que participábamos era muy numeroso, más que en otras ocasiones, y porque los chavales que salían de la cárcel además eran tanto de Navalcarnero como del CIS (Centro de inserción, donde cumplen ya el tercer grado). De Navalcarnero salian cuatro muchachos, tres del CIS que también está en Navalcarnero y otro que está en el CIS Victoria Kent de Madrid, es decir, ocho personas de los centros y catorce de la parroquia, o cercanas a ella, algunas de las cuales incluso no nos conocíamos. La apuesta como cada año era mucha, pero lo hacíamos ilusionados y con la mirada puesta en que todo iba a salir muy bien, como por supuesto así fue. Como siempre, desde el mes de enero comenzamos con las primeras reuniones con los “jefes” de instituciones penitenciarias para poder realizar la experiencia. Y desde el mes de marzo comenzamos a proponer a los chavales de Navalcarnero lo que íbamos a hacer, para luego también pasar la lista a los trabajadores sociales y educadores, y que pudieran informar a la Junta de Tratamiento del centro para poder aprobar el permiso. Despues del sí de Navalcarnero queda también la aportación por parte de la Secretaría General de instituciones penitenciarias, que aprueba definitivamente, a expensas solo de que el Juez de Vigilancia sancione definitivamente el permiso de cada uno de los muchachos. Es una tarea ardua hasta ver por fin a los muchachos en la puerta, porque supone muchos pasos; incluso a veces alguien puede darse de baja en el proceso, o puede tener algún problema o simplemente que a ultima hora no pueda ir por diferentes motivos. Siempre les decimos que si no van a ir nos lo digan de antemano para dejar la plaza para otra persona, y que intenten en esos meses “no liar nada” para que no les quiten el permiso. Este año además, y como novedad, todos firmamos una especie de memorándum, tanto los de Navalcarnero como los de la parroquia. Firmamos un compromiso donde básicamente lo que se decía es que no íbamos a beber alcohol durante esa semana, que todos íbamos a aportar algo de nuestra economía para llevarlo a cabo ( evidentemente quien no tuviera nada no aportaba nada, pero sabiendo que otros lo aportaban, con lo que intentamos hacer una llamada especial al compromiso personal y a la responsabilidad, y que además todos nos comprometíamos a ir en grupo, que las decisiones y todo lo que llevaramos a cabo en esos días lo íbamos a realizar y a decidir en común. Mucho esfuerzo, muchos sinsabores, mucho trabajo…. Pero en el fondo todos los esfuerzos se veían recompensados cuando les veíamos salir de la cárcel, y sobre todo cuando los veíamos caminar kilómetros y kilómetros en libertad, disfrutando de esa libertad anhelada y sintiéndose personas libres y ojala que liberadas… supongo que es como cuando una madre da a luz, que da por bien invertido todo el dolor del parto y todas las incomodidades del embarazo cuando contempla en sus brazos al recién nacido… es como si la dificultad y el problema se volvieran ternura y esperanza ante el bebé… esa misma ternura es también la que sentimos cuando vemos que hay una serie de muchachos que pueden disfrutar de esa experiencia de libertad y de fraternidad, no miramos hacia atrás sino que miramos hacia adelante y ese mirar hacia adelante, ahoga todo lo pasado anteriormente…. Salimos por la tarde del día 5 de Julio en la furgoneta tres personas con el fin de llegar por la noche y poder descansar para el dia siguiente; el resto del grupo de la cárcel salió por la tarde y se reunió en la parroquia con todos los demás, para salir por la noche en autobús hacia Sarria. Y esa es la grandeza: cuando nos reunimos primero en la parroquia y luego por la mañana en Sarria, no había presos y gente en libertad, sino que había personas que querían hacer juntos una experiencia de liberación, de encuentro y de fraternidad. Este año hemos hecho de nuevo el camino llamado francés, que ya hicimos el primer año y que sabíamos era bonito, aunque con mucha mas afluencia de gente que otros itinerarios. Los días se nos fueron pasando casi sin sentir; como siempre la etapa de cada día la partíamos en dos; solíamos salir temprano ( bueno, tampoco mucho, aunque depende de los días por los kilómetros que hacíamos en cada jornada), y en la mitad de la etapa, parábamos para tomar un “bocata” y descansar un rato, y luego después de “repostar” continuábamos hacia el final de la etapa, que llegábamos ya hacia el mediodía. Durante el camino, cada día aprovechábamos para comentar y hablar con los que íbamos andando; en el camino se vive lo mismo que se vive en cada momento de nuestra vida: las dificultades, las esperanzas, los logros, los desconsuelos, las heridas, las pérdidas… el camino es como la vida porque la vida está hecha también de todo eso. En ese caminar diario van saliendo muchas experiencias positivas, vamos compartiendo lo que somos, lo que deseamos, nuestros anhelos… comentamos y compartimos nuestra vida desde la sencillez y la confianza que cada uno va queriendo… sin forzar nada, pero a la vez desde la cercanía de saberse escuchado, valorado y no juzgado. Casi siempre los muchachos de Navalcarnero suelen ir contando su vida: sus mazazos, sus desengaños, sus errores… parece como si el contarlo a los demás fuera para ellos una liberación, nunca preguntamos nadie nada por supuesto, pero el clima de fraternidad que se va viviendo va haciendo posible ese encuentro interpersonal y grupal. Es verdad que unos por temperamento comparten más que otros, que unos son más capaces que otros de dialogar y expresar lo que sienten, pero el camino es tan rico y tan variado que hasta los más “tímidos” acaban abriéndose, y sobre todo porque el clima que se respira es un clima muy especial, un clima donde lo que prima es el ser humano, y en ocasiones cuando un ser humano desvalido y débil se acerca se va ensanchando poco a poco el corazón. En el fondo es vivir la vida desde la experiencia de caminar siete días, es como si de pronto nuestra vida pudiera vivirse en esos siete días, con gente que al principio son desconocidos, pero que con el paso de los días acaban siendo parte de ti, de lo que eres y de lo que deseas. En ese caminar juntos todos aprendemos de todos, todos descubrimos que nos necesitamos, que nadie puede ser autosuficiente, y por supuesto, los creyentes vamos también descubriendo las manos y los pies de alguien que camina a nuestro lado, vamos descubriendo a ese Dios Padre-Madre que igual que nos acompaña en nuestra vida de cada día, también lo hace ahora en nuestra peregrinación caminante a Santiago. Ese Dios que a menudo no entendemos, ese Dios que parece que a veces está callado y que su presencia parece como nublarse, pero ese Dios que vamos también descubriendo en cada gesto del hermano que esta a nuestro lado. El Dios caminante de la vida, sentimos que va con nosotros también a Santiago. Este año además queríamos tener una oportunidad especial de reflexionar juntos. Por eso, se nos ocurrió que pudiéramos hacer actividades en grupo. Todos los años preparamos un material con oraciones y actividades para poder hacer personalmente, pero este año nos parecía importante hacerlo juntos. Por eso a partir del segundo día, nos reuníamos todas las tardes durante dos horas al menos, para compartir alguna dinámica de grupo, alguna oración, o algo de nuestra vida… lo hicimos separados en tres grupos… y tengo que decir que dio mucho resultado, porque fueron reuniones de grupo donde cada uno expresaba de manera sincera lo que vivía, lo que sentía, o se daba a conocer a los demás y al ser grupos más pequeños la participación era mayor. Cuando al final del Camino lo evaluamos, vimos que había sido un acierto tener estas reuniones de grupos. Nos sirvió para conocernos todos más. De tal modo que el ambiente que se creo entre todos fue de sinceridad y de poder decirnos las cosas. Incluso cuando surgieron dificultades de entendimiento o de convivencia, que en todo grupo surgen, fuimos capaces de abordarlas en común pero desde descubrir que todos éramos un grupo, que todos queríamos lo mejor para todos y que no había jefes o gente que mandaba y gente que obedecía, sino que todos nos sentíamos responsables en todo lo que teníamos que hacer y vivir. Durante el camino un año más hemos ido descubriendo que todos somos importantes, que nadie puede decir que no vale para nada, que todos nos necesitamos y podemos hacer algo por los demás. Y todavía más, que para que el grupo funcione tenemos que colaborar y participar todos a una; como en la vida misma, no podemos ir solos por la vida, no podemos ir de “francotiradores”sino que tenemos que intentar sentirnos parte de una comunidad que camina unida y en la que todos tenemos algo que decir y que aportar. Eso también lo hemos ido descubriendo en nuestro caminar este año. Comenzando por lo más sencillo como es la intendencia y la cocina de cada día, y siguiendo por algo tan sencillo como colocar cada dia los equipajes de la furgoneta, o preparar juntos alguna actividad, o fregar los platos después de cada comida… o simplemente estar preocupado del otro, de lo que necesita, de lo que le pasa, de lo que siente, de lo que anhela… todos en grupo, nadie por libre, sin sentirnos solos, aunque en ocasiones fuera necesario ese espacio especial de soledad y de encuentro personal. Resumiendo, han sido días de compartir de modo especial nuestra vida, no solo en el camino, andando y con sus dificultades, sino también poniendo luego en común lo que somos y lo que necesitamos. Hemos vuelto a descubrir las palabras de San Pablo “no hay esclavos, ni libres, hombres y mujeres, porque todos somos uno”, hemos vuelto a descubrir además que todos tenemos derecho a tener una nueva oportunidad, que todos tenemos derecho a equivocarnos y a volver a empezar. Hemos experimentado la misericordia del mismo Dios en cada abrazo, en cada apoyo y en cada sonrisa de los que estábamos allí. Hemos tenido también como cada año nuestros ejercicios de risa, de demostrar que la vida llevada con alegría es mucho mas llevadera, incluso que cuando ya parecía que no podíamos más una sonrisa nos aliviaba y nos ayuda a seguir, en el fondo repito, como en la misma vida. Llegamos a Santiago, y como siempre la Eucaristía en la catedral, la eucaristía del peregrino, que este año no pudo ser con el botafumeiro, pero en el fondo era la eucaristía de acción de gracias a Dios que resumía todo lo que en los siente días anteriores habíamos compartido y vivido juntos. También al inicio de la misa nos nombraron, y eso nos hizo a todos ilusión, y confieso que cuando escuche de labios del cura decir que veníamos un grupo de chavales de la cárcel y de la parroquia, me emocione por dentro y sentí que una vez más todo aquello había merecido la pena. Muchos no lo entienden, muchos nos dicen que estamos locos, pero en el fondo es la locura de la vida, la locura del evangelio, la locura de creer que las cosas pueden ser diferentes y sobre todo que merece la pena apostar. Este año tuvimos la cena del pulpo en mitad de la experiencia, en la cuna del pulpo lucense, en el pueblo de Melide, por eso la ultima noche en Santiago, después de la misa del peregrino fuimos a cenar el bocata de rigor al albergue y luego a dormir a pierna suelta con la sensación de haber cumplido y de un año más estar felices por todo lo vivido y experimentado juntos. Durante el camino todos nos hemos ayudado y todos hemos aprendido de todos, todos hemos aportado algo de nosotros mismos para que la experiencia siguiera adelante. Unos aportaban su fuerza para caminar, otros su sonrisa y su entusiasmo, otros su sabiduría, otros su cariño; recuerdo muchos momentos de compartir todo eso juntos, y sobre todo quien ha compartido su a veces ir la última, junto a los últimos para evitar que se perdieran y no fueran solos, y lo ha compartido , quizás estando ya enferma, sin hacerse notar, sin quejarse, sino desde la alegría que siempre la ha caracterizado: cada vez que se quedaba sola con Jose o con Pedro el primer dia, y los acompañaba porque no podían, siempre lo hacia con una sonrisa en la boca y diciendo que ella “iba en el vagón de cola”, que no la importaba ir la última porque iba con los últimos, como Jesús de >Nazaret, con aquellos que no podían, pero como digo sin quejarse nunca, siempre dando ánimos a los que estaban a su alrededor . Hoy, y por todo lo sucedido hace casi un mes, vuelvo a recordar a Carmen, a su tesón, a su esfuerzo, a su alegría… en el fondo a su experiencia profunda de un Dios liberador y compañero de camino; ese Dios que siempre dice ella que a veces no ve pero al que tanto hemos rezado muchos para que pudiera seguir con vida… ese Dios que sin duda llena su vida y la hace contagiar alegría… desde aquí, en el silencio de la noche, me llegan sus risas, me llegan sus abrazos… y entre lágrimas sigo mirando hacia adelante, sigo creyendo que pronto va a estar recuperada del todo y va a ser nuestra Carmen de siempre… pero no puedo también dejar de mirar al crucificado, porque en este momento ese es el dolor que nos invade a todos los que la queremos… y junto a El también miro a mi Monseñor Romero, al que Carmen y yo hemos tenido la oportunidad de conocer más de cerca en nuestro viaje a El Salvador, después del camino… ella que vino tan enamorada de él, ella que siempre ha dicho después que había sido “el viaje de su vida”, y entre lágrimas y mirando a la imagen del Santo de América me brotan también las palabras que tantas veces he dicho en este ultimo mes, y que el también dijo en tantos momentos difíciles de su vida “yo no puedo, Señor, hazlo Tú”. Al finalizar este día de la Merced, recordando la experiencia del Camino de Santiago, y entre sollozos me brota pedirle al Dios Padre-Madre caminante que siga caminando con Carmen, que siga estando a su lado como lo ha estado siempre… y sobre todo me brota la oración de estos días “desde lo hondo a Ti grito, Señor, Señor escucha mi voz…” Muchas emociones juntas, mucho camino compartido juntos, y por eso también mucha vida disfrutada y vivida. Termino dando gracias a la Virgen, nuestra Señora de la Merced y la pido que ella como madre se acuerde de todos nosotros, que esté siempre a nuestro lado, que sintamos su protección y su ayuda; que como madre camine junto a todos los presos y que los ayuda a liberarse y a comenzar una nueva vida. Le pido a Maria que igual que estuvo al pie de la cruz de Jesús también esté al pie de las cruces de tantas personas que se encuentran en prisión, que enjugue las lágrimas de tantas madres que como ella lloran por sus hijos cautivos. Le doy gracias por sus “mercedes”, por todas las gracias que cada día recibimos también del mismo Dios, por habernos enseñado a creer y a fiarnos de Jesús por encima de todo. CAMINO DE SANTIAGO, CAMINO DE LA VIDA, un año más lo hemos recorrido juntos, con sus especificidades, con sus luces y con sus sombras, con sus heridas y con sus curaciones, con sus ampollas y con sus vendas… pero en el fondo lo hemos hecho juntos y no nos hemos parado. Que el Dios de la vida nos ayuda a no pararnos nunca, sino a estar siempre caminando y a descubrir que no estamos solos. Y sobre todo a empeñarnos juntos en la tarea de hacer un camino de vida cada día más feliz para todos, a intentar que todos caminemos juntos haciéndonos felices al estilo de Jesús de Nazaret, sin más herramienta que nuestra propia vida puesta al servicio de los otros. Sabiendo que no estamos solos, que no caminamos solos, sino que “Alguien está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
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